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BIBLIA Y MISIÓN

P. Toni Plaza, MSC

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VAYAN POR TODO EL MUNDO... TRAS LA PASCUA, LA MISIÓN

Ya hubo experiencia misionera con anterioridad (Mc 6, 7-13; Lc 9, 1-6) en la

que hubo un compartir posterior con Jesús para ver cómo había ido

(Mc 6, 30-31). Me da la sensación que los envíos misioneros después de la

experiencia del Resucitado (el Cristo de la fe; no con el Jesús histórico) son

diferentes. Ahora que estamos en pleno tiempo pascual y antes de la venida del

Espíritu Santo nos vendrá bien reflexionar sobre este punto: Pascua y Misión.

Parece que los envíos con el Jesús histórico son más como de “prueba”, “a ver

cómo nos va”, “cómo podemos ir orientando mejor nuestro compromiso a medida que vamos adquiriendo experiencia” … Por eso, el sentirse enviados sin descuidar un compartir posterior con el Maestro es fundamental para la Misión. Supuestamente, compartiendo con el que nos llama, podremos comprender mejor a qué nos ha llamado, cuál sería nuestra misión de por vida… Y si me apuran, distinguiría dos tipos de envío misionero después de haber tenido la experiencia del Crucificado, que queda orientada con el Resucitado y con Pentecostés. La escuela de la fe no es simple teoría es un testimonio de muerte, entrega, y Pascua, Resurrección, vida renovada.

Juan en su evangelio nos habla de una primera donación del Espíritu por parte del Resucitado antes de la increíble experiencia de Pentecostés. Estamos hablando de Jn 20, 19-23. Primero destacar la importancia que se da al día de la Resurrección con las expresiones “primer día de la semana” (cf. Mt 21, 8; Mc 16, 2. 9; Lc 24, 1. 13; Jn 20, 1. 19; Hch 20, 7) y la de “ocho días después” (de domingo a domingo; Jn 20, 26). En esta ocasión, la donación del Espíritu es para perdonar (cf. Jn 20, 21), porque quizá no sabemos cómo hacerlo, por eso nos da el Espíritu, para hacerlo como corresponde. La primera petición del Resucitado a sus discípulos es ser testigos de reconciliación, de perdón… porque el mundo lo necesita. La paz que da en el saludo no es circunstancial, para “romper el hielo”. Sin paz, llenos de heridas, resentimientos, miedos, no puede verse con claridad. El pasado queda atrás, el Señor hace nuevas todas las cosas (cf. Ap 21, 5). Dejemos de destruir la vida; unidos, reconciliados, defendamos la vida y cuidémosla. Quizá por eso les ofrece la paz en dos ocasiones en un mismo momento (Jn 20, 19. 21).

A María Magdalena, a los de Emáus (aunque lo reconocieron al partir el pan), en la aparición junto al lago de Jn 21… Jesús se aparece en un exterior. En esta ocasión, se aparece en una habitación, quizá recuerde el amiente de la última cena, es la comunidad en el sentido más pleno, la comunidad reunida en el nombre del Señor Resucitado presente en medio suyo. Pero no estaban todos y cuando regresa, “ocho días después”, ni antes ni después, vuelve a hacer lo mismo: “paz a vosotros”. Y les muestra las señales del Crucificado en manos y costado, porque el Resucitado fue primero Crucificado. La vida auténtica se da cuando se entrega. Una vez confirmada esta experiencia Jesús les envía otra vez y ya van a estar “solos”. El Enviado es un título amado por el evangelio de Juan (3, 34; 4, 34; 13, 16; 15, 21; 17, 3… etc). No puede quedarse la comunidad encerrada en la eucaristía (“puertas cerradas” en Jn 20, 26); había que levantarse, salir de ahí, ser enviado (como en Jn 14, 31, después del discurso eucarístico). Da el Espíritu soplando sobre ellos (20, 22), como signo de transmisión de vida (Gn 2, 7; 1Re 17, 21; Ez 37, 9; Sb 15, 11). Juan nos narra el nacimiento de la nueva humanidad gracias al espíritu de Jesús.

Un segundo momento de envío por parte del Resucitado antes del gran Pentecostés es al final del evangelio (Mc 16, 9-16), antes de la ascensión. A partir de ahora los discípulos sí van a estar “solos”. Cuenta brevemente las apariciones y parece haber un fuerte reproche a la primera comunidad cristiana por no creer a los testigos de la resurrección. A pesar de este reproche, hay un envío misionero. Un autor tardío (hacia el s. v) añade al v. 14 un texto muy curioso (sólo existe un manuscrito en el que aparece este texto) que dice, a modo de excusa de los discípulos, algo así: “Este mundo anárquico e incrédulo …, que no permite que sea acogida la verdad de Dios”. Los resultados no importan. Es difícil, pero el anuncio no se puede evitar. Es una fuerza mayor a nosotros mismos, a nuestras limitaciones y con lo que podamos encontrarnos. La propuesta hay que hacerla y según la manifestemos, calará fuertemente en las personas que anhelan una plenitud de vida. Cuando dan el sí, la opción por el bautismo es natural. Piensen que en esos primeros tiempos no había ningún adulto, o eran pocos, y ellos eran los que hacían opciones claras por el evangelio. Después de ellos, sus hijos lo harían por el testimonio alegre y comprometido de sus padres.

Estos dos envíos misioneros del Resucitado antes de Pentecostés, no hay que entenderlos como una sacramentalización: el primero la confesión (por lo del perdón y la reconciliación) y el segundo el bautismo. El Espíritu crea y mueve, o mueve y recrea, la vida y esta se celebra en los sacramentos. Se consolida en ellos y por ellos. Son la presencia sensible de Dios por medio de su Espíritu, de su gracia, en medio de la comunidad reunida en su nombre; en medio de la familia unida en su amor; en medio de la comunidad enviada y empujada por el compromiso del espíritu de Dios y encarnada en personas que se sienten animadas por ese mismo espíritu y hacen de sus vidas presencia de Dios.

Todas las reacciones:

 

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BIBLIA Y MISIÓN

P. Toni Plaza MSC
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LAS PERSONAS PASAN, LAS COMUNIDADES PERMANECEN

Y las comunidades están formadas por personas... Ya hace más de dos años que dejé la misión. Sigo conectado desde el corazón (aunque está ya haciéndose al cambio) y también por las redes. También, gracias a Dios, estoy conectándome a la misión que llevo ahora en mi país de origen, que, aunque no sea la tierra que me vio nacer, sí hay mucho que llevar y animar para favorecer el encuentro con el Dios de la vida y el Señor de nuestra fe. Las personas pasamos por los sitios, pero las obras permanecen. Mi paso por la misión fue básicamente en tres lugares, como párroco en dos de ellos y en uno como vicario. Yo pasé, las parroquias permanecieron y continúan… Es muy bonito ver cómo continúan. Se nota que el espíritu de Dios anima a las comunidades que se reúnen en su nombre. Mi deseo es que también estén acompañadas por personas que se dejan llevar, y animan a que otros se dejen llevar, por el espíritu de Dios.

Moisés fue sustituido por Josué para hacer entrar al pueblo de Israel a la tierra prometida. Nunca entendí bien porqué. Todos conocemos el motivo: los dos golpes que dio Moisés en la peña de Meribá para obtener agua en vez de decirlo de palabra (cf. Nm 20, 1-13); pero ¡qué exageración! ¿no? Bueno, ahora este no es el tema. La cuestión es que un gran líder como Moisés no llegó a completar la gran obra de liberación que comenzó y fue otro el que la concluyó. Hay momentos en la vida y en las obras que hay que saber dar un paso al costado para dejar que otros asuman el compromiso y crezcan en sus opciones. Y en verdad, porque Dios es el artífice de todo, la obra seguirá adelante con o sin nosotros; si no sigue adelante es porque no es obra de Dios. Ese paso al costado no significa dejar el camino o quedarse en la cuneta, sino no estar en el centro y dejar que otros lo ocupen. Jesús no quiso que el ciego Bartimeo estuviera al borde del camino (cf. Mc 10, 46-52). También Jesús, en un momento bien concreto de su ministerio, hace pasar a un discapacitado al medio porque, seguro, tenía algo que aportar (cf. Lc 6, 6-8). Jesús no le invitó a estar con él o ir hacia él, sino pasar al medio (¿al frente?).

En las misiones acompañamos a muchas comunidades en un amplio sector. Es imposible visitarlas diariamente, aunque procuraba acompañarlas muy de cerca y constantemente. Para que siguieran teniendo vida, se nombraba a un coordinador o animador con los que mensualmente nos encontrábamos en la sede central de la parroquia. Allí se daban orientaciones y se compartían inquietudes para el buen funcionamiento de toda la parroquia. Los coordinadores debían ser personas reconocidas en la comunidad. En una ocasión, uno de ellos renunció al poco de yo empezar como párroco. Me sorprendió, porque era muy buena persona, daba esa sensación, no llegué a conocerlo en profundidad, porque no me dio tiempo, pero sí me di cuenta de que era el primero en cumplir con los pedidos del obispado. Después deduje (puede ser que mi falta de dominio del guaraní pudiera influir) por qué tomó esa decisión: sabía de sus problemas con el alcohol y que no quedaba bien. La lástima es que no era consciente de sus muchas virtudes también.

Esto me ha hecho recordar el evangelio de Mateo en el que Jesús nos invita a hacer lo que dicen los letrados y fariseos, aunque ellos mismos no cumplan lo que dicen (cf. Mt 23, 3). Y es que el ser humano, desde una perspectiva creyente, se construye día a día como un proceso en manos de Dios y, por tanto, no es una obra perfecta ya acabada. El creyente puede tener muy buenas ideas e intenciones, pero como ser humano que es también limitaciones a la hora de vivir esas buenas ideas. Podemos escuchar dirigidas a nosotras las palabras del padre al hijo menor: “este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida” (Lc 15, 24). Además de nuestra fe tenemos el privilegio que la vivimos en comunidad para ayudarnos a ser fieles a nuestra esencia como creyentes.

“Las personas pasan, las comunidades permanecen”. Los que tenemos la suerte de no estar fijos en un lugar estamos agradecidos de poder compartir en todos los lugares donde estamos. Siempre hay experiencias nuevas que vivir, gente que conocer, con la que caminar y crecer. Desde hace poco

tengo la sensación de pisar “suelo sagrado” cuando comienzo en una nueva

comunidad. Y me sale, incluso físicamente, descalzarme al estar pisando

“suelo sagrado”, como Moisés ante la zarza ardiendo (cf. Ex 3, 1-17). A quien

sustituya y quien me sustituya, que se deje, que me deje acompañar por el

espíritu de Dios presente en esas nuevas comunidades que nos han puesto

en nuestros caminos paras seguir creciendo según los planes de Dios.

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PATERNIDAD ESPIRITUAL

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La vocación misionera es la más bonita que hay. Discúlpenme tal osadía, pero los que hemos tenido la suerte de ir más allá de nuestras fronteras y caminar con gente tan buena como la que hay por este mundo de Dios estaremos eternamente agradecidos por la llamada específica que recibimos. En la misión se establece vínculos de fe y compromiso por el Reino de Dios muy fuertes. Es asombroso compartir las ganas de trabajar por el Reino de Dios con gente tan entregada. También hay indiferencia y mucho “aprovecharse de las circunstancias” y del más débil y también “pa’que” sirva de trampolín para otros intereses, políticos, por ejemplo, pero todavía hay gente con ganas de hacer las cosas sin dobles intenciones y sólo por amor a Dios y al prójimo.

Hace unos días me encontré con estas palabras de Pablo a su discípulo Timoteo: “Doy gracias a Dios, a quien sirvo con conciencia limpia como mis antepasados, cuando constantemente te recuerdo en mis oraciones noche y día. Al acordarme de tus lágrimas, siento un gran deseo de verte, para llenarme de alegría. Recuerdo tu fe sincera. Así eran tu abuela Loide y tu madre, Eunice, y estoy convencido de que la recibiste de ellas” (2Tm 1, 3-5). Es una de las llamadas cartas pastorales, ya hacia el final de la vida de Pablo, desde la cárcel. La escribe a Timoteo, “mi querido hijo, hombre digno de confianza en el Señor” (1Cor 4, 17) y me hace sentir una comunión muy profunda y un reconocimiento de la vida de fe de Timoteo y de su abuela Loide y su madre Eunice, a las que tiene como punto de referencia también para vivirla fe.

Pablo, el gran misionero, no tuvo familia de sangre, esposa, hijos…, pero sí mucho parentesco en la fe. Los misioneros estamos solos pero acompañados, muy acompañados por las comunidades cristianas con las que caminamos y en las que encontramos mucha vida en personas que necesitan todo el apoyo “paterno” (afectivo, confianza, oportunidades…) para seguir creciendo. Timoteo, “había sido”, parece ser, acompañaba mucho a Pablo en sus compromisos misioneros: Hch 16, 1-3; 17, 14-15; 18, 5; 1Cor 16, 10; 2Cor 1, 19. Por eso existía tanta comunión entre ellos. Sin duda alguna, las lágrimas de Timoteo eran porque Pablo estaba ya en la cárcel, pero no hay que pensar en las lágrimas de la separación, sino en la alegría del encuentro, como propone Pablo, porque la fe y el compromiso por la evangelización supera cualquier limitación que las distancias podrían imponer y las dificultades llevarían a malograr sin piedad.

Saber de este caminar juntos (de Timoteo y Pablo) por los caminos de la misión me ha hecho recordar a dos jóvenes que me acompañaban a las comunidades que atendía. Tenemos una foto muy simpática los tres en la camioneta con gafas de sol como pertenecientes a una “patota” de delincuentes o, mejor dicho, como terratenientes de una gran estancia. El que más me estuvo acompañando me preocupaba que estuviera cada día conmigo por las tardes. Su madre me decía que prefería que estuviera conmigo visitando las comunidades que no con la mala “junta” (amigotes desubicados que siempre hay en el tiempo de adolescencia). Es un joven que no tuvo a un padre que le acompañase (sí tiene un gran padrastro, que tiene todo mi respeto porque fue capaz de devolver lo que se le dejó para poder dar su propia casa a la familia que estaba formando) y no parece que guarde rencor a su padre biológico. Es una buena persona, siempre al servicio de la Iglesia y de quien le pueda necesitar, por eso, ya en la distancia, sigo apoyándole en cada emprendimiento que se anime para su formación. Le dije que esta ayuda no es simple caridad. Es la respuesta a tu capacidad de entrega, porque cualquier apoyo a tu formación significa un servicio a la comunidad donde estés; estoy convencido que seguirás al servicio de quien te necesite.

Del otro joven perdí la pista ya cuando estaba todavía en Paraguay. Cuando se independizó de los parientes que le “adoptaron” no estuvo comportándose como me imaginaba que se iba a comportar. Su familia biológica, sus progenitores, no estaban a la altura de la responsabilidad y bendito compromiso de ser

padres. Quizá le faltó la confianza que los vínculos de familia le podían dar. No

entendía por qué recibía ayuda para su formación; creo que no se lo creía. No tengo

por qué saber de su vida (cada uno es libre, aunque del primero sí sé y no creo que

tenga la sensación de “tener que rendirme cuentas”) y quizá esté siendo la excelente

persona que era cuando le conocí, pero… ¿¡no se lo creía!? En fin, le deseo todo lo

mejor. Creo que estoy entendiendo a los padres de familia cuando ven crecer a sus

hijos y tomar decisiones en la vida. En el caso del parentesco espiritual, se trata de

opciones por el Reino de Dios.

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BIBLIA Y MISIÓN

P. Toni Plaza, MSC

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¿ADVIENTO O NAVIDAD?

Litúrgicamente estamos en Adviento, pero gracias a los centros comerciales y a los alcaldes (intendentes) de muchas ciudades con las decoraciones y luces navideñas, que ya han colocado “a bombo y platillo” (en la ciudad de Vigo, España, por ejemplo, su alcalde alardea que este año han superado a la ciudad de Nueva York, en fin… y con “la que está cayendo”), parece que ya estamos en navidad. También es verdad que algunos grupos de Iglesia que nos vemos, como grupo, mensualmente vamos a adelantar los festejos del grupo para que cuando lleguen las fechas señaladas lo podamos hacer tranquilamente en familia. Por ejemplo, los de Fe y Luz de Valladolid ya lo haremos este domingo 4 de diciembre, con turrones y villancicos, aún en adviento, seguro será una tarde magnífica. Más adelante ya vendrán las cenas de empresa…

Pero lo importante, ¿qué es?: el Emmanuel, el Dios con nosotros, el Dios en medio nuestro. ¡Es la gran verdad y la gran alegría de nuestra fe! Por eso lo celebramos cada año y no es una simple celebración monótona y repetitiva. ¿Qué sería de nuestra vida sin esta verdad de fe? No es que quiera decir que la nuestra sea la mejor, pero es muy bonito sentir a nuestro Dios como compañero de camino, como presencia viva en medio nuestro, como Aquel que nos dio la vida y la vive con nosotros y nos acompaña, aunque muchos, incluso creyentes, les cueste sentirlo.

Era una sensación muy entrañable la que tenía cuando en estos tiempos de Adviento y Navidad recorría las comunidades y veía a familias que se reunían para celebrar los encuentros de Navidad en Familia que eran al menos una vez a la semana como preparación para la navidad. Yo les animaba que lo hicieran en sus casas y abrieran las puertas a los vecinos. Ya en la capilla nos reuniríamos para celebrar la eucaristía o, si querían, para hacer el pesebre viviente… Y ya todo apuntaba a la celebración y a la presencia del niño Dios en la vida de las comunidades. En el campo en países de misión donde las casas estaban separadas, también lo estaba el local-capilla que usaba la comunidad para rezar y reunirse como tal. Nosotros íbamos una vez al mes, pero piensen en todos los lugares donde la presencia sacerdotal para celebrar los sacramentos de nuestra fe se demoraba más en el tiempo…

Igualmente, ver estos símbolos navideños y estos encuentros entre familias vecinas daba la sensación de la presencia de Dios en cualquier parte, en todas partes. Recuerdo cuando hacía visitas caminando entre los campos, acompañado del animador o algún miembro de la comunidad, al llegar a una casa, veías como un pequeño altar, una pequeña gruta con una cruz, una imagen de la virgen o de algún santo de mucha devoción en la comunidad. La presencia de Dios no llega tan a menudo por medio de sus sacramento, pero sí está “porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18, 20).

Para muchos, en el caminar de la vida, parece que Dios no está. Lo que dijo Jesús al final del evangelio de Mateo (“Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin de la historia” en 28, 20) no acaban de entenderlo. Dios, Jesús, siempre cumple sus promesas, aunque no siempre cumpla lo que le pedimos. ¡Claro! Lo importante o lo necesario para sentir esta fidelidad es que permanezcamos unidos a Cristo y en armonía entre nosotros (cf. 1Cor 1, 4-13). Una sociedad dividida va a la ruina (cf. Mt 12, 25; Lc 11, 14-23).

Me quedo con eso de una familia, una casa, dividida, va a la ruina. Una persona con mucho ruido interior y también ruido exterior demasiado pierde la serenidad y la capacidad de ver, comprender, “tirar pa’lante” … Y qué diferente es cuando se ve una familia, al menos la pareja de esposos, unidos y con Jesús, con la presencia de Dios, en medio de ellos que los une y los fortalece. La verdad es que son una auténtica bendición para la comunidad donde viven y en la que participan. Puede que a pesar del caminar comprometido de los esposos con Dios y con la comunidad, los hijos no lo vivan con tanta generosidad. Parece que eso del ejemplo o la “influencia”, buena o mala, de unos sobre otros es un camino de doble dirección.

Son muy curiosas las circunstancias tan variadas que pueden darse. No voy a decir el lugar, porque quizá lean este artículo, pero recuerdo una familia de una de las parroquias que acompañé hace ya unos años. El hijo mayor, muy capaz y con grandes dotes de liderazgo, se confirmó y trabajó en la pastoral juvenil. Trajo a sus padres a la Iglesia. Se casaron después de muchos años y cuatro maravillosos hijos y se comprometieron a trabajar en la Iglesia. Sorpresivamente el hijo, en cuanto se casó, se fue del pueblo a una ciudad mayor, montó un próspero negocio y se alejó de la Iglesia. Sus padres seguían con su compromiso, pero al cabo de poco tiempo también lo dejaron. Siguen siendo muy buena gente, pero la experiencia de Dios parece que fue circunstancial y limitada en el tiempo. ¿También limitada en la intensidad? Yo, con mucho respeto, creo que también, porque Jesús, si engancha de verdad, ya no te puedes soltar: “estaré con ustedes todos los días” …

A propósito de esto, sucedió una desgracia terrible hace ya muchos años. Muchos fallecieron en un incendio dentro de un gran supermercado situado al lado de una parroquia. A esa hora, hacia el mediodía, muchos niños de la parroquia, con sus familias, estaban allí. Habían celebrado un torneo de futbol y estaban

comiendo juntos. Sucedió la desgracia, un incendio. Los dueños del

supermercado, por miedo a los robos y, supongo, por no dimensionar el alcance

de la desgracia, cerraron las puertas. Fue como un horno crematorio. Hubo

después todas sus consecuencias penales, pero no voy a entrar en detalle. Eso

no va a devolver a la vida a los difuntos. Quiero compartir lo que dijo un

superviviente. Vio, dice, a una pareja joven que, no habiendo ya posibilidades

de salir con vida del incidente, se pusieron de rodillas a rezar. ¿Dónde estaba

Dios en ese momento? Seguramente de rodillas, rezando con ellos, sin entender

el sinsentido de la humanidad. Que las próximas fiestas de navidad, la sonrisa

del niño Dios nos haga sonreír a la vida para vivirla con la dignidad que se debe.

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LOS SANTOS, TESTIGOS DE LA OBRA DE DIOS

P. Toni Plaza, MSC

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Empezamos el mes de noviembre con la festividad de todos los santos. Al día siguiente recordamos a los fieles difuntos. Es tradición en el pueblo creyente ir estos días y visitar a los que nos precedieron en la fe en los campos santos o cementerios de todo el mundo. Son dos celebraciones unidas en las que la iglesia “militante” (término que no me acaba de convencer), que somos los que seguimos caminando en esta vida; la iglesia “purgante” (que tampoco me acaba de convencer) y es la que está viviendo el proceso de purificación después de caminar por este mundo; y la iglesia “triunfante” (siguen sin convencerme estos términos), que es la que sabemos que ya está gozando “de la presencia de Dios en el cielo”; nos unimos en oración y acción de gracias por la acción de Dios en nuestras vidas. Los santos fueron los que nos han dado el testimonio de que seguir a Jesús de verdad es posible y, aunque tenga sus dificultades, se puede vivir. Ellos fueron como nosotros y no tuvieron miedo por ponerse tras las huellas del maestro.

El reconocimiento y valor que damos a los santos no es aceptado por gente de otras confesiones y menos aún por miembros de las sectas. Por tierras de misión hay mucho conflicto con todos ellos por estos temas. Y en las redes sociales, nuevo campo de misión y evangelización, también aparecen estos acalorados debates. Muchas veces fruto del fanatismo y del deseo de no querer entrar en un diálogo y respeto de la cultura y las tradiciones. Ya últimamente, en el perfil de un querido hermano sacerdote, veo que se está suavizando este debate. Al menos ya no dicen que “adoramos” y se quedan en afirmar que “ellos” no veneran imágenes. En este escrito, pretendo, desde la Biblia argumentar la función de las imágenes en nuestra espiritualidad y, sobre todo, aclarar la diferencia entre imágenes e ídolos, que sí son condenados por la Palabra de Dios y son cosas bien diferentes.

Es verdad que en Ex 20, 4-6 encontramos la petición de Yahvé para no hacer “estatua ni imagen alguna” (v.4). Deberíamos comprender bien qué es lo que quiere decir. Y la confusión viene porque le ponemos el mismo significado a las palabras imagen e ídolo. Son dos cosas bien diferentes: la imagen nos recuerda algo (nos acerca a Dios, a nuestro compromiso), y el ídolo es lo que nos fanatiza (reemplaza a Dios) y nos hacemos sus seguidores “enfrentándonos” a otros (“los que no son de los nuestros”, decimos). Lo que Dios no quiere es que adoremos a otros dioses (ídolos) haciendo prácticas de otras religiones: sacrificios rituales (2Re 16, 3; 21, 6), por ejemplo. O nos hagamos otros dioses como hizo Israel con el becerro de oro: Ex 32, 1-8, que sí fue una imagen convertida en ídolo, por maldad del pueblo.

No voy a detenerme en cómo no hubo problema de parte de Dios para pedir hacer imágenes de querubines (ángeles del cielo: Ex 25, 18-20) o motivos florales (Ex 37, 19) como decoración del Templo o la construcción del Arca como presencia de Dios en medio del Pueblo ante la cual Josué y su gente no tuvieron ningún reparo en postrarse durante toda la tarde (Jos 7, 6).Pero sí quiero hablar de una petición que Dios le hizo a Moisés al pedirle la famosa serpiente de bronce (una imagen): Nm 21, 4-9. El uso de esta imagen era para una cosa buena: sanar de las mordeduras de serpiente. Lo malo es que, con el paso del tiempo, el Pueblo, que olvida la Palabra de Dios, convirtió esa imagen en un ídolo (mirar 2Re 18, 4), pero eso no es problema de tener la imagen, sino del Pueblo que, sin formarse adecuadamente, hace lo que hace.

Las imágenes que hacemos de nuestros santos son sólo imágenes. No son ídolos. Nos recuerdan a personas como nosotros que fueron fieles al Señor y nos animan a nosotros en nuestro camino de fe. No sustituyen a Dios, sino que nos llevan a Él. Nos recuerdan que es posible ser fiel y perseverar hasta el final. Cuando tenemos la foto, por ejemplo, de nuestra madre y la besamos, no estamos besando a nuestra madre, sino a una imagen de ella, pues lo mismo pasa con nuestras imágenes de los santos, nos recuerdan a hermanos cristianos que fueron fieles al Señor.

Otra cosa importante. El texto de Ex 20, 4 es del antiguo testamento. Jesucristo no dice nada sobre las imágenes. Recuerden que nosotros somos cristianos, es decir, de Jesús y como punto de referencia le tenemos a él y lo que descubrimos en el Nuevo Testamento, que es para los cristianos. Lo que hay en el Antiguo Testamento lo usamos si nos habla de Cristo y su mensaje, y si no lo hace, no le hacemos caso. Pero esto lo hizo el mismo Jesús que cambió cosas del Antiguo Testamento. Por ejemplo, el texto de Deuteronomio 22, 22-24 es bien claro y Jesús no lo siguió, aunque estuviera en la Biblia no le hizo caso e hizo algo muy diferente en Juan 8, 1-11 (es el texto de la pecadora adúltera: “quien esté libre de pecado …”). Jesús no condena las imágenes y sí los ídolos. Los primeros cristianos tuvieron bien clara esa diferencia por eso hablan de ídolos y no de imágenes: “Hijos, guardaos de los ídolos. Amén” (1Jn 5, 21).

Es verdad que Jesús no dijo nada de que pudiéramos hacer imágenes de los santos ni de Él, pero tampoco lo prohibió. Esto es muy simple y repetimos lo que ya dijimos anteriormente. Nosotros somos cristianos, del Nuevo Testamento, seguidores de Cristo, queremos vivir lo de las primeras comunidades cristianas, que sí compartieron la vida con Jesús de Nazaret. Como no está prohibido y, además, nos ayuda y estimula en la fe el ejemplo de aquellas personas que tuvieron nuestras mismas limitaciones y dificultades, pero que fueron fieles al plan de Dios, por eso hacemos imágenes de ellos para que nos animen en nuestro camino

de fe. Piensen, además, que cuando no se había editado ningún libro todavía y

la gente no sabía tanto leer, las imágenes ayudaban a la catequesis. Las

imágenes cristianas más antiguas conservadas datan de alrededor del año 70

después de Cristo. O sea, que desde el principio no existió ningún problema

para los cristianos (y conocían muy bien Ex 20, 4) en hacer representaciones

para confirmarse en la fe, para animarse en su espiritualidad. Estaban sobre

todo en las catacumbas, que eran lugares escondidos en donde se reunían los

cristianos. Las primeras esculturas cristianas datan del s. III.

 

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BIBLIA Y MISIÓN

P. Toni Plaza, MSC

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DE LA DEVOCIÓN A LA ESPIRITUALIDAD: EL CAMINI-MISIÓN DEL CORAZÓN (2ª parte)

La imagen del camino es muy significativa en la espiritualidad cristiana. No sólo porque Él sea el Camino que hemos de recorrer para vivir la Vida en plenitud, en Verdad (cf. Jn 14, 6); también es lo que los primeros cristianos hicieron de su servicio al Reino de Dios siguiendo las huellas del Maestro: no quedarse quietos en sus casas, en sus vidas, sino hacer de ella (su vida y su casa) el mundo, al que podían llegar, siguiendo caminos, para llevar la buena noticia del evangelio. Con esta última imagen me quedo y veo, y me veo, a tanta gente, con tanta gente, misionera por esos mundos de Dios recorriendo “caminos” y llevando la Palabra de Dios a lugares insospechados; yendo de casa en casa, dando golpes con las palmas, como llamando, a la entrada del terreno donde está la casa en el campo (no hay timbres eléctricos), como queriendo avisar que alguien llega y trae algo importante, una buena noticia.

Hay otras formas de hacer camino: la peregrinación. En Europa ya es tradicional y secular el Camino de Santiago, que nunca he llegado a realizar. Sí que hice unas etapas del que abrieron hace poco: el de San Ignacio de Loyola. En Argentina y en Paraguay, donde he estado de misionero, tiene mucha historia las peregrinaciones a los santuarios marianos de Luján y Caacupé respectivamente. En el de Santiago hay muchísimos peregrinos; el de San Ignacio no tantos, porque es reciente, e impresiona, cuando se cruzan los dos caminos, la cantidad de peregrinos que hay en el de Santiago y los pocos que íbamos en dirección contraria (cuando yo lo hice con dos amigas nos acompañamos con un solo peregrino). En cambio, las peregrinaciones en Latinoamérica son únicas y multitudinarias. Así como en Europa puedes encontrar peregrinos, sobre todo en verano, durante todo el año; por Paraguay es sobre todo el 08 de diciembre.

Caacupé se pone “a tope de gente”. Cuando llega el momento de la misa central, la ciudad y la carretera de acceso se hacen intransitables. Sin estar en ciudades como Calcuta y Bombay en la India, me puedo imaginar lo que es gente viviendo en las aceras (veredas) de las calles. Yo iba ya la noche anterior y con otros hermanos en el sacerdocio ofrecíamos la posibilidad de confesión, durante toda la noche, a los peregrinos que iban llegando. Un año estuve hasta las cuatro de la madrugada con mi termo de mate para que el sueño no me venciera. Sin entrar en muchos detalles, para poder atender al mayor número posible de peregrinos, teníamos una pequeña conversación sobre la vida de fe. No quiero decir que no valiera ese día o el gesto religioso que hicieron muchos de los que participaban en la peregrinación, pero era curioso que su vida de fe durante el año sólo se trataba de esa peregrinación para “darle gracias a la Virgen por la salud, porque encontré trabajo, porque conseguí construir mi casa…”;ylo curioso es que la participación en la Iglesia durante el resto del año era nula o escasa en comparación con la emoción con la que se vivía esa peregrinación.

Esa noche quise ir a ver a los de la pastoral juvenil de la parroquia que estaban en un puesto poco antes de llegar al santuario de Caacupé animando a los peregrinos con canciones, puesto de agua… No llegué a verlos con tanta gente como había. No había coches sólo gente caminando y yo en dirección contraria. Se “burlaban” de mí (“¡eh, que es para el oro lado!”, me decían). Fue una experiencia socio-religiosa-cultural muy interesante. No todos, quizá un tanto por ciento muy pequeño (… cuentan un año que casi la mitad de Paraguay estaba esa noche en Caacupé), pero había gente que no sé a qué iba: estaban borrachos, con música (cualquiera) a todo volumen sentados en el pasto sin ningún sentido de peregrinación ni de recogimiento.

Éstos estaban haciendo una práctica religiosa sin ningún tipo de compromiso para sus vidas. Y los que estaban ahí para agradecer por la salud, el trabajo y su casa… olvidándose de la fe durante el resto del año, con todos mis respetos, parece que confundían la fe como un amuleto de la suerte. Para nada se sintieron movidos como Abrahán cuando Yahvéle propuso salir de su tierra y caminar para ir a donde Él le

iba a mostrar (cf. Gn 12, 1-8). Es un gesto de confianza en el que deja sus

seguridades para estar disponible a los planes de Dios. Deja su vida para vivir la

propuesta de Dios. Nada que ver tampoco con la experiencia del pueblo de Israel en tiempos de Moisés y Egipto cuando sintieron la necesidad de acudir a su Dios para sentirse liberados

(cf. Ex 2, 23b-25; 3, 4-17).

Hay que tener valor para hacer las opciones en la vida que sean necesarias

y ponerse en camino hacia ese mundo mejor que es el Reino de Dios. No basta

simplemente con hacer gestos externos (“ir a misa”, “primeros viernes”,

“ayunar los viernes de cuaresma”…) si no hay una transformación en nuestra vida,

si no hay un compromiso para vivir según los sentimientos del Corazón de Jesús que tuvo para con su Padre y para con la humanidad. De la devoción a la espiritualidad, ésta es la propuesta, que nuestro corazón se mueva al ritmo del de Jesús…

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BIBLIA Y MISIÓN

P. Toni Plaza MSC

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MARÍA, DISCÍPULA Y MISIONERA

Recién acabamos el mes de mayo, mes de María. En otras partes del mundo, aunque no sea primavera, lo digo por lo de las flores, también se dedica este mes a María. El canto de “Con flores a María” viene muy a tono para la ocasión. Los católicos queremos mucho a María (Lutero también; tiene unas hermosascitas y pensamientos dedicados a ella) por ser una creyente fiel y coherente en su entrega a Dios. En la espiritualidad cristiana hay muchas devociones y formas de llamar a María que hablan del reconocimiento que el pueblo sencillo le da por “todas las generaciones” (cf. Lc 1, 48b) a la Madre de Dios. En cada parte del mundo, sea en las grandes ciudades o en la comunidades cristianas más apartadas de la “civilización”, existe una capillita con un nombre mariano. Ciertamente, esta amplia variedad son como un enorme ramo de flores con el que alegramos nuestras vidas, nuestras casas y comunidades, en recuerdo de la llamada “llena de gracia”.

“El criterio de realidad, de una Palabra ya encarnada y siempre buscando encarnarse, es esencial a la evangelización. Por otro lado, este criterio nos impulsa a poner en práctica la Palabra, a realizar obras de justicia y caridad en las que esa Palabra sea fecunda. No poner en práctica, no llevar a la realidad la Palabra, es edificar sobre arena, permanecer en la pura idea y degenerar en intimismos … que no dan fruto, que esterilizan …” el dinamismo del evangelio (Evangelii Gaudium, 233). Negar la presencia de María en la evangelización es negar la realidad precisamente por ese amor que le tiene el pueblo creyente sin necesidad de ser propuesto. Surge espontáneamente. Y creo que es muy útil evangelizar con ella y a partir de ella. El “hágase en mí según tu Palabra” (Lc 1, 38) es lo que hace realidad encarnada la Palabra de Dios, Cristo.

Cuando empezamos nuestra misión en Paraguay. La primera presencia la hicimos en el sur del país a 10 km del río y 110 de Encarnación, capital departamental, hacia la frontera con Brasil. Al principio eran 35 comunidades las que atendíamos (mientras estuvimos allí, se crearon 5 más y una de ellas dedicada a Ntra. Sra. del Sgdo. Corazón) y estaban muy bien organizadas. El cura anterior a nosotros, un zamorano que bien se notaba de hacia donde era por el color oscuro de su piel, había puesto puntos estratégicos en todo el área de la parroquia bajo el amparo de devociones marianas que él mismo había propuesto: Virgen del Encuentro y la Virgen del Paso.Y las propuso con una intención catequética y eclesiológica, de ser Iglesia.

Las dos estaban en diferentes límites parroquiales entre una comunidad de nuestra parroquia y otra de la parroquia vecina. La del Encuentro, al referirse a María, me recordaba al “encuentro” tan revolucionario entre esas dos grandes mujeres, primas entre ellas, que provocó el primer anuncio del Mesías hecho por el profeta Juan y lo hizo incluso antes de nacer (Lc 1, 41-45). Isabel ya manifiesta el espíritu de las bienaventuranzas proclamando a Maríadichosa (“macarismo”: género literario muy utilizado, tanto en la Biblia hebrea como en el Nuevo Testamento, más conocido con el nombre de bienaventuranza) por haber creído y también le profetiza que todo lo que escuchó de parte de Dios se cumplirá, ya que en ella, en Isabel, el Señor también hizo maravillas.María también siente que por su opción será reconocida como dichosa por la generaciones futuras (cf. Lc 1, 48b). Es, sin duda, una invitación a vivir nuestra fe con la misma disponibilidad de María. El fruto de sus entrañas va a ser algo grande para la historia de la humanidad: es una experiencia de fe muy vivida en el Antiguo Testamento (Gn 1, 28; 9, 1; 17, 16; Dt 28, 4).

Y fruto de este encuentro viene el canto del Magníficat (Lc 1, 46-55): verdadera joya literaria y experiencia movilizadora de Dios en el corazón de una mujer creyente. “La dirección del viaje de la Virgen … es particularmente significativa: será de Galilea a Judea, como el camino misionero de Jesús (cfr. Lc 9, 51). En efecto con su visita a Isabel, María realiza el preludio de la misión de Jesús y, colaborando ya desde el comienzo de su maternidad en la obra redentora del Hijo, se transforma en el modelo de quienes en la Iglesia se ponen en camino para llevar la luz y la alegría de Cristo …” (Juan Pablo II, Discurso en la audiencia general, 2-X-1996). El biblista Luis Alonso Schökel, analizando el magníficat en la Biblia del Peregrino,habla que María “en el cambio prodigioso de virginidad a maternidad descubre el estilo y esquema de la acción renovadora de Dios” (cf. Lc 1, 51-55; haciéndose eco de lo ya anunciado con anterioridad en 1Sm 2, 4-8, cántico de Ana, y Sal 113, 6-9). Sí, ese encuentro produjo esperanza en el pueblo. Y la unión, “encuentro”, de dos comunidades cristianas también.

La Virgen del Paso, precisamente, estaba antes de cruzar un río, en balsa, a otra comunidad. Al hablar del Paso, rápido conecté con el paso de Israel por el Mar Rojo saliendo de Egipto, lugar de esclavitud, de camino a la Tierra Prometida, “a un país grande y fértil, a una tierra que mana leche y miel” (Ex 3, , atravesandoel desierto, lugar teológico. Al cruzarlo, Miriam (María, coincidencia interesante), hermana mayor de Moisés, y las mujeres de Israel cantaban la grandeza de Dios que ayudó a su pueblo, como en el

Magníficat. Con María de Nazaret, caminando a nuestro lado tras las

huellas de su hijo Jesús, nuestros pueblos, llenos de fe, pueden

conseguir la tan esperada liberación de todo aquello que no nos

ayuda a vivir con dignidad. Es la tierra prometida del Reino de Dios

que vamos construyendo con nuestra perseverancia en encarnar la

Palabra de Dios, que quiere fecundar nuestras realidades

(cf. EG, 233).

 

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BIBLIA Y MISIÓN

P. Toni Plaza, MSC

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La vida es como el agua… cuando hay en abundancia, nunca se detiene…

“Una mirada de fe sobre la realidad no puede dejar de reconocer lo que siembra el Espíritu Santo” (Evangelii Gaudium, 68). Muchas veces corremos el riesgo de tener la respuesta a todo lo que pasa, porque somos gente preparada y con mucha experiencia, y si no encontramos la solución, siempre nos estaremos lamentando con el típico “¡hacia dónde vamos!” o “antes no era así”. Lo que está claro es que últimamente la velocidad de la vida es rápida y cosas que no esperábamos (la pandemia) han traído procesos que nos sorprenden y para los que no estábamos preparados. Queremos volver a lo de antes, pero, me temo, eso no va a ser posible.

No puede ser que el Espíritu Santo no esté presente y no está queriéndonos decir algo. Él siempre ha estado activo haciendo por la humanidad y moviendo a las personas. Lo vemos en la Palabra de Dios desde el principio, en la creación del mundo (Gn 1, 2) hasta el final, ayudando a la Iglesia (la Esposa) a que el Señor Jesús llegue definitivamente con su paz (Ap 22, 17-21). Y en medio de esta Historia de Salvación tan entrañable, que es la Biblia, hablando por los profetas (Ez 11, 5; Mi 3, 8; Zac 7, 12 por ejemplo) y en el inicio del ministerio de Jesús (Mc 10, 1 y paralelos) o con la primera comunidad cristiana (en el inicio, Hch 2, y en las dificultades, Hch 4, 31) y en la muerte del primer mártir (Esteban, Hch 7, 55). El Espíritu Santo siempre alentando, consciente o inconscientemente de parte de los que luchan por la vida.

No se ven las cosas del mismo modo desde esta parte del mundo que desde otras, más en concreto hacia el sur. Me parece que no es apropiado decir que aquí ya perdió la fe el partido de la vida y que en el sur son más creyentes. Sí que es verdad que los que vienen a la Iglesia son más activos, pero también existe indiferencia y, dado la poco presencia de instituciones para el bien común (escuela, iglesia, comisaría, hospitales…), existe “abandono” y despreocupación teniendo como única salida la solidaridad y el apoyo. Todo esto influye en la dinámica de la vida provocando que también haya violencia, alcoholismo, peleas con finales dramáticos y aparecen “mesías” o políticos que se creen salvadores de los “pobres alejados de la civilización y de las posibilidades de crecimiento para después quedar en el olvido”.

Pero siempre hay gente buena que sale adelante y ayuda a salir adelante, que entiende perfectamente que no se puede vivir de este modo. Y espontáneamente surge en ellas la necesidad de compartir. Recuerdo en la primera zona rural en el sur de Paraguay en la que estuve por cuatro años. Una soleada tarde de verano, aun en temporada escolar, me dirigía a una de las comunidades que atendíamos y en el viaje de ida me encontré a un grupo de niños que iban a la escuela (turno tarde). Claro, la camioneta del sacerdote, con carrocería abierta en la parte de atrás, siempre está disponible para llevar a gente. Me detuve y les hice subir. Ellos encantados. Al poco tiempo me encontré otro grupo de niños que regresaban de la escuela (turno mañana) y una de las niñas que llevaba, golpea el techo de la camioneta (señal para detenerme) y me fijo que uno de los que iban caminando le estaba dando los útiles escolares que ella había usado. Compartían sus materiales para la escuela. Se me quedó también gravada la imagen de niñas con 11 ó 12 años, o menos, con sus hermanitos pequeños sentados en sus caderas, porque no podían con ellos, cuidándolos porque sus padres estaban fuera trabajando. Con esa forma de vida, seguro aprenden lo que es la entrega, el sacrificio y la solidaridad. El Espíritu sopla con mucha fuerza en los pobres y en los que optan por acompañarlos: se contagian de esa vida que brota de ellos.

Cuando se habla de las periferias existenciales no referimos a todos aquellos que necesitan una palabra de aliento en sus vidas. “Una Iglesia cerrada es una Iglesia enferma. La Iglesia debe salir de sí misma. ¿Adónde? Hacia las periferias existenciales, cualesquiera que sean, pero salir”. Hay que salir, dice Francisco. Cuando dice estas palabras, no está muy claro a qué se refiere, pero siempre le hemos visto teniendo gestos con presos, inmigrantes, pobres… que nos recuerda mucho a Mt 25,35-36: “tuve hambre y me dieron de comer…”.

“Y les decía: La mies es mucha, pero los obreros pocos; rogad, por tanto, al

Señor de la mies que envíe obreros a su mies. Id; mirad que os envío como

corderos en medio de lobos”(Lucas 10, 2-3). Que los que envíes, Señor, sepan

trabajar unidos y no simplemente con mucha voluntad de servir, sino con

capacidad de trabajar en equipo y organizadamente, sin perder humanidad y con

el corazón al ritmo del tuyo. Guíanos según tu Espíritu, creador de vida, y que

sepamos vencer la cultura de muerte que quiere “cortar las alas” a los que

quieren vivir en plenitud: “Lucharon vida y muerte en singular batalla y muerto el

que es la vida, triunfante se levanta” (secuencia de Pascua).

 

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BIBLIA Y MISIÓN

P. Toni Plaza, MSC

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LUZ DE LAS NACIONES Y GLORIA DE TU PUEBLO

Aunque las fiestas de Navidad terminan con la fiesta del Bautismo del Señor (este año el 9 de enero), algunas familias siguen la vieja tradición de guardar el pesebre el día 2 de febrero, la Fiesta de la Presentación de Jesús en el Templo. En verdad es una fiesta relacionada con la Navidad. Según la Ley (Ex 13, 2. 12), todo primogénito será consagrado a Dios a los 40 días del nacimiento coincidiendo con la purificación ritual de la madre (Lv 12, 1-4). Había que ofrecer un sacrificio de consagración (Lv 12, 6-8) y, no pudiendo ofrecer una res menor, los padres de Jesús ofrecieron “un par de tórtolas o dos pichones” (Lc 2, 24). La Navidad, la Epifanía y la Presentación de Jesús en el Templo serían como la trilogía que narra la manifestación del niño Dios a la humanidad.

Más allá de la presentación de Jesús y la purificación de María, ¿qué sentido tiene esta fiesta? Curiosamente, “entre las iglesias orientales se conocía esta fiesta como "La fiesta del Encuentro" (en griego, Hypapante), nombre muy significativo y expresivo, que destaca un aspecto fundamental de la fiesta: el encuentro del Ungido de Dios con su pueblo”. El pueblo está representado por los ancianos Simeón y Ana, que son el testimonio vivo de la esperanza y la confianza puestas en las promesas de Dios: Él cumple su Palabra y “ya puedes dejar que tu servidor muera en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador…” (Lc 2, 29-30). Y como dice la versión que rezamos en las Completas de la Liturgia de las horas: “luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel”. Ese niño va a ser la luz que ilumina a los pueblos para construir la fraternidad universal. Ese era, y es, el sueño del Reino de Dios.

Por ese “luz para alumbrar…” existe la tradición de la “candelas” (velas), que se bendicen en la celebración de la eucaristía del día. Es curioso, por aquí hay poco simbolismo de este tipo (de hecho, en la misa que celebré esta mañana en una parroquia vecina, nadie trajo ninguna vela), pero en la misión, donde yo estaba en Paraguay, la gente traía sus velas para ser bendecidas. Alguna no era una vela por persona, sino varias, por cada miembro de su familia que no podía o no le apetecía participar de la celebración, pero, sobre todo las madres, que sí participaban, querían que sus familiares quedasen bendecidos y aparecían con cuatro o cinco velas en una mano o en las dos. Yo no decía nada, ni les decía que eran unas exageradas. Me parecía muy hermoso que trajeran tantas velas pensando en sus familias. Si las palabras no llegan, la oración sí traspasa los corazones, tarde o temprano, eso está garantizado.

El simbolismo de la luz es muy valioso. Recuerdo cuando me tocaba salir a mí solo a visitar las comunidades. Al regresar ya era de noche. Me gustaba quedarme en el camino, con la camioneta apagada (luces y motor). Cerraba los ojos y escuchaba. Impresiona los ruidos de la noche en el campo. Pero al abrir los ojos podías ver a lo lejos una luz de una casa (no subía mucho la factura de la luz en la gente del campo…) o un pequeño fuego de una cocina a leña y sabías que ahí había alguien y eso daba alegría y serenidad. Porque en caso de necesidad podías encontrar ayuda y un mate calentito, que te haga sentir como en casa.

El primer año que llegué a Paraguay era joven, recién ordenado de sacerdote, apenas cuatro años y sin experiencia parroquial (unos pocos meses en Argentina, pero en la gran ciudad, como diácono y después como sacerdote). Era vicario, nuestra parroquia empezó con 35 comunidades en todo lo que correspondía el municipio, y llegaron a ser 40, contando la que había en el pueblo central, además de la parroquia. El P. Rafa, que era el párroco y tenía mucha más experiencia en

la vida parroquial, invitaba por la radio, ya días antes, que viniesen a esta

celebración de la Presentación del Señor, las mamás que recién “dieron a luz”

(qué expresión tan bonita y tan relacionada a la fiesta del día) o estaban para

“dar a luz” en pocos días. Entonces, además de las velas, había muchas mujeres

con sus bebés o embarazadas para recibir una bendición especial. Era una

celebración muy hermosa y llena de vida. Se me quedó muy profundamente el

gesto y en varias ocasiones yo también lo hacía en las parroquias por las que

estuve pasando.

Si en algo he de estar agradecido a Dios por haberme llamado a la Misión, es el

hecho de acompañar a la gente sencilla del campo, que, aunque fueran pocos

habitantes, comparados con habitantes de las grandes ciudades, también querían

orar y vivir su fe, celebrarla en los sacramentos y sentirse acompañados por el Dios de la Vida, que envió a su Hijo para ser “luz de las naciones y gloria de su pueblo”. Hasta la próxima.

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BIBLIA Y MISIÓN

P. Toni Plaza, MSC

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Y AÚN SEGUIMOS FESTEJANDO

Las fiestas de Navidad acaban con la solemnidad litúrgica del Bautismo del Señor. A partir de ese día regresa el Tiempo Ordinario por unas semanas hasta que comience la Cuaresma con el Miércoles de Ceniza. En este mes de Tiempo de Navidad hemos condensado los treinta primeros años de la vida de Jesús en los que estaba viviendo con sus padres donde “crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre él” (Lc 2, 40).

De la infancia de Jesús no sabemos nada o más bien muy poco. A penas lo que nos dicen los evangelios de Mt y Lc. Tienen sus diferencias, porque cada uno se dirige a un grupo de cristianos diferente. Mateo escribía para los cristianos que procedían del judaísmo. Por eso, le interesaba presentar al niño reconocido por esos personajes que venían a presentarle regalos dignos por ser considerado Rey (oro), al reconocerlo en su divinidad (incienso) y como signo de su humanidad (mirra, que se usaba, por su buen olor, para embalsamar a los muertos, y Jesús, como humano, iba a morir, pero también se usaba como analgésico, reconociendo el poder de ese niño que iba a quitar el dolor del mundo). El evangelio de Lucas, llamado el evangelio de la misericordia, tenía otros destinatarios. No aparece el relato de los sabios de Oriente, pero sí se relata (en el evangelio de Mt no aparece) el anuncio a los pastores de Belén: la Buena Noticia del niño Dios que viene para todos, especialmente para los más pobres y desfavorecidos de este mundo.

Y, ¿qué ofrecieron los pastores de Belén como regalos? ¿Coincidieron al mismo tiempo que esos hombres llegados de lejanas tierras? ¿Con qué obsequios se quedaría más contento el niño-Dios? ¿Cuáles entendería o le atraerían más? Me imagino a los pastores, con sus esposas e hijos, todos estarían avisados de boca en boca, cantándoles canciones y con danzas o haciendo representaciones y juegos que harían reír al niño. Porque una gran noticia les ha llegado para los pobres, Dios se hace niño y pobre para estar desde el principio de su vida con ellos.

No sabemos mucho más de la infancia de Jesús: sólo cuando fue llevado al Templo para ser circuncidado (Lc 2, 21, a los ocho días de nacer que podría ser como el bautismo cristiano, pues le pusieron por nombre Jesús) y su presentación una vez cumplidos los días de la purificación (Lc 2, 22-24); las profecías de Simeón y Ana (Lc 2, 25-38), que tanto marcarán, sobre todo, en la historia de María: “Éste está puesto para caída y elevación de muchos …, y para ser señal de contradicción, ¡y a ti misma una espada te atravesará el alma!, a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones” (Lc 2, 34-35). Esto último empezaría a hacerlo cuando, a los doce años, estuvo “perdido” hablando con los doctores del Templo. “¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi padre?” (Lc 2, 49). Jesús ya tenía responsabilidades con las que tenía que cumplir y se animaba a hacerlas, aunque fuese a temprana edad.

No sé con cuántos años, quizá incluso con menos de doce años, pero ¡cuántos niños en América, África o Asia están tomando responsabilidades que les toca porque si no las hacen no tienen sus familias cómo seguir adelante! Recuerdo al hijo de la peluquera de allá, por donde yo estaba, que formaban parte del grupo de catequesis familiar y que iba vendiendo “yuyos” para el mate o el tereré y así ayudaba a comprar un teléfono para poder seguir sus clases virtuales en plena pandemia o cuando yo iba de visita a casas por el campo y sólo estaba la hija mayor (10-11 años) cocinando y cuidando de sus hermanitos, porque sus padres estaban cosechando los productos del momento.

Seguro que Jesús “además de hacer las cosas de su Padre”, también ayudaba en las cosas de casa y ayudaría a su padre José en la carpintería. Se hizo niño para crecer y aprender lo que significa ser hombre en esa época concreta para poder hablar con coherencia. Tendría una responsabilidad grande que no era simplemente ayudar a una familia y crear su propia familia, sino algo mucho más grande: hacer latir al ritmo de Dios los corazones de un pueblo que agonizaba en la pobreza y la desesperanza y abrir las manos callosas de la gente sencilla, que trabajaba la tierra, para juntos hacer realidad el Reino de Dios.

Es increíble ver a la gente sencilla cuando se reúne y se organiza. Forman sus cooperativas para que a nadie le falte el sustento de cada día y se organizan para defender sus derechos. También se forman para conocer sus obligaciones y que nadie les engañe con falsas promesas para llevarse sus votos. Me imagino también a la Sagrada Familia de Nazaret participando en esas organizaciones con sus vecinos, aunque en Nazaret había pocos, pero con más razón podían y debían apoyarse en lo que pudieran necesitar.

Estas fiestas de Navidad, que estamos por terminar, ¿han servido para acercarnos a los más vulnerables de nuestra sociedad? ¿Han servido para unirnos en familia como familia? ¿Nos han ayudado a estar más presentes en la comunidad? Los tiempos son difíciles, siempre lo han sido, pero juntos, siempre se han llevado hacia adelante, que es la dirección hacia donde va el creyente. Que el 2022 traiga muchas buenas cosas, sobre todo ganas de construir el Reino de Dios.

 

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IGLESIA EN SALIDA - Febrero 2022

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“En la Palabra de Dios aparece permanentemente este dinamismo de «salida» que Dios quiere provocar en los creyentes. Abraham aceptó el llamado a salir hacia una tierra nueva (cf. Gn 12,1-3). Moisés escuchó el llamado de Dios: «Ve, yo te envío» (Ex 3,10), e hizo salir al pueblo hacia la tierra de la promesa (cf. Ex 3,17). A Jeremías le dijo: «Adondequiera que yo te envíe irás» (Jr 1,7). Hoy, en este «id» de Jesús, están presentes los escenarios y los desafíos siempre nuevos de la misión evangelizadora de la Iglesia, y todos somos llamados a esta nueva «salida» misionera. Cada cristiano y cada comunidad discernirá cuál es el camino que el Señor le pide, pero todos somos invitados a aceptar este llamado: salir de la propia comodidad y atreverse...” (Evangelii Gaudium 20)

La fe es mucho más que un conjunto de creencias. Es el don que Dios infunde en los corazones a través de su Palabra, no solo para traernos ideas y buenos deseos, sino para llevar a

término Sus planes. Creer en Dios puede resultar fácil, racional,

rentable, cómodo, …; creer a Dios es algo distinto, es liberarse

de uno mismo para alcanzar Su objetivo.

Lo poco de Dios es infinitamente más que el todo de los hombres

. Por la fe de un hombre, Abraham, son bendecidas todas las

naciones. Por la de Moisés fue liberado todo un pueblo. La fe

que la Palabra produjo en Jeremías se convirtió para él en una

misión, dura e incomprendida, pero llena de la única esperanza.

Hoy Jesús, por encima de credos sigue contando con la fe, que,

aunque pequeña como un grano de mostaza, es mucho más efectiva que todos los esfuerzos humanos.

(publicado previamente en el semanario Catalunya Cristiana núm. 2214 de fecha 27 de febrero de 2022)

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BIBLIA Y MISIÓN

P. Toni Plaza, MSC

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… Y ¿AHORA QUÉ?

Ya pasó el mes de octubre, el mes de las misiones o el mes misionero…. y ¿ahora?, ¿qué? Me da la sensación y ojalá esté equivocado, y, por favor, si alguien sabe algo que me corrija, que este mes misionero se vive de distinta manera en un hemisferio que en otro. Mejor dicho, en un mundo, tipo de sociedad, que en otro. Hago un pequeño paréntesis. Cuando era adolescente conseguí una camiseta con una viñeta en la que aparecía alguien como rezando y desde arriba una voz que decía “¿Tercer Mundo? Pero si yo sólo he creado uno”. Me da la sensación de que por esta parte del mundo no existen los grupos misioneros, de los de ir casa por casa, que anuncien el kerygma. Sí que existen las colectas dominicales, que en algunas parroquias son abundantes, o puestos, en las puertas de las iglesias poniendo pegatinas del Domund con huchas para que la gente dé su donativo. Este es un trabajo muy importante porque gracias a lo recaudado se pueden hacer muchas obras de evangelización y promoción social. Bueno, he de decir que sí tengo noticia que un movimiento de la Iglesia en el que hay un momento concreto de su caminar, no sé después de cuánto tiempo, que sí van casa por casa o en medio de las plazas para anunciar la buena noticia del Evangelio.

¿Qué es el Kerygma? Es la primera proclamación de la buena noticia: ¡JESÚS está VIVO! Pedro predica en Jerusalén: “A este Jesús que ustedes apresaron y mataron crucificándolo, lo resucitó Dios, de lo cual nosotros somos testigos” (Hch 2, 23-32). Es el mensaje central de nuestra fe. En el lenguaje sencillo sería de este modo:

Dios, a quien llamamos Padre Nuestro, nos ama incondicionalmente, pero el hombre, por el pecado, se aleja de este amor de Dios. Por medio de Jesucristo nos viene la Salvación, por eso, tenemos una invitación constante a la conversión y a caminar juntos en la Iglesia, sabiéndonos acompañados por el Espíritu Santo, que Jesús prometió. Toda esta historia de amor la tenemos reflejada en la Palabra de Dios, que no sólo deberíamos leer, sino conocer también su mensaje.

Sé que en otras partes del mundo sí que existen estos grupos misioneros que van casa por casa y no sólo en octubre, sino que van preparando diferentes misiones que realizan durante el año en lugares donde es difícil llegar. Los he visto y he participado en ellas. En las ciudades son dentro de los territorios parroquiales, pero también los hay que van “más allá de sus fronteras”. Con el grupo de “Familias Misioneras”, mis compañeros y yo los hemos acompañado en muchas ocasiones en la Misión Fluvial por el río Paraguay. En las vacaciones de verano desde isla Margarita hacia el norte hasta Bahía Negra y en las vacaciones de invierno desde isla Margarita hacia el sur. Muchas eran comunidades indígenas y una vez me tocó misionar en una completamente evangélica. Los pastores me contaron que seguían atentamente mis comentarios bíblicos por la radio local. Me sentí muy acogido y pudimos rezar juntos.

La recaudación económica es importante, pero tenemos que anunciar algo, hacer despertar las conciencias dormidas de tantos hermanos nuestros que quedan en casa simplemente. Si no ¿para qué resucitó Jesús? Ahí es donde empieza el anuncio misionero. Lo de Jesús es una buena noticia que debe ser contada. Ser cristiano no son unos sacramentos que se hacen, sino una vida que se vive. Ante un mundo que está como está, encerrado en sí mismo, pero con mucha gente que les gustaría que las cosas fueran mejor, podríamos leerles las siguientes citas del evangelio: “Dios no envió al Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que se salve el mundo gracias a él” (Jn 3, 17) y también hablar de lo importante que era para los primeros cristianos el encontrarse y compartir, a lo que eran muy asiduos (Hch 2, 42). Es decir, sólo en Jesús, el Resucitado, encontramos fuerzas en nuestras vidas y uniéndonos a nuestros hermanos (Iglesia) las cosas podrían ser muy diferentes. Si estamos convencidos de esto, no podemos quedarnos en casa y debemos salir a anunciarlo y sin necesidad de hacer mucho barullo, que el boca a boca, corazón a corazón, también sirve para “hacer lío”, como dice el Papa Francisco.

Otra de las frases que dijo a los jóvenes es: “No balconeen la vida, métanse en ella,

como hizo Jesús”. Creo que lo dijo en la JMJ de Río de Janeiro del 2013. Esta es la

misión. La actitud de quedarse en los balcones mirando cómo pasa la gente, cómo pasa

la vida, no es propia del cristiano. Se necesita gente, bautizados, que se animen a

empaparse de la Palabra de Dios y la den a entender a la gente que no se ha metido de

lleno en el mensaje de Jesús. Ojalá podamos tener la suerte que tuvo Felipe con el

etíope: “Y ¿cómo voy a entenderlo si nadie me lo explica? Y lo invitó a subir y sentarse

junto a él” (Hch 8, 31). No sé si eso mismo pasaría por estos lados de nuestro mundo,

pero… se podría intentar.

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BIBLIA Y MISIÓN

P. Toni Plaza, MSC

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“No podemos dejar de hablar lo que hemos vivido:

Cristo es lo que desde siempre hemos estado esperado”

En muchas comunidades cristianas, más las del Sur de nuestro mundo, se estarán preparando ya los grupos misioneros para salir casa por casa y a lugares lejanos de su ambiente natural a misionar. Seguro que no es la primera vez que lo hacen en este año, pero como octubre es el mes de las misiones, pues volverán a salir con el entusiasmo de siempre, porque “les va”, a anunciar la buena nueva del Evangelio. De hecho, en bastantes parroquias, además de los grupos que normalmente hay (catequesis, liturgia, pastoral social, bíblica…), existen grupos misioneros que también hacen su trabajo y tienen su compromiso con la comunidad (hacia adentro y hacia afuera).

El lema usado este año toma de referencia: Hch 4, 20(“Lo que es nosotros, no podemos callar lo que sabemos y hemos oído”). Lo personaliza y dice: “Cuenta lo que has visto y oído”. Mejor personalizado, se convierte en un compromiso personal que nos ayuda a despertar de nuestra desidia, desgana, espiritual y hace que “nos pongamos las pilas” para hacer lo que nuestro compromiso cristiano nos dice, pero no me acaba de convencer. Por eso, el título que he puesto. Bueno, como dice el refrán: “sobre gustos no hay nada escrito”.

¿Por qué Pedro y Juan llegaron a hacer esta afirmación tan terminante? Es decir, que no hay marcha atrás, es imposible. Todo empieza con la curación del que estaba en las escaleras del Templo. Las palabras de Pedro son bien hermosas: “Plata y oro no tengo, pero lo que tengo te lo doy: en nombre de Jesucristo, el Nazareno, echa a andar” (Hch 3, 6). Y ahí es donde se armó todo el revuelo, aprovecharon a predicar sobre Jesús, porque eso es lo que tenían y esa es la fuerza que les hacía, nos hace, caminar y seguir adelante, no tener miedos, ni dudas, ni prejuicios… Cuando fueron arrestados, la predicación ya estaba hecha y el espíritu de Jesús ya era el que animaba a los que oyeron y “muchos de los que oyeron el discurso abrazaron la fe, y así la comunidad llegó a unos cinco mil” (Hch 4, 4). Por eso quiero insistir en que lo de Jesús que no es simplemente algo visto y escuchado, que puede quedarse en algo anecdótico, sino, sobre todo, que es una experiencia vivida que me hace ver el horizonte de mi vida, y lo más próximo, de un modo bien distinto.

Me sigue sorprendiendo este momento de la primera comunidad, porque Pedro ya no predica a la gente en general, sino a los mismos integrantes del Consejo del templo y a los importantes y poderosos de la ciudad (Hch 4, 5-7). Su predicación se centra, como es de esperar, en Jesús (v. 10). La cuestión es que les dejó asombrados con el “aplomo”, la seguridad con la que hablaban y eso que “eran hombres simples y sin letras”. Eso sólo se puede conseguir si has tenido una experiencia de vida, como ellos la tuvieron, que dejando su vida allá en Galilea, siguieron a Jesús por todas partes.El misionero de hoy en día no vamos a obtener los resultados que consiguieron los primeros misioneros (los apóstoles, los diáconos… recuerden lo de Felipe y el funcionario etíope en Hch 8, 26-39), pero sí es un desafío para nosotros hacer nuestra misión con aplomo y valentía.

Lo de la valentía lo digo por lo que viene después: “les ordenaron abstenerse absolutamente de hablar y enseñar en nombre de Jesús” … “¿Le parece a Dios justo que les obedezcamos a ustedes antes que a Él? Juzgadlo”(Hch 4, 18-19). Buena respuesta, “no se corta un pelo” para decir lo que tiene que decir, por eso no pueden callar lo que han vivido. Es una fuerza mayor que ellos mismos. Antes, cuando estaba Jesús entre ellos, tenían dudas, no sabían bien por dónde ir, estaban pensando en los primeros puestos… incluso la madre de los Zebedeo (Mt 20, 20) se puso en medio a opinar… ¡Qué simpática situación! Una madre siempre será una madre. Pero todo eso era antes, después de la experiencia del Resucitado todo cambió y con la llegada del Espíritu Santo ya no son ellos los que viven, sino el Espíritu de Jesús que les mueve a hacer todo lo que él hizo cuando estaba en medio de ellos. Podríamos traer aquí lo de Pablo: “Y ahora no vivo yo, es Cristo quien vive en mí. Lo que vivo en mi carne, lo vivo con la fe: ahí tengo al Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí” (Gálatas 2, 20). Estas palabras son muy significativas. Es Pablo quien está viviendo, por supuesto, pero es a impulsos de los sentimientos de Cristo, según el corazón de Jesús, que le amó y se entregó por él. Es la misma experiencia espiritual que deberíamos tener nosotros. Jesús hizo todo lo que hizo “por mí”, como dice Pablo, “por nosotros”, “por ti”, porque Pablo no habla en general, es una experiencia personal … hagamos pues nuestra vida “por Él”.

Pero no acaba ahí este acontecimiento de la primera comunidad. A mí me impresiona con agrado, admiración y compromiso. Por mucho que las autoridades del momento les prohibie-sen todo respecto a la predicación, parece que no fue lo que finalmente sucedió por miedo al pueblo “que daba gloria a Dios por lo sucedido” (Hch 4, 21b). ¿Qué hicieron los apóstoles? Fueron a compartir la experiencia con la comunidad. Al finalizar la explicación, oraron con “voz unánime” (v. 24). Y, ¿qué pidieron? ¿Verse libres de la persecución? Nada de eso.

“…Concede a tus siervos anunciar tu mensaje con toda franqueza” (v. 29). Ahí está

la valentía del misionero y la Gracia del Espíritu que habita en nosotros.

En una parroquia nuestra de Madrid hay un mensaje muy lindo: “ve por el barrio y

contagia el evangelio”. Con la alegría del que está convencido de lo que se siente y

se vive en el nombre del Señor, que tengamos no sólo este mes sino toda una vida

llena de misión y compromiso por el Reino de Dios. Unidos, como siempre, en la

oración y el compromiso por el Reino.

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BIBLIA Y MISIÓN
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P. Toni Plaza, MSC

De la devoción a la espiritualidad:
el camino-misión del Corazón
(2ª parte)

Los actos de devoción, por ser siempre iguales, las mismas palabras, los mismos gestos… parece que no son atractivos. La celebración de la misa, que no es un simple acto de devoción, aunque en las últimas reformas litúrgicas se haya enriquecido con nuevas oraciones, plegarias eucarísticas y textos, no deja de ser para muchos una experiencia aburrida. Quizá nos falta profundizar en el “misterio” que celebramos y quedarnos más en el contenido que en las formas o en la persona del sacerdote para comprender la riqueza del gesto celebrado y lo que supone ese pan compartido por la comunidad, mi comunidad (que supone una diferencia notable cuando así la sentimos), reunida en el nombre de Jesús.

No deja de sorprenderme la actitud de muchos hermanos nuestros que, sin mucha formación académica y haciendo las cosas por costumbre más que por comprensión, se mantienen fieles en su ser Iglesia. Son gente que se sienten agradecidos a Dios por todas las cosas que ha hecho (Salmo 105, 1) y sigue haciendo en nuestras vidas (como canta María en su Magnificat: Lc 1, 49) o simplemente “porque es bueno, porque es eterno su amor” (Salmo 106, 1). Y esto de ser agradecida, la gente sencilla, la gente de campo, la gente de la misión… sabe mucho: lo poco que se tiene, porque se tiene, ya es mucho, y cuando parece que sobra, aunque sólo parezca, siempre se comparte.

En mi escrito anterior les comenté de los famosos nichos en el Paraguay y de la novena que se reza como recuerdo por los difuntos de la familia. En el último día se hace el “Karu guazú” en la que se invita a comer a todos los que han participado. En ocasiones participa mucha gente. Yo me quedo asustado porque de dónde se saca tanta comida. ¡Hay que faenar una vaca entera! ¿Y si la familia es humilde, de escasos recursos? No hay problema, me respondieron, entre los vecinos juntamos las cosas para que haya comida para todos. Había sido entonces que los gestos de devoción también generan solidaridad.

Solidaridad en lo material y también en lo espiritual. Se está extendiendo la costumbre, no llegamos a comprender por qué razón, de buscar muchos padrinos para los niños que van a recibir el bautismo. Esto da para un tema muy interesante, pero no voy a fijarme en esto todavía por el momento. Sí me fijaré en el gesto del padrino (o madrina) en el momento del bautismo. Como sólo uno es el que puede llevarlo en brazos, ¿qué hacen los demás? Tocar con la mano sobre el brazo, el hombro… Es un gesto muy bíblico (“tomar de la mano”) que Jesús lo hace en un contexto de liberación (ciego de Betsaida: Mc 8, 22-26; recuerden Jer 31, 31-32) y de sanación (suegra de Pedro: Mt 8, 14-15; al joven enfermo: Mc 9, 27). Es un gesto, pues, de compromiso por parte del padrino en ese contexto religioso-cultural del campo y de la misión. Es como un decir: “estoy aquí contigo, para acompañarte, para no dejarte, para lo que necesites…”, aunque en ocasiones y dentro de poco el padrino vaya a desaparecer de la vida del ahijado.

Otro tema de la devoción popular muy arraigado en la misión (por aquí no lo he visto tanto y mucho menos en las nuevas generaciones) es el de las promesas que se hacen a Dios y que hay que cumplir sí o sí para evitar caer en pecado. Es un tema para una catequesis un poco larga. ¿Qué esconde las promesas?: “cumplir con Dios para que Él cumpla conmigo”. Pues recordemos lo que nos dice la palabra de Dios: “misericordia quiero y no sacrificios” (Os 6, 6; Mt 9, 13; Mt 12, 7). Esta cita del Antiguo Testamento, Jesús la hace suya y además quiere resaltarla con el subrayado “si hubieseis comprendido lo que significa aquello de…”. ¿Qué es lo que le agrada a Dios? Hay muchas citas que traer para este propósito. Sólo mencionaré Is 1, 10-20. Son palabras muy duras, pero ayudan a despertar y estar atentos y centrarse en lo que es la verdadera espiritualidad y compromiso de fe. De nada sirve hacer gestos terriblemente sorprendentes (caminar descalzo, de rodillas, ayunos, penitencias…) si no soy capaz de cambiar de actitud hacia los hermanos (perdonar, servir, transmitir alegría, esperanza…). Estas son palabras bíblicas, pero a quien tenemos de referencia es a Jesús que hizo muchas cosas para dar sentido a la vida de las personas y liberar de lo que les oprimía. Baste recordar lo de la mujer que desde hace doce años sufría de flujos de sangre y no sanaba (Mc 5, 24-34). No sólo le sanó, sino que quiso conocer a quien le había tocado para confirmarle en la fe y en la vida, para que se sintiera reconocida y valorada por Dios.

Esos son los gestos que transforman nuestra sociedad y hace que nuestra espiritualidad tenga un sentido para el mundo de hoy y a esto estamos llamados, a que nuestros gestos de fe construyan en la realidad el Reino de Dios y no se quede en la utopía. 

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BIBLIA Y MISIÓN

P. Toni Plaza, MSC

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De la devoción a la espiritualidad: el camino-misión del Corazón (1ª parte).

Como creyentes estamos plenamente convencidos de la necesidad de una

profunda experiencia de oración que sostenga nuestra misión. Y en este sentido

hay muchas reflexiones teológicas y pastorales sobre la verdadera oración.

Constatamos como dos extremos que lastimosamente han quedado así y se han

visto, desde ambas partes, como enemistados y no son vistos como partes de un

mismo proceso. Estoy hablando de la oración como una serie de actos de devoción

y de la oración como una espiritualidad que inunda toda mi vida. Creo que las dos,

devoción y espiritualidad, son importantes y son como las dos caras de una misma moneda (la misión), que es algo de más valor que las dos caras y sólo adquiere este valor cuando las dos caras están unidas y no por separado.

En nuestras comunidades cristianas encontramos estas dos formas de ver y vivir la oración. Hay gente que muy devotamente están con su rosario o devocionario en la mano, de rodillas ante el sagrario, la imagen de un santo o en los reclinatorios de los bancos de la iglesia; y gente que están simplemente sentados, con los ojos cerrados (no necesariamente dormidos) o fijos en el sagrario o ante el Crucificado. ¿Cuál de las dos formas es la mejor? Si bien toda devoción nos ha de llevar a una espiritualidad, a una opción de vida, ese es el proceso lógico, no deberíamos concluir que la devoción es una primera parte pobre de la espiritualidad y que sólo cuando lleguemos a vivir una espiritualidad es cuando habremos tenido éxito en nuestro proceso de fe.

¿Podríamos solucionar esta alternativa desde los resultados que produce uno y otro camino? ¿Podemos asociar la riqueza o grandeza de nuestra fe a la formación recibida? No sé muy bien cómo responder a estas dos preguntas. Por experiencia, estoy convencido que una mejor formación ayuda a vivir una mejor experiencia de fe, pero a la hora de la verdad me he encontrado en mi caminar misionero a muchas personas que, sin mucha formación y basando su vida interior en devotos actos de piedad, me ha demostrado una capacidad de lucha envidiable en los diferentes aspectos de su vida.

Ya dijimos en una reflexión anterior la gran diferencia que existe en la presencia eclesial en nuestras comunidades de Europa y Norteamérica y en el hemisferio sur: desde donde estoy, si nos movemos cinco manzanas hacia cada uno de los puntos cardinales, encontraríamos varias iglesias y comunidades religiosas; donde yo estaba, antes de venir por estas tierras catalanas, atendía 28 comunidades y la más lejana estaba a unos 60 km de donde yo vivía normalmente, de los cuales 40 km eran por tierra, que después de cada lluvia torrencial cambia sustancialmente el camino… Es decir, que, si yo no iba, la gente se quedaba sin poder celebrar su fe por los sacramentos de vida que tenemos en nuestra espiritualidad y sólo se podían reunir a rezar. Yo les visitaba cada mes, pero párrocos anteriores a mí iban, seguro, una vez al año (el día de las Primeras Comuniones), fiesta que se podía mover a otro día si es que llovía, y la Fiesta Patronal, si es que no llovía. Y con tan poca presencia de la Iglesia institución, la gente tenía que seguir adelante con su fe, rezando juntos.

Pero esta devoción popular, tan recurrente en muchas ocasiones, intenta seguir adelante como sea. En Paraguay, sobre todo en el campo, aunque también en la ciudad, tienen un espacio en las casas muy singular. Son los famosos nichos, que no eran los lugares para enterrar a los muertos, sino unos espacios, ya sean en un hueco de la pared o simplemente sobre una mesita, o fuera en el jardín, en donde las familias ponían las imágenes de los santos que tuvieran u objetos de devoción. Eran como lugares sagrados donde la familia, con los vecinos, si es que eran invitados a un acontecimiento especial, se reunían para rezar. Normalmente el rezo del rosario o la coronilla de la Divina Misericordia. Estas prácticas, de las que no tengo ninguna duda como expresión de fe, corrían el riesgo de sustituir otras prácticas importantes para nuestra fe como es la de participar en la Iglesia, el domingo, el día del Señor y de la comunidad que se reúnen en su nombre para renovar nuestras vidas y vivir de la alegría del Resucitado. Pues es el domingo el día en que Cristo resucitó y cada vez que se presenta a sus discípulos es el primer día de la semana (Jn 20, 1. 19. 26; Hch 20, 7)

Lo que celebramos los cristianos es el día del Señor y algunas, muchas, comunidades lo pueden celebrar con una misa, porque el sacerdote puede llegar; y otras comunidades, más de las que nos imaginamos, no lo pueden hacer con misa, porque no puede llegar el sacerdote, y lo hacen con una celebración de la palabra que, en algunas comunidades que así lo tienen previsto, acompañan con la comunión eucarística que el celebrador laico consigue traer, con autorización del párroco, de la parroquia central. De este modo, cada comunidad cristiana puede sentirse animada y acompañada por ese Dios que es el Dios-con-nosotros y que tanto bien nos hace.

P. Toni Plaza, MSC

 

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BIBLIA Y MISIÓN

P. Toni Plaza, MSC

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CON LA BIBLIA BAJO EL BRAZO

Más allá de nuestras fronteras, sean físicas o emocionales, descubrimos, si tenemos actitud observadora, muchas diferencias en cómo comprender y vivir la fe. Y no me refiero únicamente a diferencias culturales (lengua, costumbres…) o externas (política, clima…), sino al compromiso y vínculo con la Iglesia, comunidad de creyentes, y en el uso de las herramientas que puedan ser más eficaces en la evangelización. No hablo, porque al final dudo que haya mejores resultados, del uso de la tecnología. Parece que lo que mueve mucho a la gente, a los creyentes, son las grandes manifestaciones de fe: encuentros, congresos, conciertos, peregrinaciones… donde con música cristiana espectacular, videos… se consigue que los participantes vibren con la misma fe que recibieron de sus padres.

Estos momentos puntuales en la vida de las personas se basan en emociones que, como los globos, si se hinchan mucho, explotan y desaparecen olvidándose con el tiempo o quedan como un recuerdo importante, pero eso, en el pasado, no es algo que se renueva cada día. Lo que hacemos en el día a día, con serenidad y calma, con compromiso, es lo que, sin dudarlo, ayuda a mantenernos y desafiarnos para seguir en la lucha por ser mejores creyentes, mejores personas, por un mundo mejor, una sociedad más justa.

Me sorprende la diferencia que hay en la experiencia de fe de los creyentes en esta parte del mundo y de los que viven más allá de nuestros límites. Y hablo de los creyentes, no de la sociedad en general, para que no tengamos excusas fáciles. Es decir, vivamos don-de vivamos tenemos un mismo Señor y una misma forma de conocerlo: la Biblia. También contamos con una manera para no desorientarnos en nuestro camino: la Iglesia, la comunidad cristiana. Y el cristiano, nuestras comunidades, estamos llamados a ser sal y luz (Mt 5, 3-16).

También existe, no nos quedemos con ideas de tiempos pasados, indiferencia religiosa en esos campos de Misión, también existe realidades de familias desestructuradas que claman al cielo, etc. Es decir, que no todo es más fácil en aquellos lugares. Pero sí es verdad, me da la sensación que los de allá están más sensibilizados en el uso y con en el deseo de conocer y profundizar en la Biblia que los de aquí. También hay una mayor participación en la Iglesia (no se conforman con leer las lecturas en la misa y “ya da”) y es una participación más joven y dinámica.

Existen muchos grupos misioneros y, al menos una vez al año, se tiene una actividad misionera ya sea por el barrio o en barrios cercanos, si hablamos de ciudad, o a zonas del país que sea donde haya poca presencia, o presencia lejana, de Iglesia “institución”. Son misioneros que van siempre con su biblia o en la mochila o debajo del brazo. Y cuando entran en alguna casa o hacen encuentros comunitarios siempre se lee la Palabra de Dios y se comparte algunas reflexiones a partir de la misma.

En las distintas pastorales (juvenil, catequesis, familia…) está presente la Biblia, pero no simplemente como citas o puntos de referencia a los que hay que acudir cuando estés en casa repasando lo tratado o como complemento del tema compartido, sino que en verdad es el centro del encuentro. Es decir, se le pone mucha creatividad y gusto y se prepara un pequeño centro decorativo con una Biblia abierta, unas flores, alguna imagen religiosa, una vela encendida… Sería como un pequeño altar, que invita al recogimiento, contemplación… para una mejor vivencia y profundización del encuentro

que se está teniendo.

“Para mis pasos tu palabra es una lámpara, una luz en mi sendero”

(Salmo 119, 105) se nos dice en la Escritura. Pues para eso se le da ese

lugar central, para que la Palabra de Dios sea la que nos oriente y nos

mueva.

Quise proponer en la última parroquia en la que estuve, allá por el campo

paraguayo, una gran modificación en la forma de dar la catequesis. Por la

experiencia tenida en parroquias anteriores, propuse lo de la catequesis

familiar como se entiende por aquellas latitudes, que los mismos padres sean los catequistas de los hijos. Conseguí que un grupo de familias vinieran semanalmente a unos encuentros conmigo mismo. Mirábamos las catequesis que darían a sus hijos y mirábamos juntos los textos bíblicos. Les regalé una biblia a los que perseveraban en el grupo. No sé si siguen vinculados en la comunidad, pero aprendimos muchas cosas juntos.

La Biblia no es para tenerla debajo del brazo y pasearla o tener en las estanterías de nuestras casas esas biblias tan vistosamente decoradas con los bordes de las hojas dora-dos, etc, etc, etc… La Biblia es para abrirla, leerla, meditarla, comprenderla y compartirla para comprometerse con la vida y con el hermano. La Biblia ha de ser un material de trabajo para profundizar en nuestra fe y ser verdaderos discípulos misioneros. Les deseo una fructífera vida cristiana. Unidos y comprometidos en la oración y la Misión.

P. Toni Plaza, MSC

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BIBLIA Y MISIÓN

P. Toni Plaza, MSC

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PUES AQUÍ YA HA LLEGADO ¿?...

No es que recorra toda la ciudad de Valladolid. Tampoco estoy viendo mucho la tele y no sé si ya empezaron con los anuncios. Pero en un tramo de la Avd. de Segovia, aquí en el barrio de las Delicias, ya han puesto las luces de Navidad. ¡Y todavía no ha empezado el Adviento!, aunque cuando se publique este artículo, sí que habrá comenzado. Es extraño en qué han convertido estas celebraciones navideñas. Han inventado una carrera (comercial, política, que sea vea que el ayuntamiento está creando ambiente festivo…) para darse una publicidad que nada tiene que ver con lo que los cristianos celebramos. Y no hablemos del “gordito”, vestido de rojo que, por aquella parte del mundo, con el calor que hace, no sé qué hace tan abrigado.

Aunque nuestra mayor fiesta litúrgica sea la Pascua, Cristo Resucitado, vencedor de la muerte, que hace nuevas nuestras vidas y que recordamos cada domingo, no hay duda que las fiestas navideñas son muy entrañables por su sentido familiar. Dios se hace hombre, hace familia, y nuestras familias se juntan siempre por Navidad. Que la pandemia no nos estropee estos encuentros tan significativos. En Paraguay, las fechas navideñas se aumenta la circulación de los transportes que van al interior y las estaciones están repletas de gentes que viajan para compartir con sus familiares estas fiestas tan bonitas. Quizá, durante el año no se ven, pero estas fiestas…

Recuerden que los únicos evangelios que hablan de la Navidad, del nacimiento de Jesús, son Mateo y Lucas. Seguro que ya conocen sus diferencias; las diferentes formas de contar su nacimiento y quiénes fueron a adorar al recién nacido. Me da la sensación que el evangelio de Mateo sería más para esta parte del mundo; y el de Lucas más para el sur. En el norte, las celebraciones litúrgicas (los atuendos con los que va la gente o las ornamentaciones litúrgicas…), las comidas, los regalos que se comparten… suenan más a “reyes”; en el sur, también se hace fiesta, pero las celebraciones litúrgicas son más familiares, las comidas más sencillas y los regalos más prácticos (zapatos para calzarse, ropa nueva, útiles escolares…) … suena más a “pastorcillos”.

Los pesebres que se hacen en el sur tienen menos personajes (la Sagrada Familia, los reyes y algún pastorcillo) y quizá no “tan obras de arte”, pero hay una tradición muy bonita. Se decoran muy bien, con mucho verde alrededor, frutas (sandías, melones, papayas…), la hermosa flor de coco, que da un olor impresionante, y del portal, hecho de cañas de bambú, cuelgan caramelos y chipas (producto típico paraguayo) … Pero esas decoraciones duran muy poco, porque son para compartir con la gente que viene a visitar y ver el pesebre. También se hacen representaciones vivientes del pesebre en las comunidades.

Hay un hermoso cuento de Navidad, contado por Mamerto Menapace, que siento mucho reducirlo por el espacio que contamos, pero lo importante es el contenido. No lo cito textualmente, lo cuento con mis palabras:

En una tienda de juguetes había un hermoso y gran oso de peluche que no era comprado por nadie. Para los que tenían muchos hijos era un precio muy caro que no se podían permitir; y los que sí tenían dinero, no tenían hijos a quienes regalárselo. El pobre se quedó muy triste: las cosas valiosas son difíciles de conseguir. De repente, se ilumina la tienda, ya estaba cerrada, y aparece Jesús con una gran bolsa llena de regalos que le dice al oso si no le gustaría acompañarle. De repente cobró vida y se fue con Jesús a repartir regalos. Fueron a los barrios más pobres, porque el “gordito”, vestido de rojo, iba a los lugares ricos. Llegaron ya a la última casa, la más pobre del barrio. Jesús se quedó fuera jugando con los perros, porque era muy amigo de los animales y entró peluche solo. Asustado le dijo a Jesús desde dentro de la casa que ya no había más regalos. Y Jesús le dijo: ¡Peluche, haz como yo, entrégate tú!... Peluche entró y ya no salió. Al día siguiente, los chismosos y envidiosos del barrio, porque en los barrios hay de todo, diciendo en voz baja: ¿dónde habrán robado ese peluche tan hermoso?

Jesús tiene sus preferidos (Lc 10, 21: “Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y entendidos y se las has dado a conocer a la gente sencilla”). Y así lo entendieron los primeros cristianos: “Fíjense, hermanos, en su propia condición: ¿cuántos de ustedes tienen el saber humano o son de familias nobles e influyentes? Dios ha elegido lo que el mundo considera necio para avergonzar a los sabios, y ha tomado lo que es débil en este mundo para confundir lo que es fuerte” (1Cor 1, 26-27). Vino para todos, pero, sobre todo, para los que se sienten más abandonados y, precisamente por eso, se sienten más solidarios y comprometidos entre ellos. Por eso, al evangelio de Lucas se le conoce como el evangelio de la misericordia.

 

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BIBLIA Y MISIÓN

P. Toni Plaza, MSC

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"COMO LOS QUE NOS PRECEDIERON EN LA FE"

Yo soy muy devoto de los que nos precedieron en la fe. ¡Cómo no recordarlos! Gracias a ellos somos lo que somos, personalmente y como Iglesia. Si ellos no hubiesen vivido lo que vivieron y, a pesar de todo y con todo, perseveraron, con toda esa fuerza espiritual, tenemos la posibilidad de realizar el sueño de Dios: su Reino. Ese mundo fraterno y unido en el que todos vivimos como hermanos y en el que a nadie le falta nada (ni si quiera la paz), porque todos estarán comprometidos entre sí por los lazos del espíritu de Dios, que desde siempre nos ha dado su aliento de vida (cf. Gn 1, 7; Hch 2, 4). En ese espíritu vivieron las primeras comunidades cristianas (cf. Hch 2, 42-47; 4, 32-37). Por eso es de vital importancia que seamos responsables y nos hagamos cargo de la vocación que recibimos y de la misión que Dios nos ha dado, “como los que nos precedieron en la fe”.

No me estoy refiriendo únicamente a los primeros cristianos o a aquellos que ya creemos en la presencia de Dios por su ejemplo de vida y testimonio de fe. Estoy, sobre todo, hablando, de aquellos que hemos tenido más de cerca en nuestra vida y que ciertamente han supuesto algo en ella. Es decir, al compartir con ellos nuestra vida, nuestras penas y alegrías, han sido un punto de apoyo y referentes que nos han ayudado a dar pasos decisivos y que no han tenido marcha atrás a pesar de las dificultades que hayan podido surgir en el camino. Me estoy refiriendo a parientes (padres, hermanos, tíos…) que, a su modo, han estado apoyándonos y que me siento muy orgulloso de haber tenido. Y también me refiero a toda esa gente que se nos ha ido cruzando por el camino.

Esta idea de los parientes, de la familia, que acabo de mencionar me recuerda las palabras de Pablo a Timoteo en 2Tm 1, 5: “Recuerdo tu fe sincera. Así eran tu abuela Loide y tu madre, Eunice, y estoy convencido de que la recibiste de ellas”. Esta es la traducción que hace la biblia latinoamericana; la de Jerusalén dice “sé que también ha arraigado en ti”. Otras traducciones bíblicas dicen: “primero habitó (o residió) en ellas… y también está en ti”. La idea está clara: “aquellos que nos precedieron en la fe”, que sintieron la llamada y misión que Dios les hacía, han influido en nosotros de manera sana, positiva, comprometida…

Ahora no estoy en un campo de misión como cuando estaba en Paraguay. Los caminos de Dios son como son y “regresé”. Aquí intento estar en contacto con esa realidad misionera y, como hay tantos de allá, conecto en seguida con ellos. En la capellanía del hospital público en la que colaboramos un día me llamaron porque uno de origen peruano, de religión budista (“religión sin Dios”), quería hablar con un sacerdote. Hablaré, en otro momento, más detenidamente de ese encuentro, porque, como siempre ha sucedido, se me confirmó lo importante que es hacernos presentes en la misión. Sólo mencionar aquí este vínculo tan especial de la fe con “los que nos precedieron” en ella. Este hermano peruano, casado con una mujer católica, recién había pasado por una grave enfermedad y vio la mano de Dios en su curación. Estaba planteándose el bautizarse y hacer un proceso de catecumenado para adultos. Me impresionó el “miedo” que le daba hablar con sus padres sobre el tema: “no quiero defraudarles”, me decía. ¡Qué diferencia entre allá y acá! ¡Aún importa qué decimos y cómo lo decimos! “Los que nos precedieron en la fe” no merecen nuestros respeto por su edad, sino por lo que han sido y son en nuestras vidas.

Además de la familia, también han estado muy cerca de mí el que nos acompañaba en el seminario, Carlos, que estuvo cinco años de misionero en Centroamérica y muchísimos años en un barrio obrero de Madrid; y también un gran misionero, el P. Pin, que sí dedicó toda su vida activa a la misión “más allá de sus fronteras” y que cuando regresó a España, ya mayor (a pesar de todo trabajó mucho en las capellanías que atendemos en Valladolid), tuve la suerte de compartir grandes, por largas y profundas, conversaciones sobre la misión y la Vida Religiosa. Es curioso, quizá ellos dos, por su testimonio y estilo tan particular de ser, fueron los que motivaron mucho mi vocación misionera. Entiendo, entonces, que, si cuidamos mucho nuestra forma de ser y de vivir, seguro que nuestros hijos, alumnos, feligreses…, aquellos que Dios nos pone a nuestro cuidado podrán plantearse muchas cosas en la vida.

Además de todas estas personas cercanas a mi vida, también, por supuesto, uno vive

en función de lo que está lleno. Es decir, ¿qué leo?, ¿de qué me informo?, ¿cómo lo

hago?, ¿con quiénes comparto vida, sueños…?, ¿qué y cómo oro? Cuando estaba en

el grupo juvenil del colegio, los dos personajes que siempre me han impresionado

mucho fueron dos: Madre Teresa de Calcuta (a quien pude ver en persona y quien me

impuso las manos y me bendijo) y el obispo Oscar Romero. ¡Qué curioso! ¡Los dos

desarrollaron sus vidas lejos de donde yo nací! De hecho, siempre quise ser misionero

en El Salvador (porque inglés no sé hablar) y finalmente me quedé en Paraguay…

cosas de la vida, pero siempre, siempre, agradecido por el testimonio de “los que nos

precedieron en la fe”.

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BIBLIA Y MISIÓN

P. Toni Plaza, MSC

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“EL QUE TE CREÓ SIN TI, NO PUEDE SALVARTE SIN TI"

(San Agustín)

No estoy al cien por cien de acuerdo que en tierras de misión más allá de nuestras fronteras (o del que llamábamos, creo injustamente, “nuestro primer mundo”) la vida de fe es más fácil. Al menos lo que he podido ver “in situ” es que también existe indiferencia y situaciones sociales y familiares muy dolorosas. También existe experiencias de fe más desde las apariencias que desde las opciones y no mencionemos las que, desde la religiosidad popular (no en todos los casos, ni mucho menos), son más expresión de magia, poderes ocultos y esotéricos (ahí están las típicas santerías en donde mezclan todo tipo de creencias) o búsqueda de la suerte y fortuna que no tienen nada que ver con un verdadero seguimiento de Jesús. Lo que sí es verdad, y eso emociona mucho, es que los que están comprometidos en la comunidad cristiana no se conforman con leer las lecturas en la misa, pasar la colecta o rezar el rosario antes de la misa… y es altamente gratificante caminar con ellos y aceptar junto a ellos los desafíos que la misión evangelizadora lleva consigo.

Una expresión de esa fuerte espiritualidad es la preocupación, como no podría ser de otro modo, de los padres, sobre todo las madres, preocupados por la vida de fe de sus hijos: “siempre les enseñé las cosas de nuestra Iglesia y… ahora…, ya ve padre”. Me quedé impresionado cuando en una ocasión una mujer me dijo que no le importaría ir al infierno con su hijo si eso era lo que Dios decidía sobre él. Por eso, me revelo contra ciertos procesos formativos, que aún existen sobre todo en esos campos de misión debido a la falta de evangelizadores preparados, que no se han abierto a la experiencia del corazón de Dios. En el número de mayo 2022 de la revista de teología pastoral de Sal Terrae (“La tiranía del mérito. Porque yo lo valgo”) hay una reflexión en varios artículos sobre la salvación, la gracia de Dios y el actuar del ser humano muy interesante que me gustaría compartir con todos ustedes.

San Agustín lo definió bien en esta frase: “El que te creó sin ti, no puede salvarte sin ti” (Sermo ad populum 169, 11: PL 38, 923). Todo el bien que hacemos y somos capaces de hacer y, por tanto, seguramente haremos, viene de Dios, porque Él nos amó primero (cf. 1Jn 4, 19) y nos dio ejemplo de vida en Jesús de Nazaret. Su Palabra no son normas escritas, que muchas veces quedan “en papel mojado” o en los cajones de los muebles, sino una vida vivida, libre.

No puede ser que Dios no crea en la capacidad del hombre de creer, crecer y superarse. Él nos creó y sabe pues de lo que somos capaces de hacer. Así hizo con Pedro, por ejemplo (cf. Jn 21, 17). Por eso soy católico y no me convence la reflexión luterana, que miro con mucho respeto, pero ve al hombre incapaz de salvarse por su tendencia al pecado. Ni mucho menos me creo el lenguaje que usan las sectas protestantes tan extendidas en los campos de misión por la falta de presencia de la Iglesia católica. Ya no quiero contar lo que dice Jansenio y el predeterminismo (Cristo no ha muerto por todos sino por los predestinados) porque eso sí que es una barbaridad. La Iglesia siempre ha defendido la salvación del ser humano y que llegue al conocimiento de la verdad (cf. 1Tm 2, 4). Todo ser humano, insisto en la palabra todo, no sólo fue creado por Dios sino también lo fue a su imagen y semejanza y, por tanto, lleva en su esencia esa realidad “divina”, que llamaríamos una justicia, una salvación, original, regalo, por amor, de Dios Padre. Por eso, nadie queda excluido de ese amor de Dios, ni no cristianos ni ateos, aunque no quieran, porque es voluntad de Dios por gracia, por amor, y no podemos evitar que Dios sea bueno (cf. Mt 20, 12-15).

En la reflexión de la Iglesia, hay un texto muy interesante: es “tanta la bondad de Dios para con los hombres que quiere que sean méritos de ellos lo que es don suyo” (Concilio de Cartago del 418 d.C., en Detzinger 238-249). ¿No les parece genial esta idea? La Iglesia siempre ha estado motivada por el Espíritu de Jesús. No se trata, pues, de pensar, como creían los protestantes, que las obras del hombre dejaban de lado la salvación de Dios, sino de reconocer que hay en el hombre una justicia, en virtud de los méritos de Cristo, hecho hombre semejante a nosotros menos en el pecado (cf. sobre todo, 2Cor 5, 21; y también Flp 2, 7; Hb 2, 17; 4, 15; Gaudium et Spes 22), que le posibilita para realizar obras buenas y, por tanto, la recompensa de la vida eterna. Creer en esto es estar convencido de la obra de Dios en el ser humano que llega a su plenitud

porque es el mismo Dios el artífice de ese milagro. Como a todo padre que

sólo le preocupa el bien de sus hijos, a Dios no le importa tanto si hay de

parte nuestra una conciencia clara. Al menos, por las obras (sin ellas, la fe

muere: Santiago 2, 17), sí que existe esa conciencia de la bondad de Dios.

Es decir, aunque no le pongamos nombre, su fruto se nota y hace que la

esperanza no se desvanezca.

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BIBLIA Y MISIÓN

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P. Toni Plaza, MSC

CRISTO RESUCITADO: NUESTRA ESPERANZA NO ACABA

La primera gran noticia anunciada en Misión fue precisamente que Cristo ha

resucitado, que Cristo está vivo. “Lucharon vida y muerte en singular batalla y

muerto el que es vida triunfante se levanta” es lo que estamos leyendo en esta

octava de Pascua. Es lo primero que le pidió a María Magdalena para que fuera a

decir a los apóstoles que fueran a verle a Galilea. Es lo que hicieron los discípulos

de Emaús cuando le reconocieron al partir el pan. Es lo primero que dijo Pedro

después de Pentecostés: “Ustedes … lo entregaron … para ser crucificado y morir en la cruz … Pero Dios lo libró de las ataduras de la muerte y lo resucitó, pues no era posible que quedase bajo el poder de la muerte” (Hch 2, 23-24). Aunque el Mesías crucificado sea sabiduría y fuerza de Dios (cf. 1Cor 1, 24), no es, en un principio, el mensaje que dio la primera comunidad cristiana cuando empezó a ser misionera.

Cuando Pedro y Juan se encuentran con ese lisiado en la escalinata del Templo. No le dan limosna, porque no llevaban “ni plata ni oro”, pero sí le dieron lo que más tenían, a Jesús, el Nazareno, no el Crucificado, porque la vida del Nazareno, del Resucitado, es lo que hará que ese hombre se levante y aprovechando este hecho prodigioso que reunió a tanta gente es cuando Pedro lanza el gran mensaje de salvación: “Dios resucitó a su siervo y lo envió para que os bendijera…” (Hch 3, 26). Fue un revuelo tan grande que en seguida fueron apresados Pedro y Juan. En el interrogatorio volvieron a dar testimonio del Resucitado: “Sépanlo todos ustedes y todo el pueblo de Israel: este hombre que está aquí sano delante de ustedes ha sido sanado por el Nombre de Jesucristo el Nazareno, a quien ustedes crucificaron, pero a quien Dios ha resucitado de entre los muertos” (Hch 4, 10). Y así va a ser siempre en la predicación apostólica: la fuerza del Resucitado les hace trabajar constantemente por dar un nuevo sentido a la vida de las personas con las que se encuentren, a la luz del Resucitado.

Y no sólo los apóstoles, sino toda la comunidad cristiana. Aquí tenemos el testimonio de uno de los primeros diáconos. Cuando Felipe es movido por el Espíritu Santo para evangelizar al eunuco etíope (Hch 8, 26-38), éste estaba leyendo lo del profeta Isaías (“como cordero llevado al matadero…”) y, ante la pregunta sobre este texto del Antiguo Testamento, Felipe no dudó en explicarle “la buena noticia de Jesús” (Hch 8, 35). El cristiano es mensajero de la buena noticia de Jesús, no es un profeta de calamidades.

Finalmente quería hacer una mención a la que toda comunidad misionera estamos llamados a realizar. Es una reflexión que se me ocurrió el Sábado Santo. Estábamos totalmente solos. Ni el Crucificado del Viernes Santo nos acompañó. En todo caso el Sepultado, pero eso de estar mirando un sepulcro como que no da de sí. Además, la convicción de que Jesús resucitó está, antes de las apariciones, al mirar el sepulcro vacío. Es algo que se menciona mucho en los textos de la Resurrección como contraste: tumba vacía – Cristo vivo; ¿por qué buscar entre los muertos al que está vivo?

Pero lo que yo quería mencionar del Sábado Santo es que no estábamos tan solos. Podríamos acompañar/dejarnos acompañar a/por María Desolada. Normalmente le hemos llamado así. ¿Y cómo va a estar una madre viendo a su hijo en tal situación? Pero… quiero creer en el fondo, es una idea mía, que María, en verdad, en lo más íntimo de ella, brillaba un rayo de esperanza. Ella que acompañó tanto a su hijo, que conocía bien la sonrisa del Jesús niño, las bondades del Jesús joven, el valor del Jesús adulto… ella que conocía tanto y todo el bien que se había hecho, sabía perfectamente que todo eso no fue en vano, que de algo serviría… Por eso María es la mujer de la esperanza, es la que sostiene a la Iglesia y a la Misión de los cristianos.ro artículos sobre los Cánticos del Siervo del Libro de Isaías en relación con cuatro canciones del cantautor Ismael Serrano…

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BIBLIA Y MISIÓN

P. Toni Plaza, MSC

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NECESIDAD DE MISIONEROS

No quiero decir “urgencia de misioneros”, porque como decía

el entrañable Antoine de Saint Exupéry: “Si quieres construir

un barco y navegar, no empieces por buscar madera …, sino

que primero has de evocar en los hombres y las mujeres el

anhelo por el mar”. Que son necesarios, por supuesto, que

tal y como van las cosas, se hacen más necesarios, es

evidente, pero no menos cierto es que sólo cuando se sienta

la llamada y la invitación a “ir más allá” es cuando se podrá

dar la respuesta.

Pablo sugiere una invitación muy interesante en la carta a los

romanos: “Pero ¿cómo invocarán al Señor sin haber creído en él? Y ¿cómo podrán creer si no han oído hablar de él? Y ¿cómo oirán si no hay quien lo proclame? Y ¿cómo lo proclamarán si no son enviados? Como dice la Escritura: Qué bienvenidos los pies de los que traen buenas noticias” (Rm 10, 14-15). Y es curioso, llevamos ya poco más de dos mil años de misión y aún seguimos pensando en la necesidad y en la urgencia…

No se trata de pensar que si ha habido fracaso o preguntarnos ¿qué no hemos hecho bien? o ¿en qué nos hemos equivocado?... El ser humano es lo que es y las culturas, el clima, las circunstancias de la historia… influyen en la forma de pensar y de vivir del ser humano, en su forma de relacionarse con lo sagrado y con los demás. Quizá en el siglo que vivimos no basta con pensar en los que no han conocido o habiendo escuchado la predicación del Evangelio han seguido con su cultura y sus tradiciones religiosas porque ellas ya en sí mismas les ayuda en sus conciencias, en su caminar, en sus vidas…, porque son buenos, por naturaleza. Pablo está hablando del Pueblo al que Dios se manifestó y éste sigue “rebelde y contumaz” (Rm 10, 21). Sería pues una invitación para misionar entre nosotros, en nuestro pueblo y en nuestra cultura (no digo a propósito nuestra casa o familia, para que alguno no se quede ahí no más), porque hay muchos que han desorientado el camino (y no me refiero al pecado) y no viven el mensaje de Jesús, aunque dicen actuar en su nombre.

O éstos son fácilmente presas de otras ofertas religiosas sin fundamento: las sectas. En muchas zonas de América, África y Asía donde no llega la Iglesia católica como institución por falta de evangelizadores, hay un terreno fácil para el aumento de las sectas porque son más ágiles en su creación, sin formación ni estructura organizativa. En una de las comunidades que atendíamos cuando comenzamos nuestra presencia en Paraguay, en Natalio, departamento de Itapúa, en el segundo núcleo más grande, había en las afueras una iglesia no católica fundada por uno que era de la iglesia católica, pero como se enfadó, fundó su propia iglesia. Y se volvió a enojar con la gente que se reunía y fundó una iglesia diferente un par de kilómetros más allá, actualmente ya no existe.

La gente va como ovejas sin pastor (Mt 9, 36). Es bien expresivo este texto y sus traducciones según las versiones: las gentes estaban “angustiadas y abatidas”, “desamparadas y dispersas”, “confundidas”, “agobiadas”, “extenuadas”… Ahora no importa saber cuál es la palabra correcta. Habla de una situación que no da más de sí y sólo la Palabra de Dios puede iluminar el camino de esta humanidad y si no hay quien la proclama y la predica, sobre todo la viva, pues hay mal panorama… Pero de cualquier modo, la predicación y la vida, sino “en espíritu y en verdad” (Jn 4, 23).

Y ahora viene lo más importante: el trabajo, la mies, es abundante (Mc 10, 37); pidamos al Señor que envíe trabajadores, personas generosas que se comprometan con el Reino de Dios (Mc 10, 38) y yo siempre añado… que los que vengan, que sepan y quieran trabajar unidos, porque sólo así es como el mundo creerá (cf. Jn 17, 21)

P. Toni Plaza, MSC

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BIBLIA Y MISIÓN. CON EL PADRE TONI PLAZA, MSC

Iniciamos hoy, tal como anunciamos el pasado lunes, una nueva sección de la mano de un nuevo colaborador.

Se trata de "Biblia y Misión", una relación fundamental que desde hace un tiempo deseamos destacar y que lo haremos por medio del Padre Toni Plaza, Misionero del Sagrado Corazón de Jesús, con la experiencia de sus veinte años en misión en Argentina y Paraguay.

Muchas gracias Padre Toni !!!

LA VOCACIÓN MISIONERA DEL CRISTIANO

La Iglesia o es misionera o pierde su sentido original. Ya lo dice el concilio

Vaticano II: “la Iglesia peregrinante es misionera por su naturaleza” (Decreto

Ad Gentes, 2). Es lo que actualmente nos dice el Papa Francisco con lo

de “Iglesia en salida”. Es la consecuencia lógica de una profunda y auténtica

experiencia de Dios. Quizá nos puede ayudar las reflexiones de Pablo en la

primera carta a los Corintios (9, 14-18) con su expresión ya muy conocida de

“¡pobre de mí si no proclamo el Evangelio!” (1Cor 9, 16b). O lo que dijeron Pedro

y Juan después de recibir la prohibición de predicar el evangelio: “Nosotros no

podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído” (Hch 4, 20). ¿Nunca has

tenido esta misma sensación? Lo que da sentido a mi vida, Cristo, no es para mí

sino para ser compartido con tanta gente buena que lucha por un mundo mejor,

más unido y fraterno.

Leyendo lo de Pablo parece como si hubiera una lucha entre lo que se hace por vocación y lo que se hace como trabajo. Está claro que tenemos que ganarnos la vida, también materialmente, para poder vivirla; que la remuneración es necesaria para poder sostener tu vida. Jesús lo dice cuando envía a la misión al grupo de los setenta y dos discípulos (Lc 10, 7). Pero no menos cierto es lo de “recibir el ciento por uno” (Mt 19, 29). Yo le he experimentado desde que hice mis primeros votos religiosos en 1986 y cuando salí “más allá de mis fronteras” hacia la Misión en Argentina para hacer el año de pastoral antes de recibir el sacerdocio. He estado como misionero en Argentina y, sobre todo, en Paraguay, y sé que además de muchos amigos y hermanos en la fe, tengo muchas casas en donde me puedo sentir acogido y como en casa, en familia. El cristiano no está solo nunca y no únicamente porque somos Iglesia, sino, sobre todo, porque vayas donde vayas, encontrarás a otros que tienen una misma fe y un mismo sentir.

La gran recompensa del misionero es anunciar la Buena Noticia del Evangelio (1Cor 9, 18b) y contemplar los frutos que da en las personas que la reciben con sencillez y espontaneidad. La Palabra de Dios, que es viva y eficaz (Hb 4, 12), hace mucho bien a los que la escuchan con esas actitudes: anima y confirma en la fe, en el actuar, en lo que se siente y se quiere vivir… Mi vida misionera sólo la entiendo y la comprendo desde este compromiso. Que todo creyente pueda sentir cerca, muy cerca, la presencia de Dios, que le ama, le llama y le anima a dar lo mejor de sí mismo por el bien de sus hermanos.

Cuando Pablo habla de “estoy obligado a hacerlo” (v. 16b), no podemos entenderlo como algo impuesto, que no es por su propia voluntad, sino únicamente como algo a lo que se siente llamado y, si no lo hiciera, no podría sentirse realizado como persona y como creyente. No está reclamando ningún reconocimiento especial (“¡mejor morir!”, dice), sino que esa es su gloria y su alegría. Somos instrumentos en manos de Dios, como en María, sólo Él puede hacer maravillas en nosotros (Lc 1, 49) y en nuestro mundo y nosotros le dejamos que Él actúe como barro en manos del alfarero (Jer 18, 6; Rm 9, 20-23).

Nos sentimos así. Tenemos un gran tesoro, que no nos merecemos (o quizá sí, por amor de Dios), pero lo tenemos y cuánto bien hacemos en compartirlo, aunque, a veces sea difícil (cf. 2Cor 4, 7-11). Quien conoce y ama la Palabra de Dios sabe, desde el corazón, que no puede vivir sin compartirla, y lo hace sin fanatismos, pero con convicción, con determinación… Esto es ser misionero, es ponerse en camino, “en salida” … “Tant de bo”, como se dice en catalán, ojalá descubramos la alegría y la riqueza de compartir nuestra fe. Un fuerte abrazo en el Corazón de Jesús y en la Misión.

Toni Plaza, msc

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