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BIBLIA Y FAMILIA

Quique Fernández

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NO ME PESA, ES MI HERMANO

En el capítulo 3 del Libro del Éxodo Yahvé, Dios de Israel, se manifiesta ante Moisés, por medio de la zarza que arde, le presenta su plan de liberación del Pueblo de Israel de la opresión en Egipto y le llama a comprometerse en ese proyecto.

En el siguiente capítulo, el 4, Moisés desplegará toda su colección de excusas:

- “No van a creerme ni escucharán mi voz” (4,1)

- “Nunca he sido hombre de palabra fácil… soy torpe de boca y de lengua” (4,10)

- “Por favor, envía a cualquier otro” (4,13)

Y Dios le responderá con una solución, de entrada, inesperada:

"¿No tienes a tu hermano Aarón el levita? Sé que él habla bien; he aquí que justamente ahora sale a tu encuentro, y al verte se alegrará su corazón. Tú le hablarás y pondrás las palabras en su boca; yo estaré en tu boca y en la suya, y os enseñaré lo que habéis de hacer” (4, 14-15).

Quizá más que “inesperada” deberíamos decir “lógica”. ¿Para qué está un hermano? Por supuesto que para los buenos momentos, los de los juegos de la infancia, las complicidades de la adolescencia, los diálogos de sobremesa llenos de recuerdos…

Pero también para esos otros momentos de la vida en el que necesitamos un apoyo, una “muleta”, que alguien cargue con nosotros y nos ayude a seguir el camino. Puede ser el compartir tristezas y dolores: la enfermedad y muerte de nuestros padres, la dificultad en la educación de los hijos, un periodo de crisis económica motivado por el desempleo o el trabajo precario…

Recuerdo la frase de una tarjeta de felicitación: “No me pesa, es mi hermano”. Esa frase la había hecho famosa una canción, “He Ain’t Heavy, He’s My Brother”, grabada en The Hollies en 1969, varias veces versionada tanto en inglés como en castellano.

Después de haber recorrido por el Libro del Génesis varias relaciones turbias entre hermanos (Caín y Abel, Esaú y Jacob, los hermanos de José) es todo un soplo de aire fresco encontrar una relación positiva entre hermanos.

Nos narra el final del capítulo 4:

"Fueron, pues, Moisés y Aarón y reunieron a todos los ancianos de los israelitas. Aarón refirió todas las palabras que el Señor le había dicho a Moisés, el cual hizo las señales delante del pueblo. El pueblo creyó, y al oír que el Señor había visitado a los israelitas y había visto su aflicción, se postraron y adoraron." (4, 29-31)

Así pues, la unión de fuerzas de los hermanos funcionó. Cada uno aportando sus capacidades y complementando los déficits del otro. Si Caín, si Esaú y Jacob, si los doce hermanos hijos de Jacob, hubiesen planteado las crisis desde la unidad y no desde la confrontación…

Tantas veces en la vida se nos plantean obstáculos, algunos de ellos bien graves, que requieren de unidad afectiva y efectiva. Y tantas veces afrontamos esas dificultades separados, divididos, enfrentados… cuando es desde el intento de consenso y desde el respeto a la diversidad como realmente podemos afrontar los problemas.

En los siguientes capítulos Moisés y Aarón seguirán formando un tándem al servicio de Dios y el Pueblo.

 

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BIBLIA Y FAMILIA

Quique Fernández

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UN REGALO “SORPRESA”

Tal como ya recordamos en el artículo anterior titulado “Busca los siete errores•, en el que tratamos de José, su padre Jacob, y sus hermanos, Jacob amaba a José más que a sus otros hijos “por ser para él el hijo de la ancianidad”.

Pero… ¿y Benjamín? ¿Acaso no era también “hijo de la ancianidad”? Pareciera que, siendo el más pequeño, aún más hijo de la ancianidad debiera ser considerado, ¿o no?

Seguramente se están superponiendo dos planos, dos momentos diferentes de la historia. José debió ser durante unos años el único hijo de la ancianidad y, entonces, llegó por sorpresa, quizá completamente inesperado, Benjamín.

Unos capítulos después, cuando los hermanos van a buscar provisiones a Egipto y le dicen a José que son doce hermanos, de los que el más pequeños se ha quedado con el padre, José insistirá, con subterfugios, en que quiere que le lleven a Benjamín, al que quizá solo ha conocido de bebé. No lo sabemos con exactitud, pero nos presenta una posibilidad que ocurre en nuestras familias.

Parece que la familia ya está completa y… ¡sorpresa! Llega un nuevo hijo y hermano. Puede que en algunos casos suponga, de entrada, una gran alegría. Puede que en otros casos pueda suponer, de entrada, un susto, incluso una dificultad.

Nos gusta tenerlo todo controlado, que nuestros planes se cumplan sin sobresalto, pero la vida no es un libro ya escrito, estático e inamovible. La vida tiene, perdón por la obviedad, vida. Y más si como cristianos estamos abiertos a la vida.

Por supuesto que es lógico que unos padres ya algo mayores no contasen con esa sorpresa. Por supuesto que también es lógico que a una familia que va muy limitada económicamente le pueda suponer una dificultad, incluso grave. Y no es menos cierto que también a los hermanos les puede suponer algunas incomodidades de compartir espacios, de necesitar literas.

Y sin embargo, un hermano pequeño e

inesperado también se puede vivir desde el

gozo de la vida, la alegría, la fiesta. A la casa

vuelven los juegos, las preguntas, la

capacidad de asombro y, sobre todo, la ternura.

Por eso, un nuevo hermano nunca es un “fallo”

y siempre es un regalo. A veces un regalo

“sorpresa”.

 

 

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BUSCA LOS SIETE ERRORES

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Quién no ha jugado alguna vez, solo o en familia, a ese juego en el que se deben encontrar las siete diferencias entre dos imágenes o la variante de encontrar siete errores, siete sinsentidos, en una imagen.

Pues bien, a eso nos vamos a dedicar con Génesis 37, el primer capítulo que nos presenta el ciclo del Patriarca José y, concretamente, sus graves problemas por conflicto familiar. Y lo haremos fijándonos en siete errores de esa familia.

1. EL ERROR DE JACOB

Nos dice el texto bíblico que “Jacob amaba a José más que a todos los demás hijos” (v.3). Ese es un primer error en el que un padre nunca debe caer. Un buen padre ama a todos sus hijos por igual. Porque, además, ese desequilibrio puede ser causante de graves desavenencias entre los hermanos. Todos deben sentirse iguales y ninguno superior o inferior a los otros.

Es curioso que esa preferencia se plantee por “ser el hijo de su ancianidad”, porque con ese criterio la preferencia debiera ser para el más pequeño, Benjamín. Y es revelador que todos los hermanos hicieran de pastores y a él le tocara el papel de “inspector”. Qué mala vista la de su padre Jacob.

Pero, todo esto ¿no tendrá más que ver con la intención de Dios de que la vida de José sea una prefiguración de Jesús? No parece casualidad que estemos ante un hijo predilecto, al que se le teje una túnica especial y que no será reconocido por los suyos sino entregado a la muerte.

2. EL ERROR DE JOSÉ

No es que precisamente José lo pusiera fácil. La mejor táctica para hacer amigos, o para llevarse bien con los hermanos, no es fomentar una competencia de quien es el mejor.

Que José le dijera a sus hermanos que había soñado que su gavilla era la única que se mantenía erguida o que los planetas y astros se inclinan ante él, sirvió para echar más leña al encendido odio que sus hermanos le tenían.

Incluso su padre, intentando rectificar tarde su error, le reprendió.

Y es que para una buena convivencia familiar es importante ser humilde y mostrarse humilde. Que los demás no te puedan percibir como altanero.

3. EL PRIMER ERROR DE LOS HERMANOS DE JOSÉ

“Y le aborrecieron hasta el punto de no poder ni siquiera saludarle” (v.4). Para llegar a este punto hacen falta algo más que dos sueños de grandeza. El odio se alimenta de malos entendidos, de diálogos ni intentados, de resentimientos que crecen a partir de dimes y diretes, de “ya te decía yo”, de “que se ha creído ese”, es decir, de críticas y murmuraciones.

Puede, incluso, que esas críticas tengan algo de razón pero cabe preguntarse si se formulan para arreglar algo o para estropearlo más.

Y, sobre todo, debemos preguntarnos a dónde nos llevan esas críticas, si nos hacen mejores. En el caso de los hermanos de José, unos versículos más adelante se nos dice que “le tenían envidia” (v.11)

4. EL SEGUNDO ERROR DE LOS HERMANOS DE JOSÉ

Los sentimientos no siempre se pueden conducir y si son malos evitarlos. Es verdad, a veces los sentimientos nos pueden, nos inundan. Pero tal como se ha formulado de forma clásica durante años, no es lo mismo sentir que consentir.

O dicho desde otra perspectiva, un error no se soluciona con otro error. Este segundo error acostumbra a ser mayor que el primero porque en el fondo lo que busca es tapar, hacer desaparecer, al primero por lo que necesita ser más grueso. Pero no se arregla nada, no mejora nada, al contrario, se empeora mucho: “Conspiraron contra él para matarle” (v.18). Los sueños pasan a ser pesadillas.

5. EL ERROR DE RUBÉN Y EL ERROR DE “LOS BUENOS”

Rubén se percata que aquello se les ha ido de las manos, que el odio se está tornando violencia y que esa violencia puede llegar al punto de “no retorno”.

Ha llegado, por tanto, el momento de plantarse y de plantar cara a sus hermanos, de aferrarse a la Verdad y a la Bondad.

Pero no, no da la cara, no quiere quedar mal ante la mayoría. Aunque quien sabe si afrontando el problema hubiese cambiado esa mayoría.

Todos necesitaban en ese momento algo de reflexión que les llevase al gesto valiente que siempre es rectificar. Pero el que podía ser el iniciador de ese cambio se convierte en un cobarde. Dijo “no atentemos contra su vida, no derraméis sangre” (v.21-22) para a continuación presentar como mejor alternativa... echarle al pozo.

Dicen que su intención era salvarle, pero se quedó en intención porque lo dejó para demasiado tarde.

6. EL ERROR DEL CINISMO DE JUDÁ Y EL ERROR DE LA MASA

Judá tiene una mejor idea. Fijémonos que a cada nueva idea que tienen estos hermanos se superan. Ya no le matamos, ya no le dejamos en el pozo, porque para que mancharnos con su sangre... ahora lo vendemos. Qué buen negocio. Nos hacen el trabajo los demás y además nos ganamos un dinerito.

Y dice que “sus hermanos asintieron” (v.27). ¿Es que a ninguno le queda algo de sentido común o de compasión?

Las masas son peligrosas cuando se dedican a regalarse el oído dándose la razón los unos a los otros. La masa despersonaliza las decisiones y, con ello, nos creemos que disfraza suficientemente nuestra responsabilidad.

7. EL ERROR DE ESCONDER EL MAL CON MENTIRAS

Las mentiras siempre buscan esconder algo y ese algo siempre es un mal.

Los hermanos de José mienten a Jacob respecto de lo que le ha sucedido a su hermano: “¡José ha sido despedazado!” (v.33)

La verdad es que lo que sí han logrado descuartizar es a la familia. Las mentiras hacen mucho daño a las relaciones personales, y aun lo hacen más, cuando esas relaciones son más estrechas e íntimas, como lo son las familiares. Porque en esas personas tenías puesta tu confianza, eran con los que te podías sentir seguro y mostrarte tal cómo eres.

Y ya se sabe, las mentiras tarde o temprano se descubren.

 

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BIBLIA Y FAMILIA

Quique Fernández

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NI EL BUENO ERA TAN BUENO NI EL MALO ERA TAN MALO

Lo reconozco. De pequeño me colaron que los buenos eran el 7º de caballería y los malos eran los indios. Años más tarde, en la adolescencia, tuve que preparar una exposición en clase de Lengua y defendí, para estupor de unos cuantos compañeros, tanto a los sioux y apaches como a los incas y aztecas.

Ese sencillo recuerdo me sirve como paralelo para mi lectura de la historia de Esaú y Jacob. Durante bastante, puede que mucho, tal vez demasiado tiempo me creí que Jacob era el bueno muy bueno y que Esaú era el malo muy malo. Bien es verdad que esto me ocurrió por fiarme de las fuentes indirectas y en cierto modo contaminadas.

Cuando uno lee los capítulos dedicados a las relaciones entre Esaú y Jacob, especialmente los capítulos 25 y 27 de Génesis, se enfrenta a una situación muy diferente de las simplificaciones reduccionistas que hasta entonces me habían llegado o con las que yo me había conformado.

“En cierta ocasión estaba Jacob cocinando un guiso, cuando llegó Esaú del campo, muy agotado. Dijo Esaú a Jacob: «Por favor, dame un poco de ese guiso rojizo, pues estoy hambriento» (por eso fue llamado Edom, o sea, rojizo). Jacob le dijo: «Me vendes, pues, ahora mismo tus derechos de primogénito.» Esaú le respondió: «Estoy que me muero, ¿qué me importan mis derechos de primogénito?» Jacob insistió: «Júramelo ahora mismo.» Y lo juró, vendiéndole sus derechos. Jacob entonces dio a su hermano pan y el guiso de lentejas. Esaú comió y bebió, y después se marchó. No hizo mayor caso de sus derechos de primogénito”. (Génesis 25, 29-34)

Esaú llega muy agotado del campo. Era el cazador. Suministraba de carne a su familia. Y cuando le pide comer del guiso a Jacob... éste en vez de ofrecerle generosamente de lo que tiene... le pide a cambio la primogenitura, que conllevaba unos importantes derechos de sucesión respecto del patriarcado familiar, derechos no solo económicos sino también de consideración sagrada.

Es evidente que, dada la relevancia que la primogenitura tenía, Esaú no hace bien en venderla por un plato del guiso. Es una falta de respeto a su padre, a su familia, a sus antepasados, a Dios mismo. Pero... ¿se puede defender la actitud egoísta y aprovechada de Jacob? Me parece que no. Es más, da la sensación que estaba casi que esperando ese momento, es decir, que envidiaba a Esaú. Aunque toda la culpa, seguramente, no era de él. Lo veremos en los sucesos del capítulo 27.

Rebeca, mujer de Isaac y madre de Esaú y Jacob, sentía una exagerada preferencia por Jacob. Por eso, cuando ya muy enfermo Isaac, oye como le dice a Esaú que le vaya a buscar caza y que después le otorgará su bendición, es decir, lo bendecirá como su sucesor en el clan familiar, entonces trama una grave mentira, para que Jacob usurpe el lugar de Esaú.

“Jacob entró donde estaba su padre y le dijo: «¡Padre!» El le preguntó: «Sí, hijo mío. ¿Quién eres?» Y Jacob dijo a su padre: «Soy Esaú, tu primogénito. Ya hice lo que me mandaste. Levántate, siéntate y come la caza que te he traído. Después me bendecirás.» Dijo Isaac: «¡Qué pronto lo has encontrado, hijo!» Contestó Jacob: «Es que Yavhé, tu Dios, me ha dado buena suerte.» Isaac le dijo: «Acércate, pues quiero tocarte y comprobar si eres o no mi hijo Esaú.»

Jacob se acercó a su padre Isaac, quien lo palpó y dijo: «La voz es la de Jacob, pero las manos son las de Esaú.» Y no lo reconoció, pues sus manos eran velludas como las de su hermano Esaú, y lo bendijo. Volvió a preguntarle: «¿Eres de verdad mi hijo Esaú?» Contestó Jacob: «Sí, yo soy.» para que la coma y te dé mi bendición.» Jacob le sirvió y comió. También le ofreció vino, y bebió. (Génesis 27, 18-24)

Por supuesto, empezando por Rebeca, su acción es completamente reprobable. La mentira nunca debe ser la forma de construir nada. El atajo no conduce a la verdad y, por tanto, tampoco a la voluntad de Dios. Otra cosa es que Dios incluso de lo malo puede sacar de bueno.

Pero es que, además, Jacob incluso supera a su madre. Usa el nombre de Dios para su falsedad («Es que Yavé, tu Dios, me ha dado buena suerte») y miente a su padre no una sino dos veces cuando su padre le insiste.

No puedo resistirme a decir: ¡vaya joya! Me resisto a aceptar que Jacob pase por el

bueno muy bueno y me resisto aún más a que a Esaú se le cuelgue el "sanbenito" de

malo muy malo. En este caso es evidente que las relaciones entre hermanos estaban

gravemente deformadas por el egoísmo.

En el próximo capítulo, superaremos las complicadas relaciones bilaterales que hemos

tratado hasta ahora (Caín y Abel, Abraham y Lot, Esaú y Jacob) y lo complicaremos

algo más con un gravísimo conflicto entre doce hermanos

 

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BIBLIA Y FAMILIA

Quique Fernández

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EL DIÁLOGO GENEROSO COMO SOLUCIÓN

Abraham y Lot, tío y sobrino respectivamente, tienen un problema: los pastores de

sus respectivos rebaños se están peleando. Tal como han ido prosperando y, por

tanto, aumentando el número de ejemplares, se les han ido quedando pequeños los

pastos.

Leemos en el libro del Génesis: “Y la tierra no podía sostenerlos para que habitaran

juntos, porque sus posesiones eran tantas que ya no podían habitar juntos” (13,6).

A Abraham le toca presentar alguna propuesta de solución. Él podría hacer valer su

ascendente sobre Lot, porque es mayor que él y porque es su tío. Pero su propuesta

va a resultar solución porque no busca ganar al otro.

Seguimos leyendo: “Te ruego que no haya contienda entre nosotros, ni entre mis pastores y tus pastores, porque somos hermanos. ¿No está toda la tierra delante de ti? Te ruego que te separes de mí: si vas a la izquierda, yo iré a la derecha; y si a la derecha, yo iré a la izquierda”. (13,8-9).

Abraham inicia la propuesta con humildad: “Te ruego”; continúa con deseos de paz: “no haya contienda”; y la remata con el reconocimiento de la fraternidad: “porque somos hermanos”.

Es realmente impresionante constatar como esa humildad conduce a Abraham a proponer la manera más sencilla, que a la vez deviene la más eficaz. El método es bien fácil, nada complicado. No requiere ni de estudios ni de medios técnicos especiales. Simplemente el acuerdo dialogado desde la generosidad con el otro y el deseo de paz. Todo se reduce a recordar que el otro tiene mis mismos derechos porque es mi hermano, es hijo de mi mismo Padre Dios.

He aquí la clave de la solución, poner a Dios por medio para que nos regale el don de la generosidad que no busca que haya vencedores ni vencidos, con un acuerdo del conflicto que acaba beneficiando a todos.

Fijémonos en que Abraham, autor de la propuesta, se lo pone tan fácil a Lot que podemos decir que le sirve un muy buen acuerdo en bandeja: “si vas a la izquierda, yo iré a la derecha; y si a la derecha, yo iré a la izquierda”.

Pero, ¡ojo!, esto no se convierte en un “ir cada uno por su lado”. Cuando Lot es hecho preso en Sodoma Abraham aparecerá para salvarlo (Gn 14) porque el lazo de unión, de amor fraterno, es mucho mayor que sus diferencias e intereses.

En el próximo capítulo abordaremos, ayudados del relato de Esaú y Jacob, cómo no se deben afrontar las diferencias y conflictos.

 

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HABÍA DOS HERMANOS...
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Con Caín y Abel se estrena la aparición del modelo de hermanos

antagónicos. En Génesis, además de los citados, vamos a

encontrarnos con Ismael e Isaac, Esaú y Jacob, José y sus

hermanos fraticidas. Este modelo, especialmente en su variante

mayoritaria de binomio antagónico, llegará incluso hasta los

evangelios: Hijo mayor e hijo pequeño o pródigo, Marta y María.

Se trata de presentar a modo de disyuntiva el dilema entre el bien

y el mal, o al menos entre la búsqueda de la santidad y el

abandonarse al pecado, aunque solo fuera de omisión.

Lo que choca es que para ello se transite por el escenario de la

familia y el antagonismo sea entre hermanos. Me refiero a que si

el choque fuese con el enemigo... pero resulta que es entre

hermanos.

La intención, por tanto, no es quedarse en rencillas y rencores superficiales, en enemistades circunstanciales, sino profundizar en los desamores que atacan aspectos importantes de la vida y que hacen daño a la configuración básica.

Ya dijimos en capítulos anteriores que hemos sido creados y configurados por Dios como familia. Dañar pues ese lazo familiar es dañar los planes de Dios.

En este primer caso, Caín y Abel, se nos presenta un antagonismo superficial, la diferencia de dedicación, uno agricultor y el otro pastor. Sin embargo no será ese el detonante del conflicto. Sí lo será en cambio el grado de generosidad hacia con Dios Padre.

No nos engañemos, si uno era más generoso con Dios y el otro más rácano, seguro que lo mismo ocurría con su relación con los demás. Prueba de ello es como Caín tratará a Abel: lo mata porque no soporta su generosidad.

El problema se agrava porque Caín equivoca gravemente la solución. Podría haberse replanteado su actitud, mejorar su generosidad, pero resulta más “fácil” apartar a Abel, dejarse llevar por los celos y envidias. Y, sin embargo, una vez más cabe preguntarse, aunque falle el corazón y debamos acudir a la razón: ¿le ha mejorado en algo a Caín su situación con la muerte de Abel?

Hoy se repite en demasiadas ocasiones este irrazonable antagonismo. Basta ver como se enfocan, enzarzan y retuercen las relaciones familiares ante situaciones de conflicto: decisiones en el cuidado de los padres mayores o reparto de herencias. Muchos hermanos acaban peleados, sin hablarse, y todo porque “hizo menos que yo” o “se quedó más que yo”.

Detrás de esos conceptos cuantificables en realidad, como en Caín, hay unas actitudes que denotan mayor gravedad: falta de generosidad y, sobre todo, falta de amor. Resulta tremendo y horroroso constatar que algunos aman más aquel bien en disputa que a su hermano y, en el fondo, que sus propios padres.

Porque recordemos, el daño que hacemos a nuestra relación con el hermano también se lo estamos haciendo a nuestra relación con el Padre.

Nuestro próximo capítulo presentará como resolver conflictos desde la experiencia de Abraham y Lot

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Quique Fernández

EL PARAÍSO FAMILIAR

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Dios Padre sitúo a sus primeros hijos, tal como nos relatan los dos primeros capítulos del Génesis, en un Paraíso en el que todo era bueno. Por lo tanto, el entorno era inmejorable: todo era bueno y todo está al servicio del ser humano.

Y, sin embargo, todo ello no basta para que el Paraíso sea Paraíso, es decir, lugar de felicidad. El relato nos da la clave en la voz de Dios Padre Creador: “No es bueno que el hombre esté solo”.

Desde el primer momento de la Creación del ser humano, Dios lo configura no solo como familia en relación a Él (relación filial) sino que también lo quiere formando parte de una familia en relación a los demás (relaciones esponsales y fraternales).

Es por ello que crea al ser humano hombre y mujer, complementarios y capaces de generar nuevas vidas. Desde esta realidad quisiera comentar dos aspectos relevantes:

- En el primero de los relatos de la Creación, en Génesis 1, el hombre y la mujer son creados a la vez. Aunque este relato se encuentre en capítulo 1 y el relato de la creación en dos tiempos se encuentre en el capítulo 2, sabemos que el primero de los relatos es de una tradición posterior y, desde luego, más acorde con nuestra perspectiva actual que reconoce igual dignidad en el hombre y la mujer.

- No puede ser casualidad que el plan de Dios contemple la creación desde la complementariedad de hombre y mujer y que de esa complementariedad resulte la posibilidad de nueva vida. Los cristianos vemos en ello “causalidad” y, por tanto, la mano de Dios, su plan de felicidad para sus hijos.

Pero en Génesis 3 va a aparecer “el primer conflicto familiar de la historia”. A la concordia familiar le va a aparecer un ser ajeno dispuesto a meter cizaña. La serpiente llega con una tentación que aleja del plan de felicidad de Dios Padre para sus hijos: “Seréis como dioses”.

Cuando pedimos a niños y adultos que representen en un dibujo este relato, la inmensa mayoría dibujan en el centro del Paraíso un árbol, el de la Ciencia o “del bien y del mal”, pero casi nadie se acuerda que el relato presenta dos árboles, el ya citado y el Árbol de la Vida.

Pues bien, es significativo que del Árbol de la Vida se puede comer con total libertad, sin restricciones, pero nosotros nos acabamos quedando una vez más con la parte “negativa” de la realidad. Es como si alguien solo valorará de los Stop en carretera el que no le dejan avanzar y, en cambio, no se congratulara de que el Stop hace también parar al otro y te deja pasar a ti.

El tentador nos anima a saltarnos los Stop, a no respetar a los demás, a

creernos por encima de todos, lo que acaba dañando todas las relaciones

empezando por las familiares.

Cuantas veces muchos de los conflictos familiares provienen de factores

ajenos a la propia familia, de tentaciones de lujos, del gran peligro de ocupar

más tiempo en cuestiones laborales, para ganar más dinero, que luego no

acaba revertiendo en la familia porque no hay ni tiempo para disfrutarlo…

A este primer conflicto esponsal le va a seguir, en nuestra próxima parada, el primer conflicto fraternal en Génesis 4.

 

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BIBLIA Y FAMILIA

Quique Fernández

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Iniciamos esta nueva sección coincidiendo que este año ha sido declarado “Año Amoris Laetitia” con motivo del 5º aniversario de la Exhortación Apostólica del mismo nombre.

DIOS PADRE

Nuestro punto de partida es que hemos sido creados familia de Dios. Dios Padre

nos ha creado como hijos y, por tanto, como hermanos.

Desde el comienzo de la Historia de la Salvación así lo concibió y, por ello, vivió

el Pueblo de Israel. Dice el Libro del Deuteronomio: “¿No es acaso Él tu Padre, el

que te creó?”

No solo está asegurando que Dios es Padre sino que, además, está demandando

para él ese trato tanto en cuanto a reconocerlo como tal como a las

consecuencias de respeto, obediencia y reciprocidad que conlleva.

Pero es que, aún más, no debemos olvidar que Dios Padre no solo nos ha

constituido Familia de Dios, en una relación trascendente y espiritual, sino que

también nos ha creado y dotado de una familia humana.

Todos nacemos de padre y madre, no por casualidad sino porque está así

impreso en el plan de Dios, en su plan de felicidad para sus hijos.

No es, pues, de extrañar que toda la Biblia gire en torno a esa doble relación familiar: familias humanas que viven una relación filial con su Padre Dios.

Como iremos viendo a lo largo de estos artículos bajo el epígrafe general de “Biblia y Familia”, la Historia de la Salvación está constituida de relaciones familiares: Desde el Génesis con Adán y Eva, Caín y Abel, Abraham e Isaac, Esaú y Jacob, José y sus hermanos, pasando por libros como los de Rut o Tobías, teniendo su culmen con la Sagrada Familia, y llegando a matrimonios como Aquila y Prisca, colaboradores de Pablo.

Pudiera ser que alguien dijera: “¡vaya novedad! Claro que todo el mundo tiene su familia”. A lo que podemos responder, con el mismo tono de obviedad: “precisamente ahí queremos llegar”. Dios nos ha constituido familia humana a imagen de la familia espiritual que ha formado Él como Padre con nosotros sus hijos. Y para rematarlo, además se ha querido encarnar en la persona de Dios Hijo como persona humana que forma también parte de una familia humana.

La gran novedad de Jesús es que reafirmando, por supuesto, que Dios es Padre como Creador nuestro que es, aun va más allá esta paternidad de Dios, porque la realidad más profunda y transformadora es que Dios es Padre no solo desde el hecho creador sino sobre todo desde el Amor. Dios Padre nos ama. Porque es Padre nos ama tanto y porque nos ama tanto es Padre. Dios Padre Amor son dos categorías inseparables.

Estamos llamados, a imagen de la comunidad de amor que constituye la Santísima Trinidad, a ser en relación a Dios Padre Amor su familia, comunidad de Amor.

Y, desde luego, muy importante, junto al comentario que haremos de todos esos protagonistas ya citados de la Historia de la Salvación, familias que son familia de Dios, también vamos a fijarnos una y otra vez, en la promesa de amor fiel que Dios Padre hace a sus hijos y que hemos llamado Alianza.

Próxima parada: el Paraíso.

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BIBLIA Y FAMILIA

Quique Fernández

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VIDA EN ABUNDANCIA

En el capítulo 1 del Libro del Éxodo se nos narra como el Pueblo de Israel está oprimido, esclavizado, por los egipcios y como, de entre las formas de tiranizar una destacaba sobre todas ellas: "Entonces Faraón dio a todo su pueblo esta orden: «Todo niño que nazca lo echaréis al Río" (1, 22)

Sucedió que una mujer israelita concibió y dio a luz a un niño que, tras ocultarlo durante tres meses, lo metió en una cesta de papiro y lo dejó en la orilla del río.

Por allí se bañaba la hija de Faraón que al divisar la cestilla pidió a una criada que la recogiera. Y en ella encontró al niño, al que de inmediato reconoció como hebreo, seguramente debido a la circuncisión.

Estamos ante un momento crucial. La hija del Faraón podría haber denunciado la presencia de un niño hebreo al que según la orden de su padre, Faraón, se le debía matar.

Pero no lo hace, apuesta por la vida y no por una ley injusta e inhumana.

No nos resulta nada difícil relacionar esta ley atroz con las leyes eugenésicas del nazismo. También entonces los hubo que mostraron su disconformidad con tal valentía que les costó la vida. Se podría pensar que no era su problema, como tampoco lo era de la hija de Faraón. Y, sin embargo, apostaron por la vida, y en el caso de los que objetaron contra las leyes nazis lo hicieron con la entrega de sus vidas.

Pues bien, después de que providencialmente la hermana del niño pudiese recomendar a la madre como nodriza, llega otro momento de enorme relevancia. Porque una cosa es no matarle y otra bien diferente es tomarlo como hijo.

La hija de Faraón adoptó al niño y “lo tuvo como propio” (2, 10) dándole su maternidad, su casa y el nombre de Moisés.

Tanto la adopción como la acogida de menores es una hermosa obra de amor de las

familias e, incluso, de misericordia, cuando hablamos de niños refugiados, huidos del

hambre, de la guerra, de la violencia doméstica.

Una egipcia nos ayuda en este capítulo a atisbar desde el Antiguo Testamento las

palabras de Jesús: “He venido para que tengáis vida y la tengáis en abundancia”.

 

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