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PABLO, CARTA A CARTA

SAULO, EL TEMIDO, SE QUEDA CIEGO

Yolanda ME

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Saulo se siente judío por naturaleza y distinto a los pecadores, los gentiles. Por eso, hay que perseguirles, para que no arrastren a otros judíos a compartir sus creencias. Hay que mantener la fe recibida de sus antepasados y ser fieles a ley de Moisés, como buen fariseo que era. Los cristianos son, para él, una nueva “secta” que surge en medio del pueblo de Israel que no se atiene a la Ley. Hay que acabar con ellos porque suponen un peligro para el judaísmo.

Así podemos entender Hch 8,3: «Entretanto Saulo hacía estragos en la Iglesia; entraba por las casas, se llevaba por la fuerza hombres y mujeres, y los metía en la cárcel» o Hch 9,1: «Entretanto Saulo, respirando todavía amenazas y muertes contra los discípulos del Señor, se presentó al sumo sacerdote». Saulo era un perseguidor por la fe, por mantener la fe de sus padres.

Y, ante el sumo sacerdote, «le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, para que, si encontraba algunos seguidores del Camino, hombres o mujeres, los pudiera llevar presos a Jerusalén». Pedir cartas al sumo sacerdote, era pedir autorización a la autoridad judía para seguir persiguiendo. Lo que no esperaba Saulo era lo que iba a ocurrirle.

«Yendo de camino, cuando estaba cerca de Damasco, de repente le envolvió una

luz venida del cielo, cayó en tierra y oyó una voz que le decía: “Saúl, Saúl, ¿por qué

me persigues?”. Él preguntó: “¿Quién eres, Señor?”. Y él: “Yo soy Jesús, a quien tú

persigues”. Pero levántate, entra en la ciudad y te dirán lo que debes hacer”»

(Hch 9,3-6). No era el Jesús histórico que habían conocido los discípulos, sino el

Jesús Resucitado, el Cristo, porque esto ocurrió allá por el año 36.

Será san Lucas quien nos diga que: «Saulo se levantó del suelo, y, aunque tenía

sus ojos bien abiertos, no veía nada. Le llevaron de la mano y le introdujeron en

Damasco» (Hch 9,8). Si yo estuviera en su lugar, el temor se habría apoderado de

mí. Ciego, sin saber dónde lo llevan ni quién lo guía. ¿Podría acabar en manos de

los enemigos? Saulo, no creo que estuviera lejos de mis sentimientos.

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CLAVES DE LECTURA DEL LIBRO DEL GÉNESIS

Javier Velasco-Arias

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UNA HISTORIA EJEMPLAR

A modo de novela

La «novela» ejemplar (si preferimos: novela histórica o historia novelada) de José o de «José y sus hermanos», ocupará una gran parte del libro del Génesis: del capítulo 37 al 50 (el final del libro), con dos paréntesis en los capítulos 38 y 49, en las que el narrador introduce dos historias menores, aunque sumamente curiosas (que no comentaremos en esta ocasión).

Un hijo predilecto

José es el hijo menor de Jacob (aún no ha nacido Benjamín) y el preferido de su padre, en una familia de once hermanos, de cuatro madres diferentes. La predilección paterna por José será motivo de envidias e intrigas entre los hermanos; además de él tener muy asumido su situación privilegiada que no duda en ostentar ante sus consanguíneos. Os invito a leer el texto íntegro, que nunca puede sustituir ningún comentario.

Envidia de los hermanos

Los hermanos deciden vengarse de José y alguno incluso no le importaría llegar hasta el asesinato fraticida. Al final, deciden vender a José como esclavo a unos mercaderes madianitas que lo llevarán a Egipto, donde se desarrollará la mayor parte de la historia que nos ocupa. Y los hermanos hacen creer a su padre que ha fallecido, devorado por una fiera.

Nueva vida

Los madianitas lo venden como esclavo a Putifar, un funcionario real egipcio (Génesis 37,36; 39,1). Las cosas le van bien, hasta que es acusado falsamente por la esposa de Putifar de haberla acosado sexualmente, cuando en realidad es en represalia por sentirse rechazada y despechada. José acaba en la cárcel.

En prisión conocerá a otros dos funcionarios reales, a los que José interpreta sus sueños, que, cómo él predice, significará el ajusticiamiento de uno y la libertad del otro (40,1-23). El compañero de prisión liberado, con el tiempo, sugerirá al monarca de Egipto, al Faraón, que José es la persona que podrá liberarle de la angustia de unos extraños sueños que nadie de su reino sabe interpretar.

Rectitud de José

José aparece en la narración cómo un hombre íntegro, sabio y fiel a Dios. La auténtica sabiduría es un don de Dios y no responde a artes mágicas o conocimientos ocultos: éste es el mensaje que se desprende del relato. El protagonista de la historia se mantiene honesto, insobornable, fiel a su fe, a pesar del exilio y de las circunstancias adversas.

El anuncio de José al Faraón de unos años de escasez, de hambre, después de un período de abundancia, cambiará la suerte de nuestro personaje. El monarca lo nombra visir y responsable de administrar las cosechas de Egipto, para que cuando llegue la carestía no halle al país desprevenido, sino que haya reservas más que suficientes (Génesis 41).

Reencuentro fraterno

La situación de carestía generalizada hará que los hermanos de José viajen a Egipto, para abastecerse de alimentos que en su tierra no encuentran. Los diferentes encuentros entre los hermanos, que no reconocen a José, son de una gran belleza narrativa (Génesis 42-45). El perdón sin resentimiento de José a sus hermanos, el amor fraternal, el reconocer la mano de Dios en las situaciones límite… nos muestran a un hombre bueno, misericordioso, sabio, fiel (45,4-15).

Jacob-Israel bajará a Egipto y se instalará en Gosén, junto a toda su familia (46,26-34). La «historia» preparará la narración del segundo libro de la Biblia Hebrea, del Éxodo, en la que los descendientes de Israel se convertirán en el Pueblo de Dios, después de su liberación de la opresión egipcia. Pero eso es otra historia, para una próxima ocasión. Nuestro relato acabará con la muerte de José (Génesis 50), después de una estancia idílica de él y toda su familia en el país de Egipto.

Para la oración

Las cuestiones posibles para meditar, para llevar a la oración, personal o comunitaria, son muchas. La «historia» de José está repleta de enseñanzas éticas y de valores y actitudes a practicar, a vivir.

La predilección de los padres por un hijo determinado es «caldo de cultivo» de envidias, rivalidades, incluso, odios entre hermanos. Los padres, madres, abuelos, educadores… hemos de revisar si caemos, o podemos caer, en favoritismos a la hora de relacionarnos con ellos. Los niños, los adolescentes, los jóvenes no son tontos: perciben estas situaciones como agravio, como desamor, como desprecio. Y las consecuencias pueden ser graves.

José es un hombre íntegro. No accede a las insinuaciones sexuales de la mujer de Putifar y acabará, a causa de ello, en la cárcel. ¿Yo soy capaz de resistir los «cantos de sirena» a los que con frecuencia me somete una cultura altamente sexualizada, donde la pornografía explícita es el «pan de cada día», en la que la genitalidad sustituye con frecuencia a la auténtica sexualidad? Y no es cuestión de volver a tiempos, felizmente superados, en los que el

sexto y el noveno mandamientos eran los únicos «mandamientos» contra los que se

pecaba. Ni a ser mojigatos en los temas referentes a la sexualidad o al erotismo. Pero

la auténtica sexualidad humana, el sano erotismo, o están integrados en el amor, en la

entrega mutua o difícilmente les podemos poner el adjetivo de «humano».

¿El perdón, el amor fraternal… superan las barreras del odio, de la venganza, del «ojo

por ojo y diente por diente»? A la pregunta que le hicieron a Jesús sobre el número de

veces que he de estar dispuesto a perdonar, respondió: «No te digo que hasta siete

veces, sino hasta setenta veces siete» (Mateo 18,22).

La auténtica sabiduría es un don de Dios. ¿Soy consciente de ello? o ¿prefiero jactarme, delante de los demás, de mis valores y logros?

Javier Velasco-Arias

(publicado previamente en el blog "Biblia y Pastoral" el día 11 de mayo de 2018)

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CLAVES DE LECTURA DEL LIBRO DEL GÉNESIS

Javier Velasco-Arias

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DOS HERMANOS ENFRENTADOS

En esta ocasión os propongo leer y meditar la historia de los dos hijos del patriarca Isaac y la matriarca Rebeca: Esaú y Jacob. Una narración que comienza en Génesis 25,19 y se extenderá por algunos capítulos de este primer libro bíblico. Incluso será la clave de lectura del conflicto endémico entre dos pueblos (hermanos), Edom e Israel, que encontraremos en diferentes narraciones bíblicas. Es un texto donde se mezclan valores y contravalores, la vida real, donde Dios continúa interviniendo.

La oración del indigente

Como percibimos, con cierta frecuencia, en los textos bíblicos, la esterilidad femenina que es vista como algo negativo en la antigüedad (el no tener hijos es lo peor que lo podía pasar a una mujer), es ocasión para una acción extraordinaria de Dios. Y de la misma manera que Sara, esposa de Abrahán, concibió gracias a la acción de Dios, también Rebeca: «Isaac rezó a Dios por su mujer, que era estéril. El Señor le escuchó y Rebeca, su mujer, concibió» (Génesis 25,21). La acción de Dios se hace presente escuchando la suplica del necesitado. El débil, el indigente, el pequeño siempre son objeto de la predilección divina.

El fruto del vientre de Rebeca serán dos hermanos gemelos: Esaú y Jacob. Dos hermanos que personifican a dos grandes pueblos: Edom e Israel. Dos naciones que estarán en conflicto continuo a lo largo de la historia.

El mayor es presentado como cazador y rudo, mientras que Jacob es descrito como un hombre tranquilo, pacífico, integro (diversas traducciones posibles de la expresión hebrea tam) y pastor nómada.

El hambre de Esaú

La escena sitúa a los dos hermanos ya adultos, dando un gran salto cronológico. Jacob está cocinando un guiso rojo (25,30), unas lentejas, aclarará el narrador después (25,34). El juego de palabras entre rojo y Edom (de la misma raíz en hebreo) justifica el nombre por el que será conocido el pueblo descendiente de Esaú. Esaú accede a «cambiar» o «vender» sus derechos de hijo mayor, de primogénito, por el guiso que está preparando su hermano. Sus ganas de comer, su ansiedad le ciegan la responsabilidad adquirida como heredero. Ocasión que aprovecha astutamente su hermano menor Jacob.

El engaño de Jacob

Esta circunstancia junto con el engaño posterior de Jacob a su padre, ya ciego, con la complicidad de su madre Rebeca, para recibir la bendición de primogénito (cf. Génesis 27), harán que se desate un grave antagonismo entre los dos hermanos, un odio a muerte.

Jacob suplanta a Esaú con el fin de hacerse con los derechos del hermano mayor, de la primogenitura que astutamente ha conseguido de su hermano. Y no se para ante la mentira, el disimulo, el fraude para conseguir lo que quiere. Curiosamente, a pesar de estas circunstancias, el plan de Dios se cumple. «Dios escribe recto con renglones torcidos» (frase atribuida a Teresa de Jesús, aunque de origen incierto).

Una herida por cicatrizar

Pero el engaño traerá funestas consecuencias, que no podemos obviar. La reconciliación será costosa, difícil e incompleta (Génesis 33,1-17). La historia posterior corroborará que la herida abierta entre estos dos hermanos, estos dos pueblos, nunca llegó a cicatrizar del todo.

Para la oración

Los temas para llevar a la plegaria son varios; cada persona ha de elegir la temática o las cuestiones que más inciden en su existencia personal y comunitaria: la fuerza de la oración, el plan de Dios, la predilección por los pequeños, los conflictos fraternales, el papel de los padres en la educación, el engaño y el fraude…

La oración, en muchas ocasiones, consigue lo aparentemente imposible. Hemos de poner nuestra confianza en la acción de Dios y no desfallecer. Isaac y Rebeca son ejemplos de una oración esperanzada, como rezamos en el libro de los Salmos: «Mi corazón, Señor, no es altanero, ni mis ojos altivos. No voy tras lo grandioso, ni tras lo prodigioso, que me excede, mas allano y aquieto mis deseos como el niño en el regazo de su madre: como el niño en el regazo, así están conmigo mis deseos. Tu esperanza, Israel, en el Señor, desde ahora, para siempre. (Salmo 131).

Pero todo no es laudable en la actitud de los diversos personajes. Esaú es un inconsciente y un irresponsable cuando es capaz de «cambiar» su primogenitura por un plato de lentejas. Lo inmediato prevalece sobre lo realmente importante. Y ¿en mi vida? ¿Sé realmente priorizar en cada ocasión? ¿Tengo siempre presente lo que es realmente importante o me dejo habitualmente llevar por lo inmediato, lo tangible, las «exigencias» del aquí y ahora?

O Jacob y su madre Rebeca que utilizan la mentira, el fraude, la deslealtad para conseguir sus fines, aunque estos sean buenos. ¿El fin justifica los medios? ¿No somos conscientes que todo no vale para obtener resultados? La persona religiosa y la persona honrada saben que el «todo vale» no es una opción ética, aunque el motivo sea bueno.

Una vida incoherente y egoísta lleva siempre al conflicto. El enfrentamiento con el otro es consecuencia de dichas actitudes. Y el narrador bíblico nos recuerdo que el otro siempre es tu hermano al que

debes amar, hijos ambos del mismo Padre. Edom e Israel serán dos pueblos siempre

enfrentados, pero en el plan original de Dios son hermanos. ¿También yo considero al otro

mi hermano o mi hermana?, sea quien sea.

Dios es el Señor de la Historia. Esto nos da esperanza y confianza. Ya que a pesar de

nuestras innumerables «meteduras de pata» el plan de Dios prevalecerá. Pero no se lo

pongamos cada vez más difícil.

Javier Velasco-Arias

(publicado previamente en el blog "Biblia y Pastoral" el día 9 de marzo de 2018)

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CLAVES DE LECTURA DEL LIBRO DEL GÉNESIS

Javier Velasco-Arias

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BENDICIÓN PARA TODOS LOS PUEBLOS

Los 11 primeros capítulos del libro del Génesis son conocidos como «protohistoria» e incluso «prehistoria», narrados en un lenguaje pedagógico y parenético.

Es a partir del capítulo 12 donde comienzan las historias patriarcales que, aunque no podemos hablar tampoco de «historia» en el sentido moderno, nos trasladan a unos escenarios de los que poseemos más información: narraciones de clanes familiares, tradiciones ancestrales que buscan fijar el origen de lo que siglos más tarde será el pueblo de Israel.

A partir de Gn 11,27 el autor bíblico nos introduce en la genealogía e historia de Abrán y Sarai, su esposa, que después el Señor les cambiará el nombre por Abrahán y Sara (cf. Gn 17,5.15), como signo de la misión que les encomienda.

Capítulo 12 del Génesis: relato de una vocación

Los primeros versículos de Génesis 12 son de una gran belleza narrativa y teológica. Abrahán es elegido por Dios, es enviado… Su respuesta es de obediencia a la voluntad de Dios. Es un relato de vocación, en el que queda implicada toda la existencia del personaje.

Llamada de Dios

El Señor le pide que cambie sus planes, que deje su tierra, que abandone su horizonte material, que renuncie a su vida anterior para «embarcarse» en una aventura imprevisible. Ahora toca ponerse al servicio de los planes de Dios, que no necesariamente se identifican con los propios: «El Señor dijo a Abrán: Sal de tu tierra nativa y de la casa de tu padre, a la tierra que te indicaré» (Gn 12,1).

Respuesta confiada de Abrahán

La decisión no es fácil. Pero el patriarca no pone pegas, no tiene dudas, sabe de quien se ha fiado, como afirmará, en otras circunstancias difíciles el gran apóstol Pablo: «no me siento fracasado, pues sé de quién me he fiado» (2Tim 1,12). Abrahán, de igual manera, se fía de Dios: «Abrán marchó, como le había dicho el Señor» (Gn 12,4).

Su gran fe, su fidelidad a la palabra de Dios, harán de él referente de las tres grandes religiones monoteístas, cuyos seguidores nos sentimos y somos «hijos de Abrahán»: Judaísmo, Cristianismo e Islam.

Es plausible que Jesús se refiere a esta realidad, releyendo el relato de Gn 12: «no os imaginéis que os basta decir: “nuestro padre es Abrahán”; pues yo os digo que de estas piedras puede sacar Dios hijos de Abrahán» (Mt 3,9). La respuesta de fe, más que el linaje, es la que nos hace hijos de Abrahán.

Una promesa de Dios

Se cumple la promesa divina al patriarca: «Yo haré de ti una nación grande; te bendeciré y engrandeceré tu nombre, y tú mismo serás bendición.

[…] En ti serán bendecidos todos los pueblos de la tierra» (Gen 12,2.3b).

La promesa es inmensa, inconmensurable. Pero, al mismo tiempo, no constatable, no verificable, al menos de forma inmediata y concreta. Se ha de fiar de Dios. Ha de creer que Dios nunca falla. Confiar en un futuro que su respuesta de fe iniciará pero que él no verá consumado.

Una esperanza sin límites

Abrahán no sólo recibe la bendición de Dios, sino que se convierte en motivo de bendición. En su nombre serán bendecidos, benditos todos los pueblos de la tierra. Su fe, su fidelidad, su entrega sin condiciones lo convierten en sujeto de bendición. Como afirma Mns. Ravasi; «En este caso, Abraham queda “constituido” en signo eficaz de la salvación ofrecida por Dios.»

El viaje que nos describe el narrador bíblico en los siguientes versículos no tiene nada de bucólico ni de «camino de rosas»: está plagado de dificultades. Pero la fe de Abrahán, su fidelidad, su fiarse plenamente del Dios de la Biblia… le darán las fuerzas suficientes para continuar en el camino al que ha sido llamado.

Para la oración

- La narración de la historia de Abrahán nos sugiere unas actitudes esenciales en las personas religiosas. Y, lógicamente, de una forma especial nos interpela a los cristianos.

- ¿Soy consciente de las consecuencias de mi vocación personal y comunitaria? Dios te ha elegido, me ha elegido, para una tarea concreta en este mundo, en la sociedad, en la comunidad cristiana… Y la labor que yo tengo encomendada es insustituible. Es la que me toca a mí. Ningún otro puede hacerla. Lo importante no es que sea pequeña o grande, porque la medida de Dios no tiene nada que ver con la mezquindad de la nuestra. Lo importante es que es la mía.

- ¿Mi fe se identifica con creer en una lista de cosas o con la adhesión a la persona y a la Buena noticia de Jesús? La fe implica, cómo no, creer. Pero es mucho más fidelidad, fiarse de Alguien con mayúscula, comprometer la existencia, que admitir unas verdades de fe. Aunque, lógicamente, el fiarse de Dios, el seguir a Jesús también implica suscribir lo que Él enseñó, reconocer el depósito de la fe que custodia la Iglesia. Pero, ¿mi fe me compromete? Si

no, es una quimera.

- ¿Mi vida irradia bendición para los que me rodean? ¿Soy una persona

amable? Es decir, alguien que se hace querer porque su existencia irradia

amor, comprensión… Claro está, también implicará incomprensiones. Pero

que nunca sea yo el motivo de discordias, enemistades y, mucho menos,

odios o rencillas. Hemos de huir, como de la peste, de aquellas actitudes

que dificultan o matan la convivencia: «enemistades, reyertas, envidia,

cólera, ambición, discordias, sectarismos…» (Gal 5,20)

La fe del patriarca Abrahán vivida hasta las últimas consecuencias nos interpela.

Javier Velasco-Arias

(publicado previamente en el blog "Biblia y Pastoral" el día 7 de diciembre de 2017)

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SAN PABLO NOS MUESTRA SUS CARTAS
Pedro Fernández

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CARTA A LOS TESALONICENSES 4-5

Un gran canto a la Esperanza (siempre con mayúscula), un canto a la Fe y por tanto un canto al Amor, un amor obediente y servicial, no servilista, nunca servilista dado que entonces no conocemos al Señor y lo peor es que si caemos en el servilismo NUNCA lo daremos a conocer.

Pablo nos invita, nos exhorta, en la primera parte del capítulo 4 a la fidelidad y con esa fidelidad, si hemos entendido el mensaje, a mantener la justicia en todos los ámbito, desde la familia (primer sagrario), al prójimo y con este al Señor.

Nos muestra la esperanza en la vida, al pedir que recemos por los que han fallecido, no me gusta decir la palabra muerto. Jesús si lo hizo, pero para demostrar que la vida es mucho más que ese instante del paso de esta vida a la Eterna.

Pablo nos lo descubre y nos lo muestra y todo el capítulo 5 de esta obra maestra, que es la primera carta a los Tesalonicenses, nos abre la inmensa puerta a una Esperanza cierta.

Consagrados al Señor, esperando y sirviendo, SIEMPRE sirviendo, para la única realidad

verdadera.

“Estad siempre alegres”. “No ceséis de orar” (versículos 16 y 17) 

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CLAVES DE LECTURA DEL LIBRO DEL GÉNESIS

Javier Velasco-Arias

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MAL GENERALIZADO, PECADO ECOLÓGICO

Recapitulando

Después de la ruptura de la Alianza con Dios (primer pecado o «pecado original» [Génesis 3]) y del atentado fratricida (asesinato de Abel por su hermano Caín [Génesis 4]), el narrador bíblico nos cuenta cómo el mal se generaliza, contagia todas las esferas de la existencia humana (Génesis 6): «La maldad del ser humano iba cada vez a más y todos los designios de su corazón eran siempre perversos» (Gn 6,5).

Es un proceso «lógico». Así lo entiende el autor sagrado. El abandonar a Dios, el apartarse de su plan salvífico, el único que posibilita ser feliz y estar en paz y armonía con todos y con la naturaleza, lleva irremediablemente al conflicto entre los seres humanos, a las discordias, al fratricidio, a las guerras… Y, como consecuencia última, a la generalización del mal, al desequilibrio ecológico.

El mal lleva al mal

El papa Francisco, comentando estas narraciones bíblicas de los orígenes, afirma: «El descuido en el empeño de cultivar y mantener una relación adecuada con el vecino, hacia el cual tengo el deber del cuidado y de la custodia, destruye mi relación interior con­migo mismo, con los demás, con Dios y con la tierra. Cuando todas estas relaciones son descui­dadas, cuando la justicia ya no habita en la tierra, la Biblia nos dice que toda la vida está en peli­gro.» (Encíclica Laudato si, n. 70).

Todo está interrelacionado. El mal lleva al mal. Ésta es la lección que nos quiere mostrar el texto sagrado, es la lectura que pretende.

El diluvio

El relato del Génesis se servirá de una «historia» por todos conocida: «el diluvio». Los israelitas, por sus vecinos mesopotámicos, ya sabían de las epopeyas de Gilgamés, de Ziusudra y de Atrakhasis, donde aparece dicha catástrofe cósmica.

El narrador bíblico hará una relectura, una reinterpretación de dicho acontecimiento, a partir de su fe en el Dios de la Biblia. El diluvio será visto como una purificación de la Creación, como una nueva oportunidad para el ser humano, como un nuevo inicio, como una nueva Alianza, como un nuevo proyecto salvífico…

Compromiso de Dios

El pecado, el mal generalizado que anida en el corazón humano y que toma su forma concreta en la violencia contra otros seres humanos y contra el resto de la Creación, debe desaparecer. Por eso, el proyecto salvífico –el arca de Noé– debe preservar no sólo la vida humana sobre la Tierra sino la de todos los seres vivos:

«Estableceré contigo mi Alianza (dice el Señor). Entrarás en el arca tú y tus hijos, tu mujer y las mujeres de tus hijos contigo. De todos los animales, de todos los seres vivientes, introducirás en el arca dos de cada especie, para que conserven la vida contigo; que sean macho y hembra. De las aves según su especie, de los animales domésticos según su especie y de todos los reptiles de la tierra según su especie, entrarán contigo por parejas de todos ellos para salvar la vida.» (Gn 6,18-20).

La persona humana es responsable de la vida, de la paz, de cada ser humano. Pero, también, de toda la Creación, de toda la naturaleza. El equilibrio ecológico, el orden de la Creación es voluntad de Dios. Y el hombre y la mujer han de ser garantes de ello.

Por eso, esta segunda Alianza, después del diluvio –la primera había sido con Adán y Eva–, no es sólo con Noé y el resto de humanos que se han salvado en el arca, sino con la Creación entera: «Yo establezco mi Alianza con vosotros y con vuestra descendencia después de vosotros, y con todo ser viviente que está con vosotros: aves, ganados y todos los animales de la tierra que están con vosotros, con todos los que salieron del arca, con todos los animales de la tierra.» (Gn 9,9-10).

Para la oración

El relato bíblico nos sugiere muchos interrogantes. Preguntas que hemos de hacernos en la intimidad de la oración personal y, también, comunitaria. Y, lógicamente, arrancar de mí un compromiso para que las cosas cambien.

¿Cómo está mi relación con Dios, con las personas que me rodean (familia, amigos, compañeros de trabajo, vecinos…), con el entorno ecológico, etc.

¿Cuál es mi compromiso para que este mundo sea más habitable para toda la Humanidad? ¿Siento como propios los problemas, dificultades, tragedias de otros seres humanos?

¿Los problemas de las migraciones por guerras, hambre, persecuciones políticas, sociales o religiosas, me afectan personal y comunitariamente? ¿Qué hago frente a esta situación tan grave que sufren tantísimas personas y familias? ¿O pienso que no son mi problema? ¿O, peor aún, estoy en contra de acoger a estos seres humanos que huyen de escenarios que no querríamos nunca para nosotros, nuestras familias, nuestros hijos; y ni nos inmutamos cuando tantos mueren en el camino hacia una situación mejor, más digna, que nunca encontraron?

¿Qué hago por una ecología de la cultura, del bien común, de la justicia?, como reivindica el papa Francisco.

¿Hasta qué punto llega mi compromiso por un equilibrio ecológico sostenible? ¿Tomo medidas concretas contra la contaminación ambiental? ¿Me tomo en serio el reciclaje de los desperdicios que produzco?

El relato del diluvio y la Alianza posterior de Dios con la Humanidad y con todos los seres vivos me sugiere que otro mundo es posible, que el mal no tiene la última palabra, que mi compromiso en conseguirlo es algo irrenunciable, como ser humano y como creyente.

Javier Velasco-Arias

(publicado previamente en el blog "Biblia y Pastoral" el día 15 de noviembre de 2017)

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SAN PABLO NOS MUESTRA SUS CARTAS

Pedro Fernández

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PRIMERA CARTA A LOS CORINTIOS

(1a parte)

El bueno de Saulo, aquí ya marca perfectamente los tiempos de lo que debe ser el seguimiento al Crucificado, al Resucitado.

¿A quién seguís? ¿A mí acaso? ¿A éste? ¿A aquél?

Que equivocados estáis hermanos. Ellos y nosotros. Porque más allá de pertenecer a un movimiento religioso, a una orden religiosa, a… Más allá está la verdad. Y la única verdad es, para un cristiano , seguir a Jesús. Seguir el Evangelio.

Porque el Evangelio vivo es Jesús. Sabemos que la comunidad de Corinto, no conocía los “Evangelios” ni a los autores que hoy en día conocemos bien, o al menos deberíamos conocer. No aquella comunidad conocía relatos de personas que seguían a Jesús, y Pablo fue el gran inspirador del seguimiento y el primer “evangelizador”.

Pablo durante toda la primera carta a los Corintios, va dejando claro que solamente hay un camino a seguir. Solo el verdadero Camino, Verdad y Vida. Los demás solo son instrumentos, por extensión todos somos, del mensaje liberador de Cristo.

Pablo, y en eso es muy reiterativo, nos da las pautas de un verdadero seguimiento. Sin dispersiones.

Nos podemos, y debemos, aplicar este mensaje a nosotros, en nuestra época. Estamos demasiado dispersos, e incluso a veces parece que queremos enmendar la plana al mismísimo Jesús. Desde luego el atrevimiento no tiene límites.

Debemos ser “parábolas del Reino”. En el versículo 4, 20 nuestro querido Saulo lo deja claro: “Porque el reino de Dios no es cuestión de palabras, sino de eficacia”

 

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LA BIBLIA, LIBRO A LIBRO

PRIMERAS IMPRESIONES SOBRE EL LIBRO DE JOB - 2ª parte

Quique Fernández

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Todavía, antes de que acabe el segundo capítulo y, con él, el prólogo del libro, nos encontramos con una vuelta de rosca más. Cuando parece que nada puede ir a peor… el Maligno va y lo propone: «Extiende tu mano contra él y tócalo en sus huesos y en su carne: ¡seguro que te maldecirá en la cara!» (2, 5).

Ahora yo no solo ha de luchar contra el peligro de que su naturaleza caída se rebele contra Dios, sino que también lo tendrá que hacer contra los malos consejos de su mujer: «¿Todavía vas a mantenerte firme en tu integridad? Maldice a Dios y muere de una vez» (2, 9). Y lo hace con una razonada fidelidad: «Si aceptamos de Dios lo bueno, ¿no aceptaremos también lo malo?» (2, 10).

Todo este cuadro de paisaje desolador, de desierto inhabitable, tiene su oasis de gracia: la actitud de fidelidad de Job. Ello me hace pensar en un tema que me parece muy importante teológica, espiritual y pastoralmente: la espiritualidad de la aceptación. Mientras las cosas les van mal a los demás, les animamos con consejos que, después, si nos va mal a nosotros, no nos los aplicamos. De alguna manera, podríamos decir que pedimos a los demás que acepten lo que nosotros no estamos dispuestos a aceptar.

Aparecen en escena los amigos de Job, que de inicio le acompañan en silencio y escuchan su lamento de dolor profundo: «¡No tengo calma, ni tranquilidad, ni sosiego, sólo una constante agitación!» (3, 26). La cuestión es que en ese grito de dolor del justo maltratado «injustamente» yo oigo las palabras de Jesús en Getsemaní: «Si es posible que pase de mí este cáliz…» (Lc 22, 42). Y con Jesús y con Job oigo el lamento de tanto sufrimiento en el mundo: niñas prostituidas, niños soldados, indios del Amazonas a los que les roban su tierra, personas de raza negra a los que se les trata como animales, pobres que malviven recogiendo basura en los vertederos donde, además, viven, duermen y respiran. La lista es tan larga…

De entre los amigos, el primero que toma la palabra es Elifaz de Temán, para hacer una pregunta incisiva: «¿Acaso tu piedad no te infunde confianza y tu vida íntegra no te da esperanza?» (4, 6). Perdón de antemano por la expresión que me sale del alma, por mucho que sea muy poco académica: ¡Uaaaaauuuuu! ¡Vaya preguntita! El amigo dispara

a dar. Imposible evitar el impacto. Es, definitivamente, una llamada a una fidelidad coherente.

Porque, como nos dice Jesús, «si la sal se desvirtúa», ¿quién será la sal del mundo?

Y a continuación sigue con un discurso que empieza con estas preciosas palabras que contienen

una brillante idea: «Yo, por mi parte, buscaría a Dios, a él le expondría mi causa» (5, .

Conforme voy leyendo el discurso tengo la sensación que la letra y música me suenan. Expresiones

como: «Él realiza obras grandes e inescrutables, maravillas que no se pueden enumerar» (5, 9);

«Pone a los humildes en las alturas y los afligidos alcanzan la salvación» (5, 11); «Hace fracasar

los proyectos de los astutos para que no prospere el trabajo de sus manos» (5, 12); «Sorprende a

los sabios en su propia astucia y el plan de los malvados se deshace rápidamente» (5, 13). Me

parece estar escuchando una versión muy cercana al Magnificat.

 

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CLAVES DE LECTURA DEL LIBRO DEL GÉNESIS

Javier Velasco-Arias

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¿DÓNDE ESTÁ TU HERMANO?

Los orígenes

En el capítulo 4 del libro del Génesis leemos la historia de dos hermanos, Caín y Abel.

Dos hermanos enfrentados. Las diferencias entre los dos son importantes, a pesar de que son presentados como mellizos: el primero es agricultor y el segundo pastor.

La relación de ambos con Dios no es simétrica, mientras la de uno es angustiosa, la del otro es pacífica; el carácter también los distingue, Caín resentido, Abel confiado…

Contexto

El intento de encontrar en la narración elementos históricos es una tarea ilusoria.

Los trabajos agrícola o pastoril en el Paleolítico, y mucho menos anteriormente, son simplemente inexistentes, se han de esperar siglos para que aparezcan.

El narrador bíblico está trasladando a los orígenes, al principio de la existencia humana, la situación contemporánea que la comunidad creyente a la que pertenece está viviendo: las relaciones entre dos grupos humanos, uno al que su pueblo pertenece, de origen nómada o seminómada, en la que el cuidado de los rebaños ha sido su forma habitual de vida; y, otro, el de los pobladores de la tierra donde actualmente habitan, de vida sedentaria y agrícola.

Enfrentamientos

Las dificultades, las contiendas, las guerras, la violencia… tienen su origen, ya estaban presentes en los orígenes de la Humanidad y continúan presentes en todas las etapas de la Historia.

Esa es una de las enseñanzas que el autor bíblico quiere subrayar, y esa sí que es una verdad incuestionable.

El hecho de situar esta narración inmediatamente después de la del primer pecado (Génesis 3), busca enfatizar que la ruptura con el plan original de Dios (primer pecado) lleva irremediablemente a un conflicto en las relaciones humanas, a la violencia de un ser humano contra otro.

Origen común

Aún más, el narrador nos quiere recordar el origen común de todos los humanos, hijos todos de un mismo Padre y hermanos entre nosotros. Caín y Abel son hermanos, diferentes, pero hermanos: hijos de Dios e hijos, también, de una pareja original (en Adán y Eva, todos somos hermanos, resalta el texto). Las diferencias étnicas, culturales, religiosas o de cualquier otro tipo no menoscaban esta fraternidad universal.

Pero las relaciones humanas, desde el pecado de los orígenes, son relaciones difíciles, en muchas ocasiones enfrentadas, violentas.

El asesinato de Abel por su hermano Caín es paradigma de la violencia que con tanta frecuencia ejerce el ser humano contra otro ser humano.

Pregunta incisiva

La pregunta que dirige Dios a Caín, después de haber dado muerte a su hermano, sigue siendo actual, se sigue repitiendo a lo largo de la existencia humana de todos los tiempos y de todas las culturas: «¿Dónde está tu hermano?» (Génesis 4,9).

La respuesta del fratricida también es actual: «No sé, ¿soy yo, acaso, el guardián de mi hermano?» (Génesis 4,9). No se siente responsable de su hermano, no le importa. No es capaz de admitir la responsabilidad de su pecado, de su crimen. Nunca le han importado las preocupaciones, las dificultades, la vida de su hermano Abel.

Justicia y misericordia

Pero el Dios de la Biblia es un Dios justo, sale en defensa del más débil, del pequeño, del que padece la injusticia de los otros. No es un dios ajeno a la existencia humana y sus dificultades y miserias. Y recuerda a Caín el mal inmenso que ha hecho.

Y el mal no queda impune. Aunque, incluso en estas circunstancias, junto a la justicia divina siempre se hace presente su misericordia. Y no abandonará a Caín, a pesar de la gravedad de su crimen: «Y el Señor marcó a Caín, para que no lo matara quien lo encontrara.» (Génesis 4,15).

Como afirma el salmista: «La palabra del Señor es recta, se mantiene fiel en todo lo que hace. Ama la justicia y el derecho y su misericordia llena la tierra» (Salmo 33,4-5).

Para la oración

Hemos de revisar, en la intimidad de la oración, la inseparable relación entre el amor a Dios y el amor al prójimo, conscientes de que el olvido de uno de ellos nos lleva irremediablemente a la omisión del otro. Nos lo recuerdan los evangelios: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, y con toda tu mente. Éste es el precepto más importante; pero el segundo es equivalente: Amarás al prójimo como a ti mismo. Estos dos preceptos sustentan la ley entera y los profetas» (Mateo 22,37-40). Dios es nuestro Padre, y el otro es mi hermano.

Y, por tanto, la interpelación de Dios a Caín, también está dirigida personalmente a cada uno de nosotros. Dios se dirige a ti, preguntándote: «¿Dónde está tu hermano?».

En cuantas ocasiones mi respuesta más o menos explícita se parece a la de Caín: «No sé. ¿Soy yo acaso el guardián de mi hermano?». ¿Soy yo el que me tengo que preocupar de lo que le pasa a aquel o aquella?; ya tengo yo suficientes problemas. A mi me importa lo mío y lo que le pueda pasar a los míos; que cada cual resuelva sus asuntos.

Nos hemos vuelto, con mucha frecuencia, insensibles al sufrimiento humano.

Los medios de comunicación ayudan a esta actitud de indiferencia, también a los que

nos llamamos cristianos. Vemos situaciones desgarradoras de injusticias, de guerras,

de violencia en televisión mientras comemos o cenamos y ni nos inmutamos. «¿Soy yo

acaso el guardián de mi hermano?».

Pero la pregunta del Dios de la Biblia nos sigue interpelando: «¿Dónde está tu hermano?».

Javier Velasco-Arias

(publicado previamente en el blog "Biblia y Pastoral" el día 6 de julio de 2017)

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SAN PABLO NOS MUESTRA SUS CARTAS

Pedro Fernández

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Desde este mes contamos con esta nueva colaboración. Pedro Fernández, miembro de EAB en Valencia, nos acercará a la teología, espiritualidad y misión de San Pablo, empezando por sus Cartas a las comunidades cristianas.

CARTA A LOS TESALONICENSES 1-3

"¿Quién sino vosotros, será nuestra esperanza, nuestra alegría y nuestra corona de gloria ante Jesús nuestro Señor, el día de su manifestación?

¡Vosotros, ciertamente, sois nuestra gloria y nuestra alegría!"

(Versículos 19-20)

Pablo se dirige a su querida comunidad de Tesalónica, o ¿lo está haciendo a nosotros y en este momento?

Ciertamente los que manifestamos la fe en Cristo, Señor nuestro, somos interpelados a seguir en la brecha, a continuar pese a las dificultades, cada vez mayores, y a superarnos.

No tenemos a los judíos detrás que nos persiguen (vers. 15), pero tenemos una maraña que nos hace situarnos y resituarnos continuamente.

Es la primera carta de Pablo, es el inicio para muchos de la vida cristiana, es el punto de partida. Es el Alfa de la libertad.

"... en medio de tantos sufrimientos y tribulaciones como hemos tenido que

soportar por vosotros, hemos sentido el consuelo de vuestra fe" (vers. 7)

"De modo que ahora, al saber qué os mantenéis fieles al Señor, hemos vuelto

a vivir" (vers. 8)

Estáis ahí, lo hemos y lo estamos pasando mal (la Iglesia), pero sabemos que

estáis, pocos o muchos da igual, lo importante es la fidelidad al Señor y a

seguir trabajando por el Reino.

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PABLO, CARTA A CARTA

SAULO, EL TEMIDO

Yolanda ME

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Cuando pienso en mi vida, siempre encuentro páginas que me gustaría arrancar y, por suerte o desgracia, es algo que muchos compartimos. La verdad es que, de todo ello aprendí que, gracias a aquello que viví, hoy soy quien soy y como soy. De todo, y de todos, podemos y debemos aprender. No se trata de arrancar páginas de nuestras vidas, sino de volverlas a leer del modo correcto para que nada nos hiera, ni nada nos sobre.

Lo mismo le ocurrió a Saulo, a aquel que el libro de los Hechos de los Apóstoles nos dice: «Llegando a Jerusalén, trataba de juntarse con los discípulos, pero todos le tenían miedo, porque no se fiaban de que fuera discípulo» (9,26). Los discípulos no se fiaban de él, le temían, sentían miedo. ¡Cuánto desearía, Saulo, arrancar algunas páginas de su vida en aquellos momentos! Pero, ¿por qué ese temor de los discípulos? Porque «Saulo, por su parte, causaba estragos en la iglesia: entrando de casa en casa, arrastraba a hombres y mujeres y los metía en la cárcel» (Hch 8,3).

Si queremos conocer a Saulo, debemos recurrir a las fuentes que tenemos a nuestro alcance y, la fuente más cercana a todos es la propia Escritura. En ella, encontramos quince libros que nos hablan de nuestro personaje. El mismo Saulo se presenta ante los judíos de Jerusalén y les dice: «Yo soy judío, nacido en Tarso de Cilicia, pero educado en esta ciudad, instruido a los pies de Gamaliel en la exacta observancia de la Ley de nuestros padres; estaba lleno de celo por Dios, como lo estáis todos vosotros el día de hoy» (Hch 22,3).

Saulo, es un judío educado por el hijo de Pedasur, Gamaliel, de la tribu de Manasés, doctor de la ley

que gozaba de prestigio ante el pueblo (Núm 1,10; Hch 5,34); un fariseo que educaba fariseos. De

ahí que el mismo Saulo diga que había sido educado «en la exacta observancia de la Ley de

nuestros padres». Saulo conoce la Ley y la práctica, por eso, causa estragos en la Iglesia, porque

los cristianos no observan algunas normas de la Ley

 

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LA BIBLIA, LIBRO A LIBRO

PRIMERAS IMPRESIONES SOBRE EL LIBRO DE JOB - 1ª parte

Quique Fernández

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Empieza el libro presentando a Job como un «hombre íntegro y recto, temeroso de Dios y alejado del mal» (1,1). Es casi imposible decir algo más y mejor de un hombre. Este hombre es lo que podemos llamar, si nos alejamos del sarcasmo del mundo, un hombre bueno.

Y parece aun más relevante y meritorio cuando también se nos informa que «era el más rico entre todos los Orientales» (1,3). Pero queda bien claro que su bondad y generosidad es mayor que su riqueza material, cuando leemos que no solo reza por y para él, sino que reza también por y para sus hijos, con un razonamiento generoso y misericordioso: «Tal vez mis hijos hayan pecado y maldecido a Dios en su corazón» (1,5)-

Un diálogo entre Dios y el Maligno, el Adversario, va a torcer esa maravillosa felicidad hasta límites inimaginables. El Señor dice: «¿Te has fijado en mi servidor Job? No hay nadie como él sobre la tierra: es un hombre íntegro y recto, temeroso de Dios y alejado del mal» (1,8). A lo que el Maligno responde: «Pero extiende tu mano y tócalo en lo que posee: ¡seguro que te maldecirá en la cara!» (1,11).

Esta es una acusación que muchos cristianos pueden haber recibido muchas veces: la fe en situaciones cómodas de Primer Mundo es fácil de vivir. Eso que tiene una cierta parte de razón, se desmonta con tantos creyentes, cercanos a Job, del Tercer Mundo, que es donde más está creciendo el cristianismo. Y es que a veces ocurre que nos miramos demasiado el ombligo y creemos que el prototipo de fe de occidente es el que debe servir como modelo a todo el orbe. Y que el Papa escribe solo para nosotros los occidentales.

Después de perder todos los bienes que poseía, también pierde a sus hijos: «de pronto sopló un fuerte viento del lado del desierto, que sacudió los cuatro ángulos de la casa. Esta se desplomó sobre los jóvenes, y ellos murieron. Yo solo pude escapar para traerte la noticia». (1,19).

Tengo una sensación que si no la digo reviento. Necesito para ello tomar un ejemplo de nuestros días. Existe una serie llamada «Cuéntame» protagonizada por la Familia Alcántara. Esa familia es modelo, prototipo, de la familia media española de los años 50-60-70... Claro, si no queremos tener que estrenar protagonistas nuevos cada semana (con sus consiguientes actores diferentes) pues se va a dar un efecto inevitable: todo le tiene que pasar a esa familia. Todo hasta rayar el ridículo. Porque pase que una hija se enamore de un hippy, o de un maduro separado, o de su párroco... pero todo en la misma chica, lo dicho, roza el ridículo. Pues bien, eso es lo que le ocurre a Job, que todo le ocurre a él. Él, como único protagonista de su libro, recibe todas las situaciones con las que el autor desea ejemplarizar.

Pero la respuesta de Job, he aquí el target de presentación de este libro, es que sigue siendo fiel a Dios. Si tuviésemos delante el trabajo de hacer un tráiler sobre una película de la vida de Job… tras unas cuantas escenas dramáticas aparecería la respuesta desnuda (se lo han quitado todo) de fidelidad. Todavía anda en carteleras la película «La montaña entre nosotros», donde los protagonistas sufren un

accidente de avión en mitad de las montañas nevadas. Tras la escena del accidente,

con imágenes nerviosas, ruidosas, llega la escena del silencio, la imagen de la

montaña silenciosa y solitaria, el protagonista se encuentra «desnudo de todo» ante

la majestuosidad de la montaña. Siento que lo mismo le ocurre a Job, que en ese

espacio de dolor, de soledad, de desnudez de bienes… ahí sigue encontrándose con

Dios. Y muy importante, no es un dios-magia que le quita el dolor. No, el dolor persiste

. Pero sí que es un Dios que llena su vida de convicción. Tanto como para seguir

diciendo: «¡Bendito sea el nombre del Señor!» (1,21).

 

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CLAVES DE LECTURA DEL LIBRO DEL GÉNESIS

Javier Velasco-Arias

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EL DIOS DE LA VIDA (Génesis 1-11)

La imagen que nos sugieren los primeros capítulos de la Biblia es la de un Dios que crea todas las cosas por amor. El amor auténtico es siempre propagativo, comunicativo, necesita compartirse… Dios, todo amor, desea comunicarlo a toda la Creación, con predilección al ser humano.

El Dios de la Biblia es un Dios de la vida, que encarga al ser humano, la criatura más querida de todas, la continuidad, el cuidado, la conservación de todo lo creado. La responsabilidad del equilibrio ecológico –utilizando el lenguaje actual– es encomendada a la Humanidad, a cada mujer y a cada hombre.

Los relatos de la Creación que leemos en el libro del Génesis corresponden probablemente a tradiciones de las más antiguas que encontramos en la Biblia Hebrea, en el Antiguo Testamento. Y, más importante, la noción que el pueblo israelita tiene de un Dios Creador no tiene correspondencia con la de otras culturas circundantes; aunque utilice, con frecuencia, imágenes y mitos comunes: un Dios que entra en diálogo amoroso con el ser humano, que tiene una exquisita preocupación de que sea feliz, que quiere compartir su amistad con él. Las narraciones del primer texto de la Biblia nos hablan de paz, armonía, orden, equilibrio, amor…

La Creación es el inicio del diálogo amoroso entre Dios y el ser humano. Toda la obra creadora, tanto en la narración sacerdotal (Gn 1,1-2,4a), como en la probablemente más antigua yahvista (Gn 2,4b-25), nos presenta a la persona humana como el centro de dicho acto, la razón última.

La imagen que nos proporcionará la Biblia sobre la Creación es la de un Dios que ha hecho todas las cosas con bondad y belleza, de manera que cualquier referencia a la Creación, al origen, participará de esa bondad y belleza original. En seis ocasiones encontraremos la exclamación: «y vio Dios que era bueno» como postilla de cada día de la Creación (Gn 1,4.10.12.18.21.25); y culmina con una séptima que plenifica y completa los anteriores: «y vio Dios que todo era muy bueno», después de la creación del ser humano, hombre y mujer (Gn 1,31).

El mal, la violencia, la muerte no están en el inicio de la obra creadora; serán la consecuencia de apartarse de ese plan original de Dios. Las posteriores narraciones del primer pecado, del asesinato de Abel por su hermano Caín, el mal generalizado que lleva al diluvio, son consecuencias de abandonar el plan amoroso y original de Dios. El pecado, el mal, la infelicidad, las discordias, las divisiones, los odios, la violencia… tienen como única causa la infidelidad al plan primigenio de Dios.

La protohistoria que nos narra los once primeros capítulos de la Biblia es un canto al amor, a la paz, al equilibrio ecológico, a la ausencia de violencia, a la felicidad humana. No intenta responder a cómo surgió el universo o la vida en el mundo o el ser humano; esas respuestas corresponden a la ciencia. Sí, por contraposición, responden a ¿Quién (con mayúscula) está detrás de cada uno de estos acontecimientos?; ¿porqué y para qué son creadas todas las cosas?; ¿cuál es el papel del ser humano en el mundo y con respecto a todo lo creado?; ¿cuál es el plan original de Dios para el Universo y para la Humanidad?. Las respuestas a estas últimas preguntas nos llevan a descubrir un Dios misericordioso, entrañable, todo amor, desde las primeras páginas de las Escrituras sagradas.

Javier Velasco-Arias

(publicado previamente en el blog "Biblia y Pastoral" el día 25 de agosto de 2016)

 

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CLAVES DE LECTURA DEL LIBRO DEL GÉNESIS
Javier Velasco-Arias

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EL PRIMER PECADO

Plan original de Dios

El relato del primer pecado de la Humanidad, también llamado «pecado original», que leemos en el capítulo 3 del libro del Génesis, no deja de sorprendernos. Aunque hemos de repasar un fragmento del capítulo anterior para comprender la narración:

El Señor Dios tomó al hombre y lo colocó en el jardín de Edén, para que lo guardara y lo cultivara.
El Señor Dios mandó al hombre: «Puedes comer de todos los árboles del jardín; pero del árbol de conocer el bien y el mal no comas; porque el día en que comas de él, tendrás que morir». (Gn 2,15-17)

Dios pone al ser humano ante el dilema ético: ser fiel al plan original de Dios con el que será feliz y tendrá vida, u oponerse a Dios, convirtiéndose él en el único criterio moral (conocedor del bien y del mal, independiente de Dios).

Una advertencia

No hagamos, ni con este texto ni con ningún otro de la Biblia, una lectura fundamentalista, literalista. El querer encontrar en la narración bíblica una descripción exacta de lo que pasó es una ilusión pueril. El narrador bíblico quiere «contar» (mucho más que explicar) cómo el ser humano, desde los orígenes, se apartó del plan original de Dios y los males actuales que está padeciendo la comunidad creyente, y la Humanidad en general, son consecuencia de ello.

Lealtad o soberbia

Desde esta perspectiva, el mandato de Dios consiste sólo en comprobar si el ser humano es capaz de ser leal a la alianza de amistad que le ofrece. La narración del capítulo siguiente mostrará el egoísmo y la soberbia humana, frente a la gratuidad y el don de Dios.

La serpiente, el más astuto de todos los animales del campo que el Señor-Dios había hecho, dijo a la mujer: «¿Conque os ha dicho Dios: “No comáis de ningún árbol del paraíso”?».
Respondió la mujer a la serpiente: «Del fruto de los árboles del jardín podemos comer; pero del fruto del árbol que está en medio del jardín dijo Dios: “No comáis de él, so pena de muerte”».
Dijo la serpiente a la mujer: «No, no moriréis. Al contrario, Dios sabe que el día que comáis de él se os abrirán los ojos y seréis como Dios, conocedores del bien y del mal».
Vio la mujer que el árbol tenía frutos sabrosos y que era seductor a la vista y codiciable para conseguir sabiduría; tomó de sus frutos y comió, y dio también a su marido, que estaba con ella. Y también él comió. (Gn 3,1-6).

Los seis primeros versículos describen el diálogo entre la serpiente y la mujer, y la acción dañina posterior tanto de la mujer como del hombre. La tentación es presentada a través de una creatura, la serpiente. La instigación al mal, la seducción no proviene de Dios sino de algo externo a Él; aunque será la persona quien, en última instancia, decidirá. Vuelvo a insistir: no nos quedemos en el ropaje literario; nos perderíamos el mensaje profundo que el narrador bíblico nos quiere transmitir.

Un engaño: prescindir de Dios

En el diálogo Dios es presentado como el mentiroso, el enemigo, el obstáculo a la plena realización humana, una traba a la libertad personal. Qué actual es el mensaje que se desprende del texto. Apartarse de la voluntad divina es una liberación: es el argumento de la «serpiente».

La tentación, el primer pecado de la Humanidad, el pecado actual, también el tuyo y el mío, tienen su origen en la trampa de querer prescindir de Dios, desde la negación formal del ateo o el agnóstico a la negación práctica de tantos creyentes, en el quehacer diario. Dios es visto como una amenaza a mi libertad, a mis decisiones. Y el «fruto prohibido» es apetecible a la vista. Es de sabios, de personas inteligentes el probarlo todo; pensamos. «Y (la mujer) comió […] y también él (el hombre) comió». La igualdad entre mujer y hombre frente al pecado, su libertad es paralela. Son ambos los que se apartan del plan original de Dios.

Consecuencias

Aunque a la hora de asumir responsabilidades, todos «echamos balones fuera»: la culpa es siempre del otro, de la sociedad, de la circunstancia… Cualquier cosa antes que reconocer que soy yo el responsable de lo que he hecho.

El hombre respondió: La mujer que me diste por compañera me alargó el fruto y comí.
El Señor Dios dijo a la mujer: ¿Qué has hecho? Ella respondió: La serpiente me engañó y comí. (Gn 3,12-13).

El mal, el pecado, el prescindir del plan amoroso de Dios tiene consecuencias existenciales. No es tanto un «castigo divino» como las secuelas de elegir una dirección equivocada. La fatiga, el dolor, el dominio de un ser humano sobre otro, del hombre sobre la mujer (Gn 3,16-19) son consecuencias del pecado, del mal que el ser humano ha dejado entrar en su existencia, de abandonar el plan de Dios. Pero, al principio, en el plan original de Dios no era así y, por tanto, no es algo querido por Dios: no forma parte de su designio para la Humanidad.

Pero Dios no abandona al ser humano a su suerte, a pesar del rechazo del que ha sido objeto. Las narraciones posteriores nos mostrarán a un Dios misericordioso, capaz de perdonar siempre, ofreciéndole siempre su amor gratuito. Como canta el salmista: «El Señor es compasivo y clemente, paciente y misericordioso» (Sl 103,8).

Para la oración

Llevemos a la plegaria este texto del primer libro de la Biblia. Reconozcamos cuántas veces nos hemos apartado del plan de Dios en nuestras vidas y las consecuencias que han significado para nuestra existencia.

Reconozcamos cómo el pecado nos aleja de Dios, del otro; pero, también, de la auténtica felicidad. El deseo del Dios de la Biblia es que seamos felices.

Javier Velasco-Arias
(publicado previamente en el blog "Biblia y Pastoral" el día 9 de mayo de 2017)

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LA BIBLIA LIBRO A LIBRO

EL LIBRO DE JUDIT

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Judit y el Dios de los humildes

Conchi López

15,12 Todas las mujeres de Israel acudieron para verla y la bendecían danzando en coro. Judit tomaba tirsos con la mano y los distribuía entre las mujeres que estaban a su lado.

13 Ellas y sus acompañantes se coronaron con coronas de olivo; después, dirigiendo el coro de las mujeres, se puso danzando a la cabeza de todo el pueblo. La seguían los hombres de Israel, armados de sus armas, llevando coronas y cantando himnos.

14 Judit entonó, en medio de todo Israel, este himno de acción de gracias y todo el pueblo repetía sus alabanzas:

16 1 ¡Alabad a mi Dios con tamboriles,

elevad cantos al Señor con címbalos,

ofrecedle los acordes de un salmo de alabanza,

ensalzad e invocad su Nombre!

2 Porque el Señor es un Dios quebrantador de guerras,

porque en sus campos, en medio de su pueblo,

me arrancó de la mano de mis perseguidores.

3 Vinieron los asirios de los montes del norte,

vinieron con tropa innumerable;

su muchedumbre obstruía los torrentes,

y sus caballos cubrían las colinas.

4 Hablaba de incendiar mis tierras,

de pasar mis jóvenes a espada,

de estrellar contra el suelo a los lactantes,

de entregar como botín a mis niños

y de dar como presa a mis doncellas.

5 El Señor Omnipotente

por mano de mujer los anuló.

El contexto de Judit: la amenaza de un pueblo opresor

Queremos acercarnos hoy a la figura de una mujer bíblica introducidos por esta escena vibrante y llena de gozo, en la que un grupo de mujeres, con Judit a la cabeza, va entonando un salmo de alabanza para festejar su victoria sobre el enemigo, como ya hiciera María cantando y danzando tras el paso del mar Rojo (Éx 15,20-21). El salmo, del que hemos seleccionado solo los primeros versículos, resume la tragedia de un pueblo pequeño y débil amenazado de exterminio por una superpotencia opresora, y la gozosa experiencia de verse liberados por su Dios.

Recordemos brevemente la composición del libro de Judit. El libro está dividido en dos secciones: los capítulos 1 al 7 presentan a los protagonistas y ambientan con todo detalle el drama del pueblo judío asediado en la ciudad de Betulia por el poderoso ejército de Holofernes. Los capítulos 8 al 16 narran la intervención de Judit y la victoria de los israelitas “por mano de mujer”.

La trama comienza con la presentación de Nabucodonosor, “rey de los asirios en Nínive” (ya sabemos, por la historia, que Nabuco fue rey de Babilonia…), que decide hacerle la guerra al rey de Media e invita a participar en ella a los pueblos del contorno. Éstos no acuden a su convocatoria, de modo que Nabucodonosor realiza la guerra solo, vence a su enemigo (1,13-16) y decide llevar a cabo una campaña militar absolutamente destructiva contra sus vecinos, en venganza por desatender su llamada. Desde el primer momento, el narrador nos deja claro el orgullo y prepotencia del rey Asirio. Orgullo compartido por su general, Holofernes, quien, valiéndose de un ejército “tan numeroso como la langosta y como la arena de la tierra” (2,20), pasa “devastando”, “arrasando”, “incendiando” y “exterminando” (2,23-28), hasta lograr la rendición y vasallaje de todos sus vecinos. Todos, menos uno: el pequeño e insignificante pueblo de Israel, adorador del “Dios del cielo”. Enfurecido e indignado por la resistencia de ese ridículo enemigo, Holofernes rodea Betulia y planea vencerles sin entablar batalla, tan solo asediando la ciudad y cerrando el paso a las fuentes de agua. El salmo canta el plan terrible del enemigo: estrellar contra el suelo a los niños de pecho, violar a las mujeres o tomarlas como esclavas sexuales, asesinar a los jóvenes, incendiar las cosechas… Destruirlo todo y a todos de raíz. Nada distinto de lo que se sigue haciendo hoy en las docenas de conflictos bélicos de todo el mundo. Pero no sabía Holofernes que el Dios quebrantador de guerras saldría a rescatar a sus pequeños.

Después de treinta y cuatro días cercados por el ejército asirio, el pueblo, desfallecido de hambre y sed, “clamó a grandes voces” y reclamó a los dirigentes de la ciudad la rendición. “Seremos sus esclavos pero salvaremos la vida…”, dicen los hombres de Betulia (7,27). La situación nos recuerda la de los israelitas que claman en el desierto y piden retornar a las hoyas de Egipto… Entonces los ancianos decidieron esperar cinco días más para ver si, en ese plazo, Dios hacía algo.

Y es en este momento, en el que el pueblo clama desde el fondo de su desesperación, cuando surge y se eleva la figura de una mujer, Judit, una joven viuda, rica, hermosa y temerosa de Dios, dispuesta a “hacer algo que se transmitirá de generación en generación” (8,32). El capítulo 8 nos describe a Judit y su situación vital: viuda desde hacía tres años, permanecía en su casa desde la muerte de su marido, ceñida de sayal y vestida de viuda, y llevando una vida austera de ayunos y oración. Con todo, no resulta una figura sombría. En las fiestas de Israel, Judit sabe participar del regocijo de los suyos (8,6).

Judit, una mujer de oración y acción

Un dato llama la atención en la presentación de la protagonista Judit: ella se había hecho construir un ático en la terraza de su casa. Y dice Juan Manuel Martín Moreno al respecto: “Desde allí podía contemplar el cielo y las estrellas, pero también podía contemplar las calles de su ciudad y los sufrimientos de sus gentes (…). En su sabiduría, Judit creó un espacio de libertad donde mantener un contacto íntimo con Dios. Y desde esta atalaya, desde este pequeño espacio liberado y liberador, fue capaz de percibir los peligros reales de su gente y sacarla de su desesperación y derrota. En esos momentos de oración, recibió la inspiración para determinar la estrategia a seguir y la increíble fuerza para entrar en la boca del lobo y meterse en la misma tienda del general Holofernes y cortar su cabeza.

Al final de la historia, Judit, “la judía”, consigue liberar a su pueblo de aquel Hitler cruel que amenazaba con el genocidio de su pueblo. Judit no se limitó a orar en su oratorio sino que arriesgó su vida en el intento, superando todos sus miedos”.

Judit no es la única mujer que, en la Biblia, pospone la salvagurada de su propia vida por el bien de su pueblo. Ester también se expuso ante el voluble y caprichoso rey Asuero. Tampoco es el único personaje que lucha desde la desproporción de la fuerza, desde una evidente debilidad frente a un enemigo imponente: el niño David luchó contra Goliat, Yael acabó con Sísara, Gedeón luchó contra miles él solo acompañado por su escudero… En Judit volvió a hacerse realidad la Palabra de Dios que nos promete que, en nuestra debilidad, triunfa su fuerza (cf. 2 Co 12,9-10).

Ésta es, en resumen, la historia de Judit, mujer llena de sabiduría, inteligencia y bondad (8,29), mujer que creyó en el poder de Dios para salvar a su pueblo a su modo y en su tiempo, y colaboró con él incluso poniendo en peligro su vida. De ella tenemos mucho que aprender. Por ejemplo, su capacidad de estar continuamente conectada con Dios, con “la mente de Dios” (cf. 8,12-17), con su modo de actuar y sus designios, lo que la hacía más sagaz que los ancianos y más sensible a la desdicha de su prójimo. Judit fue puente, mediadora y madre de Israel. Su fuerza le venía de Dios. No permaneció instalada en la seguridad de su estatus. Bajó de su seguridad, entró en el peligro de la mano de su Dios, destruyó al opresor, consoló a su pueblo… “y ya nadie atemorizo a los israelitas mientras vivió Judit ni en mucho tiempo después de su muerte” (16,25).

Para la reflexión personal

1. ¿Vivimos con los ojos y los oídos abiertos al “clamor” de quienes nos rodean? ¿Conocemos nuestra situación social? ¿Somos conscientes de las situaciones desesperadas de tanta gente, sobre todo en la crisis económica que atraviesa nuestro país? ¿Meditamos y decidimos, en nuestro ático interior, en sintonía con Dios, qué podemos hacer nosotros?

2. Lee atentamente el libro de Judit y toma nota de sus protagonistas y de los rasgos que les caracterizan.

3. Junto al conflicto militar, en el libro se descubre un conflicto religioso: ¿quién es “el dios” de Holofernes y cómo pretende imponerlo a los pueblos vencidos? ¿Descubres algún paralelismo con la situación socio-religiosa actual?

4. Fíjate en las oraciones de Judit de los capítulos 9 y 16. ¿Qué imagen de Dios nos transmiten? ¿Son oraciones de acción de gracias, de alabanza, de súplica? ¿Cómo transforma la oración a la orante Judit de cara a actuar como actúa Dios?

5. Puedes profundizar en el libro de Judit ayudándote de la lectura de Emiliano Jiménez Hernández, Judit, prodigio de belleza, San Pablo 2005.

6. A partir de esta Palabra de Dios, escribe tu propia oración.

Oramos el Nombre de Dios

Saborea en tus labios y en tu corazón los Nombres de Dios que sugiere el libro de Judit. Y mientras los pronuncias y los rumias en tu interior, exprésale tu confianza en sus designios de vida, y tu disponibilidad a colaborar con Él a través de tu acción (Jud 8,17.35):

Dios de los humildes,

Defensor de los pequeños,

Apoyo de los débiles,

Refugio de los desvalidos,

Salvador de los desesperados,

Señor de los cielos y la tierra,

Dios de toda fuerza y poder,

que abates la soberbia y la altanería,

Señor, quebrantador de guerras…

no hay otro Dios fuera de Ti.

Nota de EAB:

Agradecemos a Conchi López su permiso para poder compartir desde nuestras redes este valioso material de lectura compartida y animación bíblica.

Recordamos que ya publicamos sus comentarios al Libro de Tobías (12 de febrero) y al Libro de Rut (13 de mayo). Compartimos los dos enlaces.

Enlace al comentario al Libro de Tobías:

https://www.facebook.com/.../a.16630370.../2709835955974560/

Enlace al comentario al Libro de Rut:

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LA BIBLIA, LIBRO A LIBRO

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CLAVES DE LECTURA DEL EVANGELIO DE SAN JUAN (y II)

El mismo Juan escribe:
“Porque la Ley fue dada por medio de Moisés; la gracia y la verdad nos han llegado por

Jesucristo”. (1, 17)

El Reino requiere gente apasionada, osada, y comprometida con la verdad, como Juan. Capaces de dejar todo lo bueno, para seguir lo excelente. Juan dejó familia, empresas, maestros y profetas (como Juan el Bautista), testigo y testimonio de la luz, pero que no era la Luz.

Jn 1
6. Hubo un hombre, enviado por Dios: se llamaba Juan.
7. Éste vino para un testimonio, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por él.
8. No era él la luz, sino quien debía dar testimonio de la luz.
9. La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre, viniendo a este mundo.
10. En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por ella, y el mundo no la conoció.
11. Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron.
12. Pero a todos los que la recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre;
13. los cuales no nacieron de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de hombre, sino que nacieron de Dios.

Nacido de Dios amor, se refiere a sí mismo como "el discípulo a quien Jesús amaba", no porque Jesús amara más a Juan que al resto, más bien porque fue más sensible y receptor del amor que Jesús desprendía por igual a todos.

La vida transformada de Juan nos brinda un gran aliento y estímulo al recordarnos que Dios completará su propósito en nosotros “convencido de que, quien inició en vosotros la buena obra, la irá consumando” (Fil. 1:6) y formará el carácter de su Hijo, reproduciendo su imagen en nuestras vidas. (Ro. 8, 29)
La vida del apóstol nos da ánimos, y nos invita a seguir cultivando el carácter, buscando la cercanía del Señor, la intimidad y familiaridad con Él, disfrutando con Jesús nuestros mejores momentos y compartiendo Él todas las expresiones de su grandeza: Estuvo en la transfiguración, corrió y llegó el primero al sepulcro vacío…

Juan invita a creer, a subir como águilas y no ser como gallinas de corral. Invita a correr en busca siempre de Jesús. A confiar en Aquel que es capaz de transformar hombres y mujeres comunes, en personas fuera de lo común, capaces de terminar su vida glorificándole hasta la muerte. De: “hijos del trueno” en personas centradas en el amor de Cristo!

¿Quién fue el autor del Cuarto Evangelio?

Hay varias hipótesis sobre la autoría del Evangelio de Juan. De si fue él, o sus discípulos después de él quienes lo escribieron.
Creo que no es necesario entrar en este tema, lo importante no es si fue Juan o sus discípulos los que lo escribieron, sino que fue escrito, con el propósito de que fuera creído.

El propósito del libro

“Jesús realizó en presencia de los discípulos otros muchos signos que no están escritos en este libro Éstos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre”. (Jn 20, 30)

¿Cuándo se escribió?
Momento histórico y motivos del Evangelio de Juan

Juan escribe alrededor del año 80-90 del siglo I. En un momento histórico en el que empiezan a aparecer las herejías cristológicas.
Importante para nosotros saber interpretar los tiempos y reconocer la necesidad de cada momento.

Algunos piensan que más tarde, y el argumento que se utiliza para apoyar esta fecha es el alto desarrollo de su teología. San Juan representa una síntesis Cristológica muy elevada, mucho más allá de la de los tres Evangelios Sinópticos o aún de San Pablo.
Recordemos que a San Juan se le representa con el águila, ave de grandes alturas y de una vista incomparable.

¿A quiénes va dirigido este Evangelio? ¿Cuál fue el motivo principal?

San Juan escribió para personas conocedoras de la cultura judía y al mismo tiempo en contacto con el pensamiento griego; además se les pone en guardia frente al gnosticismo. Se trata de una comunidad cristiana, probablemente la de Éfeso, que se encuentra amenazada en su fe.

Como sabemos, el gnosticismo es un conjunto de antiguas ideas y sistemas religiosos que se originó en el siglo I entre sectas judías y cristianas antiguas. Estos varios grupos enfatizaban el conocimiento espiritual (gnosis) por encima de las enseñanzas y tradiciones ortodoxas y la autoridad de la iglesia.

De ahí que el apóstol quiere demostrar la realidad de Cristo, de Dios encarnado, frente a un solo conocimiento, espiritual y relativo…

“ Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Unigénito, lleno de gracia y de verdad”. (Jn 1, 14)

1 Juan
1. Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos, tocante al Verbo de vida
2. (porque la vida fue manifestada, y la hemos visto, y testificamos, y os anunciamos la vida eterna, la cual estaba con el Padre, y se nos manifestó);
3. lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo.
4. Estas cosas os escribimos, para que vuestro gozo sea cumplido.

Pedro y Juan ante el concilio:
“Porque no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído”(Hch 4, 20)

La mutua confianza del amor

Cuando más amas a alguien más íntimo te vuelves de ese alguien. Y es evidente que era de los más íntimos de Jesús. El Señor quiso que estuviese, junto con Pedro y Santiago, en el momento de majestuoso de la Transfiguración, pero también durante su agonía en el Huerto de los Olivos.

Juan fue el elegido para acompañar a Pedro a la ciudad a fin de preparar la cena de la última Pascua y, en el curso de aquella última cena, Juan reclinó su cabeza sobre el pecho de Jesús y fue a Juan a quien el Maestro indicó, no obstante que Pedro formuló la pregunta, el nombre del discípulo que habría de traicionarle.

Es creencia general la de que era Juan aquel "otro discípulo" que entró con Jesús ante el tribunal de Caifás, mientras Pedro se quedaba afuera. No pienso que entrara en el tribunal de Caifás por ser más valiente que el resto de los discípulos, sino por su parentesco con el acusado y reo. Posiblemente por esto fue el único de los Apóstoles que estuvo al pie de la cruz con la Virgen María y las otras piadosas mujeres. Y que también por esto recibiera el sublime encargo de tomar bajo su cuidado a la Madre del Redentor. "Mujer, he ahí a tu hijo", murmuró Jesús a su Madre desde la cruz. "He ahí a tu madre", le dijo a Juan. Y desde aquel momento, el discípulo la tomó como suya.

Características y claves de lectura

El evangelio de Juan es pura doctrina en forma de evangelio. Su intención primera es la enseñanza, no la narración. Su interés principal es teológico, más que histórico, y siempre cristológico. Su evangelio, junto con sus tres epístolas son un reto a la enseñanza de la doctrina, pero a través del amor que salva.

Joan Palero 

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CLAVES DE LECTURA DEL EVANGELIO DE SAN JUAN (I)

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¿Quién fue San Juan, apóstol y evangelista?

Por las Sagradas Escrituras. sabemos que fue un judío de Galilea, un lugar preferido por Jesús y en el que pasó mucho tiempo. Era hijo de Zebedeo, y hermano de Santiago el Mayor. Eran, formaban una familia de pescadores, en el mar o lago de Galilea, y que parece ser que vivía de una empresa familiar de pesca.

Algunos han visto muy posible que la madre de Juan y Santiago fuera Salomé, una de las discípulas que los evangelios nos presentan entre las mujeres que seguían a Jesús. La encontramos entre las que desde lejos estaban presentes en la crucifixión de Jesús, y entre las mujeres que, después, van a comprar especies aromáticas para ungir el cuerpo del Maestro.

Si esta Salomé es la misma que se menciona, junto a la virgen María, a los pies de la Cruz, y como hermana (prima o pariente de ésta), entonces bien que era tía, tía segunda, o pariente de Jesús, por lo cual sus hijos (Juan y Santiago) serían sus primos o parientes de Jesús, y posiblemente también de Juan el Bautista.

Se dice que San Juan era el más joven de los doce Apóstoles, y que sobrevivió a todos los demás. Además, es el único de los Apóstoles que no murió martirizado.

La Biblia, que siempre va a lo que es importante, no da demasiados detalles sobre esta posible familiaridad o relación anterior de Juan con Jesús. Es bueno recordar que la carne y la sangre no es precisamente lo que nos hace partícipes del Reino de Dios.

Para la Palabra de Dios lo importante es que hubo un encuentro, más que con Jesús, con Jesús como Mesías de Dios.
Esto me recuerda las palabras del Papa Benedicto XVI en su encíclica “Deus caritas est”: No se comienza a ser cristiano por una gran idea, o decisión ética, sino por el encuentro con un acontecimiento, una persona, Jesucristo.

¿Cómo se encontró con Jesús y empezó a seguirle?

Juan eligió ser seguidor y discípulo del Bautista, pero no de Jesús. El mismo Juan lo dice en palabras del propio Cristo: No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros (Jn 15, 16)

Y en Mateo 4, 21 nos relata esta elección, el llamamiento de Jesús a estos dos hermanos que se encontraban con su padre remendando las redes en la barca, a la orilla del lago de Galilea, justo después de haber llamado a su seguimiento a los hermanos Pedro y a Andrés. Encontrarse con Jesús y poderle seguir transformó sus vidas.

Aquí podemos utilizar esa frase tan famosa: Jesús no elige a gente capacitada, sino que capacita a los que elige.

Juan, al principio, no era el Juan que escribe el cuarto Evangelio, las tres posteriores cartas o epístolas, y el Apocalipsis o Revelación. A pesar de que en sus escritos menciona más de ochenta veces la palabra “amor”, y sus contemporáneos dieron testimonio de que fue un hombre cuyo mensaje apelaba constantemente al amor por el prójimo.

Sin embargo, este gran hombre de Dios, apasionado y comprometido con la verdad, y mensajero del amor, no fue siempre así. Tuvo que aprender de Jesús, a equilibrar lo que creía sobre la verdad, y a saber aplicarla verdad con amor.

Al principio era un discípulo intolerante e inmaduro. Para nosotros es fácil hablar de Juan como el gran apóstol y fiel discípulo del Señor. Sin embargo, en su juventud no era el hombre que observamos en la isla de Patmos, ni aquel pastor de la iglesia de Éfeso y supervisor de las iglesias del Asia Menor. Mucho menos el “apóstol del amor”.

La descripción de las características del joven discípulo en los Evangelios es

sorprendente. Las pocas veces que interviene se le ve, junto a su hermano

Santiago, comportándose como intolerante, violento, intransigente, ambicioso,

extremista, y un tanto desequilibrado.

Juan muestra estas malas cualidades varias veces, como cuando deseó consumir

con fuego del cielo a los samaritanos que no quisieron recibir a Jesús cuando se

dirigía a Jerusalén (Lc 9,53-54), o cuando trató de hacer tráfico de influencias al

enviar a su madre a pedirle al Señor posiciones privilegiadas (Mt 20, 20-22; Mc 10, 35-38). En otro relato, Juan le confiesa a Jesús que había visto a uno ministrando en su nombre y se lo prohibió, mostrando una actitud sectaria (Lc 9, 49).

En su obra, en su Evangelio, Juan muestra un cambio, una conversión, una transformación de su personalidad.

La clave de su transformación es el amor de Dios: “De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo único, para que todo el que en él crea no se pierda, sino que tenga vida eterna” (Jn 3, 16)

Y la clave de Juan es que donde dice “mundo” él sabe leer su propio nombre. Esta es para mi la clave de que se refiera a sí mismo como “el discípulo a quien Jesús amaba”.

Esta Fe, es la que vence al mundo, y la que venciéndolo a él lo transformó. Este radical cambio de su vida es el que el apóstol quiere transmitir a los demás con su evangelio, para que todos puedan ser cambiados, transformados por el amor inquebrantable de Jesús.

Como personas, corremos el riesgo, o caer en la trampa, de ser como el Juan del principio, quien, por el deseo de defender la verdad, y desconociendo aun el amor de Dios, era intolerante y extremista. La actitud de Juan en sus inicios me recuerda muchos de mis errores cometidos en mi juventud, (neófito) por la falta del conocimiento, proximidad, familiaridad con Jesús, en quien la verdad se equilibra con el amor.

Joan Palero

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LA BIBLIA, LIBRO A LIBRO

EL LIBRO DE RUT

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Rut, la amiga fiel

Conchi López

Noemí y Rut en Moab

En nuestras Biblias, encontramos el libro de Rut inmediatamente después del libro

de los Jueces, entre los libros que tradicionalmente denominamos “históricos”. Y

es que el primer versículo de este precioso librito del Antiguo Testamento

comienza situando la narración, cronológicamente, “en los días en que

gobernaban los jueces”. Tenemos, por tanto, un marco cronológico y un doble

marco espacial para nuestra historia: Belén de Judá y Moab (1,2). Y tenemos

también, inicialmente, un protagonista masculino, Elimélec, cuyo nombre es toda

una confesión de fe, pues significa “mi Dios es rey” (cf. Jue 8,23; 1 Sam . Los

significados de los nombres son, en el libro de Rut, una guía o timón que nos

conduce por la trama del relato e ilumina su sentido. Pues bien, Elimélec, como

tantas personas a lo largo de la historia hasta hoy, tiene que emigrar con su mujer, Noemí, y sus hijos, Majlón y Quilión, a Moab a causa de la escasez y penuria de su país. Allí se establecieron y sus hijos se casaron con mujeres moabitas. Este dato llama la atención porque, en general, los israelitas despreciaban a los paganos y les consideraban gentuza indeseable por estar excluidos de la alianza. Expresión de este rechazo es la prohibición de los matrimonios mixtos (cf. Dt 7,3; Esd 9-10; Neh 13,23-29).

La narración es ágil, y en dos versículos se nos dibuja el cambio de suerte que sufrió esta familia en pocos años. Elimélec murió y también murieron sus hijos, cuyos nombres ya presagiaban el infortunio (“debilidad” y “destrucción”). Así quedó sola Noemí, con la única compañía de sus dos nueras extranjeras, Orfá y Rut.

Entonces sucede algo que propicia el nuevo cambio de suerte de la que ha quedado como protagonista del relato, Noemí: en los campos de Moab había oído que “Dios había visitado a su pueblo y le daba pan”. No oye que la crisis económica ha remitido, que ha habido buenas cosechas o que Belén vuelve a ser “la casa del pan”, sino que Dios es fiel a la alianza con su pueblo, lo visita, lo cuida y le da de comer.

Pero antes de regresar a Belén, la sabia anciana Noemí no desea pedirles a sus nueras que se aventuren con ella en un futuro más que incierto, abocadas a la extrema pobreza, como toda viuda sin hijos varones en el mundo antiguo. Por ello, Noemí les pide que vuelvan a su casa materna y rehagan su vida. Las dos mujeres aman a Noemí y se resisten a ello, pero finalmente Orfá (cuyo nombre significa “espalda”) se vuelve a su casa, mientras Rut, la amiga, la compañera, pronuncia estas bellas palabras tan conocidas, expresión inigualable de alianza y de amistad, sellada con un juramento solemne ante Dios:

“No insistas en que te abandone

y me separe de ti,

porque adonde tú vayas, yo iré,

donde tú vivas, viviré.

Tu pueblo será mi pueblo

y tu Dios será mi Dios.

Donde tú mueras moriré

y allí seré enterrada…”

(1,16-17a).

“La amistad de Rut es la conciencia de que alguien que no tiene que ocuparse de nosotros –ninguna expectativa social lo exige, ningún lazo de sangre lo demanda-, se ocupará de hecho de nosotros hasta el final. Gratuitamente.”, dice Joan Chittister.

Noemí y Rut en Belén

De este modo, las dos mujeres se pusieron en camino y llegaron a Belén. Allí, unas mujeres sirven de testigos del regreso de la dulce Noemí, convertida ahora en Mara, “la amarga”, porque se fue “colmada” y “vacía” la devuelve Yahveh a su tierra.

En este punto, me gustaría que cayéramos en la cuenta del modelo de Dios que motiva la queja de Noemí: la mano de ese dios ha caído sobre ella, la ha llenado de amargura, la ha dejado vacía y la ha hecho desdichada. Es la misma imagen de Dios que delata el lamento amargo de Job (Job 7,12-20; 13,20-27…)

Pero el autor del libro se va a encargar de desmentir esa falsa imagen de Dios. El Dios del libro de Rut no es aquel que descarga su pesada mano sobre ti, sino aquel “bajo cuyas alas puedes refugiarte” (2,12). Se trata de una imagen femenina de Dios, materna, que evoca seguridad, protección y cuidado. En el evangelio, Jesús se presenta a sí mismo con la imagen de la gallina que quiere reunir a sus polluelos bajo sus alas (cf. Lc 13,34). Junto a esto, el Dios de Rut es aquel que “levanta del polvo al desvalido, alza de la basura al pobre” (1 Sam 2,8), y “a los hambrientos los colma de bienes” (Lc 1,53). Precisamente el nombre Rut tiene otro significado, además de “amiga”: “saciada”, “colmada”, que hace alusión a lo que Dios va a hacer con estas dos mujeres.

Cuando Noemí y Rut llegan juntas a Belén, Rut se pone a espigar en un campo, es decir, a recoger las espigas que iban dejando los espigadores, como hacían los pobres asistidos por la Ley de Israel (Lv 19,9s; 23,22; Dt 24,19). Y “quiso la suerte” (la amorosa providencia de Dios) que aquel campo fuera el de Booz, un pariente acomodado de Elimélec quien, informado de la identidad de Rut, inmediatamente le cobra estima por su fidelidad a Noemí, le da de comer hasta saciarse y favorece que aquel día Rut pudiese llevar a casa una sobreabundante cosecha de cebada, bien colmada.

Cuando Rut llegó ante su suegra, Noemí bendijo a Dios que pone los ojos en los pobres y no deja de mostrar su bondad para con todos. Dios se revela ahora como el bondadoso, el “goel” de su pueblo, el Redentor, y le pone delante a Noemí al mediador de esa protección suya: Booz. Este hombre fuerte (eso significa su nombre), habrá de ser su goel, aquel que tiene el encargo legal de rescatar y defender a la familia, ejerciendo la solidaridad y protección de los miembros más necesitados.

En el capítulo 3 del libro, Noemí traza un plan para que Rut seduzca a Booz en la noche, al final de la fiesta de la recolección de la cebada. Y es en aquella noche, cuando Booz se transformó en las alas de refugio de Dios para Noemí y Rut, las tomó a su cargo y se convirtió en su goel. De modo que cuando Booz desposó a Rut ante los ancianos y todo el pueblo, toda la gente bendijo a Rut diciendo: “Que el Señor haga que la mujer que entra en tu casa sea como Raquel y como Lía, las dos que edificaron la casa de Israel”… Y cuando Rut dio a luz a Obed, las mujeres dijeron a Noemí: “Él será el consuelo de tu alma y el apoyo de tu ancianidad, porque lo ha dado a luz tu nuera que tanto te quiere y que es para ti mejor que siete hijos”.

Rut, con su amor fiel, hizo saltar por los aires los prejuicios excluyentes del pueblo elegido de Dios mostrando que todo aquel que ama pertenece a esa familia.

“Una lección hermosa para Israel. Una ocasión de reflexión para nosotros, los hijos de una cultura en que la fidelidad está deteriorada. Una llamada apremiante a descubrir ese valor que nos hace tan parecidos a Dios mismo porque nos hace ofrecer a los otros lo que él mismo nos ofrece: una roca sólida donde apoyarnos, unas alas bajo las que podemos sentirnos seguros” (Dolores Aleixandre).

Para la reflexión personal y de grupo:

1. Haz una lectura atenta del libro de Rut y cae en la cuenta del contraste de situaciones negativas y positivas que aparecen. ¿Qué o quiénes propician el paso de una situación a otra?

2. Toma nota de los nombres de Dios presentes en el libro. ¿Qué imagen de Dios tiene Noemí, al comenzar la historia, y cómo revela Dios mismo otro Rostro suyo bien diferente, a través de sus cuidados y sus mediaciones providentes?

3. Cuenta, con tus palabras (y/o escribe) la historia de Noemí y Rut. Ponle el título que consideres más adecuado. ¿Te parece una historia actual? ¿Qué es lo más valioso que has aprendido de esta historia de amistad entre mujeres, de solidaridad familiar, de inclusión, de providencia y de esperanza?

4. ¿Tienes experiencia de haberte encontrado con alguna Rut o a algún Booz a lo largo de tu vida? ¿Eres tú un apoyo fiel, gratuito y disponible permanentemente para otros?

5. ¿Qué cuestiones para la reflexión y el debate en grupo puede suscitar el libro de Rut? Te propongo una: la aparente ausencia de Dios en un mundo secular y su visibilidad en las mediaciones providentes.

Oramos, a partir del libro de Rut, al Dios bajo cuyas alas encontramos refugio (Salmo 36, 6-11 y 17,

6 Tu amor, Señor, llega hasta el cielo,

tu fidelidad alcanza las nubes,

7 tu justicia es como las altas montañas,

tus sentencias son profundas como el océano.

Tú proteges a hombres y animales,

8 ¡qué admirable es tu amor, oh Dios!

Por eso los seres humanos

se cobijan a la sombra de tus alas:

9 se sacian de los bienes de tu casa,

les das a beber del torrente de tus delicias,

10 pues en Ti está la fuente viva,

y, en tu Luz, vemos la luz.

11 No dejes de amar a los que te conocen,

de ser fiel con los rectos de corazón.

8 Guárdanos como a las niñas de tus ojos,

a la sombra de tus alas escóndenos.

Bibliografía:

- C. Mesters – I. Storniolo, Historias de Rut, Judit y Ester. Introducción a los tres libros del Antiguo Testamento, San Pablo 1996

- Dolores Aleixandre y Juan José Bartolomé, La fe de los grandes creyentes, Madrid 2004, 39-43

- Joan D. Chittister, La amistad femenina. La tradición oculta de la Biblia, Sal Terrae 2007, 77-83

- José Vilchez, Rut y Ester, Verbo Divino 1998

Conchi López

Nota de EAB:

Agradecemos a Conchi López su permiso para pode compartir desde nuestras redes este valioso material de lectura compartida y animación bíblica.

Recordamos que ya publicamos su comentario al Libro de Tobías el pasado 12 de febrero.

https://www.facebook.com/.../a.16630370.../2709835955974560/

 

LA BIBLIA LIBRO A LIBRO

 

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HECHOS DE LOS APÓSTOLES

PRIMERA COMUNIDAD Y PRIMERA CATEQUESIS

Los Hechos de los Apóstoles narran el nacimiento del cristianismo

y la primera iglesia. Leer esta obra nos hace revivir la vida de los

primeros cristianos, la primera iglesia. Estaba muy reciente el

recuerdo de la última Cena, la sangre de Jesús sufriente, las

palabras que pronunció desde la cruz.

Podemos encontrar las raíces de un mensaje y un modo de vida en la historia de la humanidad. La Iglesia que presenta Hechos es la comunidad de los discípulos guiados por el Espíritu Santo. Dan testimonio del Señor desde la experiencia de la fraternidad.

La primera comunidad cristiana que encontramos en Hechos de los Apóstoles está en 2,42-47. También llamado «Primer sumario mayor». Lucas tenía noticias sobre la historia apostólica que eran más bien incompletas, había muchas lagunas entre las situaciones personales y los elementos doctrinales que conocía. Al igual que Mc, utilizó la técnica de los «sumarios» para llenar estos huecos y así crear una sensación de relato continuo (cf. Mc 1,39; 3,10-12). La característica principal del sumario es que presenta los acontecimientos como normales, típicos y permanentes, es decir, son breves resúmenes de la vida comunitaria, que van marcando las transiciones y ofrecen al lector una pausa de reflexión para que se detenga y comprenda el sentido de lo que explica el texto.

42. comunidad: es la única vez que aparece en Lc el término paulino koinonia. El término tradicional, «comunidad», heredado de los círculos paulinos, significa la comunidad del evangelio basada en el apostolado (Gal 2,9). Fracción del pan: Lc no separa la eucaristía de la comida común, ya que la primitiva comunidad ideal compartía una misma mesa con los que habían sido comensales privilegiados del Resucitado (cf 1,4; 10,41); así los discípulos de Pablo tendrán con éste (Pablo) la misma comunión, en su calidad de sucesor de los Doce (20,7). Las oraciones: este versículo tiene un carácter sumario y presenta los aspectos ideales de la vida en la primitiva comunidad, no su programa litúrgico.

43-45. Se cree que gran parte del material incluido en estos versículos no estaba incluido originalmente. Los términos como «temor», «signos y prodigios» y «bienes compartidos» (koinonia v.44) pudo deberse a la transición del relato 3,1-10 (en que se incluye la desaprobación de los medios monetarios).

46. Unánimes: ha idealizado la koinonia apostólica. En el templo: el templo es la principal institución en el AT que se prolonga en la era cristiana; sirvió como escenario para la predicación de Jesús en Jerusalén y lo sigue siendo para la predicación misional cristiana (cf. Lc 2,27.49; 19,45; 22,53; Hch 3,11;4,2; 5,20-21.42).

La misión principal de la comunidad cristiana es el kerigma, es decir, el anuncio del acontecimiento pascual:

a) Jesús padeció, murió y resucitó para salvarnos.

b) La persona de Jesús está avalada por el testimonio de los testigos oculares.

c) Todo esto era el plan de Dios, y ya estaba anunciado por los profetas.

d) Jesús pide fe, aceptación de su mensaje y conversión del corazón.

e)

El Espíritu Santo es el gran protagonista. Es quien convierte a los apóstoles en «testigos» y en misioneros de Jesús, en Pentecostés. Es la fuerza que lanza a la Iglesia naciente.

La comunidad cristiana: un ideal. Características de esta primera comunidad:

a) Anuncian la enseñanza de los apóstoles o kerigma, acompañada por milagros.

b) Viven en comunión fraterna y en caridad.

c) Se alimentan de la oración y de la fracción del pan.

d) Reparten sus bienes con los necesitados.

Primera catequesis

En 8,4-40 Lucas narra la historia de Felipe, el evangelista, que no hay que confundirlo con el apóstol (1,13). Felipe es el helenista, elegido como uno de los siete auxiliares (6,5; cf 21,8). En los dos episodios que Felipe interviene se refieren a la evangelización de Samaría (4-25) y a la conversión del eunuco etíope (26-40). En ambos casos aparece cómo se difundió la palabra desde Jerusalén a raíz de la persecución (Lucas subraya este hecho como condición importante para que se difundiera la palabra) y por influencia de los helenistas (primero Esteban, después Felipe).

En los dos episodios vemos cómo la palabra es aceptada por unas personas que eran consideradas inaceptables para Israel: samaritanos i eunucos, que según Dt 23,1 estaban excluidos de la «asamblea del Señor». El detalle de Dt 23,1 deja de tener importancia para el cristianismo y se guiará por las palabras de Is 56,1-5.

La narración de «la misión en Samaría» (8,4-25) es Felipe que empieza a evangelizar por su propia cuenta. Tiene éxito, pero su esfuerzo no es considerado por Lucas como una empresa autorizada por lo que piden a Pedro y a Juan que vayan que son los que mediante la imposición de las manos confieren el Espíritu Santo y hacen la incorporación a la comunidad cristiana que la considera inmadura. Lucas deja muy claro que el Espíritu únicamente se recibe cuando se da la unión con el colegio autorizado de los Doce. Al escribir esto Lucas era consciente de que en el cristianismo primitivo había muchos grupos dispersos y que se estaba intentando que estuvieran unidos (18,25-27; 19,2-6; 20,29-30).

La narración del «eunuco etíope» (8,26-40) Felipe revela la difusión de la palabra en el caso de un pagano que aún no estaba del todo convertido al judaísmo. Este eunuco era el encargado de los tesoros de la antigua reina Nubia (grupo de mujeres; no es un nombre propio). El eunuco es una persona «temerosa de Dios» y con la conversión de una persona lejana, Lucas realza, pone de relieve, la importancia que tiene cómo se difunde la palabra (cfSl 68,31). La cita que hace de Is 53,7-8 (LXX), el cántico de Yahvé remarca la muerte y sufrimientos del Justo (Hch 3,14; 7,52). En el v.39 «arrebató a Felipe» hace referencia a 2Re 2,16.

Conclusión

Describe la vida de la Iglesia primitiva y cómo el cristianismo surgió del seno judío y se transformó en religión universal, con muchas dificultades y controversias, sobre todo al ir entrando a esa primera comunidad los paganos, es decir, los no-judíos, ya fueran griegos o romanos.

Lucas escoge el material histórico que más le interesa para sus fines teológicos, es decir, para su mensaje espiritual.

En Hechos de los Apóstoles nos presenta el modelo de cómo tiene que ser una vivencia – convivencia cristiana, es decir, encontramos cómo debemos vivir nosotros, cristianos del siglo XXI y de todos los siglos: unidos en el amor a Cristo.

Mª Pilar Lozano

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